DÉCIMO-SEXTO
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 20. Éxodo capítulo 16 versículos
2-15. Salmo 105: 1-6,37-45. Filipenses capítulo 1 versículo 21-30. Mateo
capítulo 20 versículos 1-16.
Una vez más el
relato del Éxodo nos plantea una relación fundamental entre la providencia
de Dios y los fenómenos naturales, todo ello para proveer de sustento al pueblo
en el desierto, también podemos encontrar que toda peregrinación y
migración requiere de una preparación particular, y en este contexto
dado el carácter agrícola de la sociedad egipcia donde se encuentra Israel
supone la necesidad de equipamientos como granos, miel, carne, agua y rutas
para optimizar el recorrido y hacer rendir las provisiones. El autor sagrado
obvia el referirse a esto último con la intencionalidad de plasmar en sus
palabras la concepción de un Dios providente tal como aconteció con
Abraham. El Texto Sagrado de Tradición se refiere a dos aspectos de la
naturaleza de la región, por un lado, el maná que es producido
por la secreción de insectos (región central del Sinaí) y las codornices que
regresan extenuadas de su migración a tierra europea particularmente en los
meses de mayo y septiembre. Estas cuestiones de índole natural dejan ver la
gran misericordia de Dios que facilita el recurso para el pueblo y
consecuentemente con la Ley que aquí se refiere al sábado (algunas líneas del
género Yahvista) habla solo de lo necesario para el día, recordemos las
dificultades para almacenar carne y otros alimentos en las muy altas temperaturas
del desierto. Lo importante es la forma como Dios cuida de los suyos
permitiéndole al pueblo reflexionar sobre el valor de los recursos de la
naturaleza para su supervivencia, es una propuesta de desarrollo
sostenido que no tiene nada que envidiarle a las actuales. El conocimiento
del pueblo es determinante para su supervivencia (Números capítulo 11 versículo
31).
Es factible que el Texto
inspirado tenga dos momentos históricos que relaciona siendo el primero de
ellos algún viaje por separado de exploradores israelitas recabando información
o simplemente de otra migración. La realidad nos dice que esa ruta era
comercial y que muchas personas y grupos nómadas la emplearon cotidianamente
(ruta que comunica Siria con el Cairo). Una vez más afirmamos que el amor de
Dios da el recurso y la habilidad para emplearlo que fue lo que sucedió con
ellos y de paso les enseña a no acaparar (daño del mercado que encarece los
precios). También encontramos figura de la santa Eucaristía y
los dones que alimentarán al nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia. No son
recursos como los que Dios proveyó en el tránsito del pueblo por el desierto
sino bienes sin límite alguno, nos referimos a la Gracia. La
justicia de Dios se manifiesta en cada una de las vivencias del pueblo de
Israel y el tránsito en el desierto se convierte en una etapa de
noviazgo con Dios necesaria para madurar y fundamentar su opción por
el Dios revelado. Israel apenas se está conformando como nación y pueblo y la
experiencia en el desierto busca esa madurez necesaria para asumir tanto la Ley
como sus preceptos y compromisos.
El Apóstol
Pablo muestra su interés en el crecimiento
espiritual de las iglesias y particularmente de quienes están en contacto con
él en Filipos. La ganancia es el encuentro con Cristo y solo así tiene
sentido todo lo que el apóstol ha vivido, y su anuncio esperanzador ubica en el
mismo contexto a quienes como él siguen a Cristo. Los sufrimientos y las
persecuciones son consecuencia inmediata del anuncio y tales consecuencias son
de supremo valor para el bautizado que paulatinamente se identifica con Cristo
e incorpora todo lo vivido a la justicia de su Fe y espiritualidad. El creyente
no es el mismo una vez que decide aceptar a Cristo como su Señor y Salvador.
Deja ver la necesidad fundamental de la formación y el acompañamiento
espiritual en la congregación, la misma que no solo necesita activarse en el
hacer sino y sobre todo en el creer y en el amar. La vida congregacional
reclama la presencia de Cristo y la refleja en las enseñanzas de la Iglesia,
particularmente en la instrucción de los diferentes ministerios
congregacionales y en la inclusión de la Palabra (estudios bíblicos) de esta
manera es factible crecer. Pablo nos exhorta a vivir literalmente del Evangelio
como la Carta Magna de nuestra nación que es el Reino de Dios y cada bautizado
como ciudadano de esta realidad redimida y llamada a la futura inmortalidad.
Los santos PP. de la Iglesia desprenden esta afirmación del versículo (27). “Lo
que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo”. Pablo
fue perseguido y sabe que a la Iglesia de Filipo la perseguirán, pero estas
acciones negativas se convierten en una gozosa Esperanza para quienes han
madurado su Fe. Este apóstol durante sus últimos años en Roma vivió la realidad
de un proceso legal en su contra y que lo llevará al martirio.
La visión Mateana
sobre la justicia de Dios sobrepasa cualquier consideración que el
creyente pueda contemplar en su vida. Es por demás una luz sobre la
maravillosa equidad que Dios derrama sobre nosotros y la acompaña de
una absoluta y positiva igualdad que no lastima los intereses de
nadie, por el contrario, promueve a todas y a todos por igual sin demandar nada
que no sea necesario en cada existencia. Dios abre las puertas de
Reino (portas regni Dei) tanto a quienes madrugaron como a quienes
llegaron al final de la faena, es su Reino y solo Él conoce la Fe y entrega de
cada bautizado. De esta realidad los judíos no pueden estar ausentes ya que
ellos también fueron escogidos, pero hoy la oferta está abierta y a cualquier
hora el Reino salta en el corazón del creyente llamado a su presencia. El
sueldo depende de la misericordia de Dios y no solo de las destrezas humanas,
es decir, la salvación es oferta de amor gratuita y no meritoria de nuestra
parte.
Nadie puede forzar un
salario distinto al que se ha ganado a lo largo de su vida con cada acto
delante de los hombres y que Dios ve. El salario es un término asociado al de
jornal que expresa la justicia de quien contrata y de quien trabaja por la
cifra acordada. La bondad de Dios no es posible medirla en este tipo de
jornales sino en el corazón del creyente que hace de su vida un permanente
encuentro con la justicia de Dios. La centralidad del relato nos lleva a pensar
en la contemplación de la futura condición de quienes recibirán y otros ya
recibieron el premio de su Fe, de todos sus trabajos por ser fieles a Cristo.
La Iglesia se convierte en signo de justicia para los bautizados que unidos a
su Madre espiritual esperan ansiosos el desenlace de sus vidas vividas y
gastadas desde la perspectiva de la justicia de Dios en Cristo, nuestro
verdadero salario y paga amorosa.
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