viernes, 11 de septiembre de 2020

DÉCIMO-QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

DÉCIMO-QUINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 19. Éxodo capítulo 14 versículos 19-31. Salmo 114. Romanos capítulo 14 versículos 1-12. Mateo capítulo 18 versículos 21-35.

 

La narración sobre el paso de los hijos de Israel por el “mar de las cañas” se enfoca en dos consideraciones que conocemos y que son determinantes para su interpretación. En una de ellas es Dios (Yahveh) quien actúa por medio de su Ángel y de la nube que acompaña al pueblo en su travesía por el desierto justo al salir de la tierra de los faraones, en este relato el pueblo y su líder no intervienen puesto que es Dios quien hace de forma brillante el trabajo necesario para la liberación.  En segunda instancia la simbología corre por cuenta de Moisés que emplea los símbolos de presencia y autoridad que Dios le permitió tener “Moisés extendió su mano sobre el mar” (versículo 21) estamos ante una redacción de género literario Sacerdotal porque como decíamos antes es Dios quien interviene admirablemente. Los judíos recordaran lo sucedido aquellas horas y lo tildaran como de la intervención de Dios su guerrero, para constituirlo en un artículo obligado de sus creencias.

 El agua se detiene bajo la Voluntad de Dios dejando claro en esta escena que el poder de Dios se había revelado en favor de la liberación de su pueblo, pues en cuanto a la liberación su definición es amplia ya que la presencia de Dios no solo los aleja de sus perseguidores, sino que les enseña una cualidad o atributo de la misericordia de Dios hasta antes desconocida, su lucha es la lucha del pueblo. Escena que nos describe el Éxodo, alimenta la noción de pertenencia del pueblo y nos sirve a nosotros para plantearnos nuestro propio éxodo el cual vivimos solo en la medida en la que nos liberamos de tantas y tan variadas ataduras que nos esclavizan y hacen perder la idea de la liberación de Dios en nuestras vidas. Hoy existen muchísimos bautizados presa de los modelos de referencia que les ofrece el mundo (escenario hostil de nuestra Fe Cristocéntrica) y que les esclaviza retirando de ellas y ellos la Bondad de Dios ante el rechazo del que es víctima. Solo Cristo es nuestro verdadero y único liberador, los demás referentes son importantes como modelos a seguir, pero solo Cristo es el amigo que nunca falla. Recorramos con Fe y Confianza el camino de la realización de nuestra vivencia bautismal, aquellos que pasaron a “pie enjuto” por en medio de las aguas son figura y potencia de quienes hemos sido regenerados por el santo Bautismo.

Pablo continua exhortándonos como el domingo anterior (decimocuarto) no solo a escuchar y obedecer el mandato de Cristo y el cambio sustancial de vida desde la dinámica de la Fe sino también a servir de sustento para los “débiles en la Fe” es pues, imperativo categórico y de lugar acoger y no escandalizar como han de ser considerados  los bautizados que se acercan tanto a la congregación como a nuestras vidas. El testimonio se constituye en un baluarte que robustece y conforta a quienes débiles en la Fe como es natural buscan a la Iglesia. No es el rito solamente es la convicción de cada bautizado la que plasma los misterios de la salvación y les hace tomar forma y ser visibles. De lo anterior se desprende por si sola la tesis sobre la necesidad de la formación e ilustración conveniente de la Fe cristiana, nuestra conciencia debe ser iluminada por la Gracia de lo contrario tanto nuestra espiritualidad como el contenido ético-moral de nuestros actos desdibujará la presencia de Dios en cada bautizado y confirmado. El privarse de ciertos alimentos es conocido en las tradiciones tanto judías como griegas, solo por citar la cultura de los esenios, los pitagóricos y también los estoicos que encontraron en la mortificación una manera de fortalecer la voluntad humana. Sobre los alimentos y el vestuario miremos las enseñanzas evangélicas sobre la vida de Juan Bautista. Lo que debe primar es la caridad ante todos y sobre todos en la vida de nuestras congregaciones, no olvidemos una premisa, la Iglesia es un hospital para enfermos de todo tipo y quienes más le buscamos sin duda somos los más necesitados de su perdón y misericordia.

El Evangelio Mateano nos ofrece una “enseñanza ejemplo” del Señor frente a la imperfección moral de los judíos de su época, la pregunta de Pedro sobre el perdón es respondida desde la perspectiva de Dios y de Jesús. El perdón como fundamento de todo proceso de reconciliación y liberación no es una opción es una necesidad y sin su satisfacción es poco probable ser liberado o sanado integralmente. La cifra que potencia el Señor de setenta veces siete contrasta grandemente con el perdón judío que no superaba las siete veces.  El perdón es un ejercicio mutuo que involucra a los cristianos sin distingo alguno. El perdonar es fruto de la presencia de Dios en la vida del bautizado que le permite reconocer el deber moral de perdonar.

El amor de Dios está por sobre cualquier cifra sin importar su cuantía o valor. El perdón es esencialmente hablando una absoluta necesidad y sin él no se crece en la Fe cristiana. Para que el perdón se materialice el creyente debe vivirlo siempre y literalmente dejar todo aquello que puede atarle al pecado o a la enfermedad o simplemente a la perdida por mínima de paz que se presente. No es negociable eso implica que no estará solo en nuestras manos es uno de los dones de la Resurrección del Señor, así lo confiere a sus discípulos y por medio de ellos a todos nosotros. El Evangelio la escoge precisamente para ilustrar la dificultad de perdonar (aunque no sea muy alta la deuda) sino estamos identificados plenamente con Cristo y la realidad espiritual. Recordemos que el perdón es parte fundamental de nuestra experiencia con el Dios vivo. Precisamente para perdonarnos Cristo nos compró a un altísimo precio. El bien es consecuencia de la actitud de perdonar ya que sin esa condición es muy posible que el bien pierda su significación y sea absorbido por el deseo de venganza o la imposibilidad de perdonar y ser libres. La injusticia que se comete no retorna vacía se lleva consigo todo lo positivo de nuestras vidas. El denario era la moneda de plata romana acuñada desde el año 260 a.C y era considerada no solo un medio de pago sino también de poder y sacralidad. Sin duda la cifra de 100 denarios era muy alta en su época, en la actualidad equivaldría a no más de $3.570. Pesos dominicanos.

 

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