DÉCIMO-SÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 21. Éxodo capítulo 17 versículos
1-7. Salmo 78:1-4,12-16. Filipenses capítulos 2 versículo 1-13. Mateo capítulo
21 versículos 23-32.
El pueblo se encuentra en
su última parada antes de llegar al Sinaí, las murmuraciones hablan de la
escasa provisión de agua que el pueblo tenía a la hora de emprender su
recorrido en búsqueda de la tierra prometida (expresión muy conocida en la
época aquí descrita). Es posible que como consecuencia el pueblo dudara de las
intenciones de Dios, aunque el autor se cuida de iniciar este relato con Dios
como guía del pueblo. La roca que golpea Moisés (peña) es signo de la presencia
proveedora de Yahveh que los acompaña a lo largo de su travesía, algunos
estudiosos judíos consideran que la roca acompañó al pueblo hasta el punto
descrito (Horeb) en dicho lugar confluyen los conflictos que genera la falta de
Fe y de esperanza, aunque la respuesta de Dios no se tardó en producirse. En
cuanto a nosotros diremos que el conflicto hace dudar hasta de las raíces más
profundas de la humanidad que hay en torno nuestro. Sin preparación para
emprender una empresa sin importar la naturaleza de esta, el fracaso es un
invitado ineludible, esto mismo estaba pasando en (Massá y Meribá). La
Sed que sufre el pueblo es esencialmente una metáfora que toca
las puertas de una más profunda como lo es la existencial que atañe a la vida
del ser humano y como este está construyendo su vida. Vivimos en auténticos
desiertos que limitan la humanidad a niveles lamentables y de grande
preocupación. Pidamos a Dios el agua viva que bebería la
samaritana en el poso de Jacob, pero no de su agua sino de la que brinda el
Señor. La que brotó en su costado justo después de morir en la Cruz.
El Apóstol Pablo
interesado en la comprensión de la naturaleza del sacrificio de Cristo sitúa a
su comunidad de Filipos en el contexto de la renuncia del Señor y así lo
presenta en el (versículo 7) “Sino que se despojó de sí mismo, tomando
condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre”…Los santos PP. Consideran que es una alusión directa a
la Encarnación, en la que el Verbo de Dios asume la condición humana como
“renunciando” a su gloria de Hijo de Dios, solo Dios puede amar de esa forma
tan profunda cuyo abismo nadie conoce. No podemos conocer la magnitud del
sacrificio de Cristo si antes no confesamos que es nuestro Dios. Pablo alude a
la Kénosis solo el amor como dijimos es tanto obra como absoluta
renuncia. Nos exhorta a vivir de ese amor cuyo modelo perfectísimo es el propio
Jesús. El cristiano hace su propia Kénosis en la existencia de
renuncia ante lo que el mundo propone que no considera ni por un minuto la
exaltación de Dios y solo acoge los modelos superficiales que pretende vivir y
emplearlos en construir su felicidad. Cristo se humilló a sí mismo, Cristo
asumió la carne y sus flaquezas no pecando, pero si soportando sobre si
nuestras debilidades propias de la condición que Él asumió y cargo hasta la
Cruz. El Nombre de Dios en su adorado Hijo alcanza la más grande
expresión en su poder y es precisamente la Resurrección esa ratificación. Luego
percibimos la visión de Pablo sobre la totalizante Soberanía del Resucitado que
lo expresa en categorías cósmicas: Para que al Nombre de Jesús toda
rodilla se doble en los cielos y en los abismos. Creemos, se refiere a
la existencia de la realidad tanto material como espiritual y las distintas
connotaciones que tiene esta realidad en la vida de los bautizados. Cristo está
por sobre todo tipo de existencias, tanto de este mundo físico y material como
de los fenómenos espirituales y las fuerzas que lo habitan.
El Evangelio de
Mateo nos presenta al Señor enseñando en
el Templo esto último era algo que solo se permitía el Señor sin ser Fariseo o
Saduceo. Desde luego la respuesta de esas autoridades no se hizo esperar,
aunque las enseñanzas son apegadas a la tradición, pero potenciadas por la
superioridad del gesto de Jesús por sobre el atinado ejemplo del Bautista. Su
presencia en el Templo es de índole conciliador e instructivo, es el espacio
para enseñar su mensaje y mostrar así la autoridad de quien habla bajo el
Espíritu de Dios. Recordemos que el Señor viene de expulsar los
vendedores del templo, y la higuera estéril es figura de Israel castigado y
abatido por sus pecados. Entonces en esta dirección entra en el templo
y genera un cuestionamiento apenas natural por su presencia pero que es
manejado con tal habilidad que limita la presión de las autoridades religiosas
y logra ponerse en sintonía del Bautista como figura reciente de impacto en la
memoria del colectivo israelita. Tanto el Bautista como Jesús predican en el nombre
de Dios y sus enseñanzas son bien vistas por el pueblo. El Evangelio
se adentra en el corazón de cada uno de nosotros los bautizados produciendo una
dinámica de vida cargada de identidad en orden al reconocimiento de Dios y el
poder de su Gracia. Nosotros sabemos con qué autoridad predica
el Señor y somos sus testigos en un medio hostil que rechaza su mensaje por
buscar como en el desierto la felicidad en cosas que solo llenan los sentidos y
el vientre. Debemos hacer el trabajo en el momento en el que el Señor nos llame
a su servicio sin mediar oposición alguna. Somos bautizados, es parte viva de
nuestro Pacto Bautismal. Es por demás la razón de ser en el espacio
vital en el que nos encontramos. Es mostrar a Dios vivo entre
nosotros y compartirlo así con quienes nos rodean o gastan sus vidas a nuestro
lado…
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