PRIMER
DOMINGO DESPUÉS DE LA EPIFANÍA. Isaías capítulo 43 versículos 1-7. Salmo 29. Hechos
de los Apóstoles capítulo 8 versículos 14-17. Lucas capítulo 3 versículos 15-17
y 21-22.
El
profeta inicia este capítulo (43) con un gran mensaje de
salvación y con bellas palabras describe el propósito amoroso de Yahveh. Aquí no solo puede referirse en ambiente
festivo, a las distintas deportaciones
de que fue objeto el pueblo de Israel sino que es una declaración de la
universalidad de la Gracia actuando para nuestra salvación y rescate. Solo Dios
libera a los suyos de todo tipo de ataduras y da la victoria total sobre nuestras
batallas personales. El lenguaje está cargado de dulzura como quien posee
familiaridad e intimidad con quien comparte estas palabras, aquí la intimidad es espiritual y desemboca
en la vida sobrenatural que hay en nosotros por el santo Bautismo.
Isaías tiene claro que el
rescate es solo posible bajo la guía de los designios de Dios sobre la
humanidad y esto no posee fecha o tiempo particular obedece al ser creyente por
antonomasia. Las ciudades y regiones nos ubican en el continente africano con quien Israel estrechó
vínculos en tiempos anteriores. Esto es signo de universalidad y también de una
garantía tacita de Dios al ofrecer a todos los pueblos la Buena Nueva de su
Adorado Hijo.
Somos propiedad de Dios,
pero una propiedad con voluntad propia lo que sin duda nos debe mover a creerle
a Dios por amor y nunca por temor o interés.
La declaración del profeta es un acto de Fe en la manifestación amorosa de Dios
y tal manifestación es liberadora así como afirmante de nuestra vocación salvífica.
Dios es el Salvador en una connotación como nunca antes se había dimensionado
en el pueblo hebreo. Tal afirmación es fruto de su presencia en medio de los
suyos tal y como se revela en la vida espiritual de cada bautizado. Dios reúne a
los suyos sin importar las vicisitudes que estos atraviesen. Dios agrupa
amorosamente en la Madre Iglesia a todos sus hijos adoptivos. Es pues la esperanza un ingrediente intrínseco
a esta declaración Isainiana.
El
Salmo 29, El Señor de las tormentas como es designado por título
este Salmo, corresponde a una de las manifestaciones comunes en la literatura rabínica,
es decir, son temas consultados siempre a la hora de construir símbolos sobre la presencia justiciera de Dios
a favor de su pueblo. La paz la trae
Dios a los suyos y es una manifestación de su poder amoroso que no media con el
pecado y que expulsa a la desesperanza. En la manifestación cultica de
Israel encontramos que los hijos de Dios, era nombre dado a los Ángeles y a las
cortes celestiales que como en la tierra rinden culto al Dios viviente. Existe
pues un bello paralelismo que une la liturgia de la Iglesia con aquella Adoración
que rinden las cortes celestiales al Dios Todopoderoso. Esto último nos permite
afirmar el valor de nuestra liturgia y de paso recordar que somos una Iglesia
que posee un calendario litúrgico para todos los días del año eclesial y civil.
La Historia de Salvación es fruto precisamente de esa concepción de Dios presente
en el tiempo sin ser tiempo, pero de esta manera asume para nosotros el valor
totalizante de su amor liberador, sanador y restaurador de la condición ideal (original) en la que fuimos creados.
Los
Hechos de los Apóstoles nos indican con total claridad algunas
de las acciones litúrgicas de la Iglesia primitiva, aquí la imposición de manos
como tal y como parte de un rito primitivo evoca la presencia eficiente del Espíritu
Santo en la vida de los creyentes. La Madre Iglesia por medio de los Santos PP.
vio siempre alusión a la “Confirmación”
que hoy supera la definición histórica de “Rito
sacramental” al asumir la Iglesia su carácter irrepetible y siguiendo las
declaraciones de los PP. como Agustín de Hipona que puntualmente afirma: “Existen
tres sacramentos que no necesitan ser administrados de nuevo porque imprimen carácter
a los cristianos a saber: El Santo
Bautismo, la Confirmación, y el Orden Sacerdotal”. Para los apóstoles era
claro que la presencia de Dios por medio de las acciones culticas recreaba la
Voluntad salvífica en los creyentes y que tal afirmación era consecuente con la
voluntad humana de ser salvados.
Ellos reafirmaron su Fe y
vocación gracias a la presencia viva del Espíritu de Dios por medio de sus
Dones y Frutos explicitados en la multiforme manifestación de los Carismas eclesiales.
Dos acciones litúrgicas del presente que nos guían al encuentro amoroso del
Dios revelado. Esta visión eclesial es vital en la edificación de la Fe de la
Iglesia que se materializa en la Fe y vivencias de cada uno de sus hijos los
bautizados.
La Verdad que se revela literalmente se conjuga en los escenarios
donde el bautizado y confirmado vive su existencia. Una revelación histórica
que comporta un compromiso de siempre actualizar la Gracia bautismal y testimonial
de la Fe eclesial mostrando al mundo la madurez de los bautizados y conscientemente
su adhesión a Cristo y su Iglesia. Cada uno de nosotros está llamado a realizar
en su vida el mandato amoroso de Dios por medio de su Adorado Hijo y este
mandato no podría tener eco sin la Fe de la Iglesia constituida en cada bautizado
y confirmado.
Lucas
nos presenta el testimonio del Bautista
(Precursor) que ratificando la naturaleza de su misión pone sus ojos en el
Salvador y Redentor y lo hace manifestando
la raíz de su accionar en medio del pueblo. La humildad del Bautista
solo es posible cuando el corazón acepta sin condiciones a Dios y su Voluntad,
aquí la dignidad es fruto de la Fe y no de los reconocimientos y categorías del
mundo. El poder de la Gracia pude transformar la existencia de los bautizados y
confirmados pero para ello necesita plena disposición para dejarla actuar.
La voz que se escuchó una
vez el Señor recibe de Juan un signo bautismal de solidaridad con nosotros,
afirma su condición mesiánica y origen Divino. Más allá de toda recreación literaria
es una posibilidad de relacionar la revelación
con todos los acontecimientos históricos descritos en la vida del Señor.
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