SEXTO DOMINGO DE
PASCUA. Hechos de los Apóstoles capítulo
17 versículo 22-31. 1 Pedro capítulo 3
versículo 13-22. Juan capítulo 14 versículo 15-21.
"15. Si me amáis,
guardaréis mis mandamientos; 16. y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito,
para que esté con vosotros para siempre, 17. el Espíritu de la verdad, a quien
el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le
conocéis, porque mora con vosotros. 18. No os dejaré huérfanos: volveré a
vosotros. 19. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros si me
veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. 20. Aquel día comprenderéis
que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. 21. El que tiene
mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me amé, será
amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.»"www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/juan/14/
Pablo visita al Areópago
o colina de Ares es un monte situado al Oeste de la Acrópolis de Atenas sede
del consejo de la ciudad hasta el siglo V de nuestra era. Pablo observa la
policromía religiosa y como las deidades eran el centro de sus reflexiones.
Encuentra una inscripción dedicada al “Dios desconocido” y les anuncia la
existencia de Cristo y como ellos aun sin conocerlo en figura le adoraban. Su
plática gira en orden a la exaltación del Dios Creador, Trascendente y
Subsistente por antonomasia desligándole de la realidad humana que fabricaba
ídolos y dioses según la necesidad de la ciudad o la persona. La imagen de Dios es el ser humano y de esta
forma revela lo absurdo del culto a los ídolos.
Asume la relación esencial entre Dios y nosotros porque en sus palabras
lo contemplamos así: Pues en él vivimos nos movemos y existimos relación
imposible de asumirse desde la perspectiva de una divinidad griega o ateniense
que es lo mismo. No olvidemos que Pablo fracasó totalmente en su intención por
lo que más tarde quitará todo adorno en sus predicaciones al referirse a los
griegos. Pablo buscó mostrar la cercanía de Dios con el pueblo y como la vida
en todas sus formas era consecuencia de su accionar. La Fe en Dios es
patrimonio donado por su Gracia y como tal es nuestro papel configurar nuestra identidad con su amor y misericordia. Dios no es desconocido lo manifestamos en
cada experiencia de amor compartida y vivida auténticamente. Nosotros estamos llamados a revelar en
nuestras vidas a Dios y no reflejar
ausencia de Dios en experiencias totalmente contrarias a la caridad o el
respeto por nuestro prójimo y su entorno. El amor es la fuente más grande de
revelación de Dios en nosotros. El Hiponense lo manifiesta de la siguiente
manera: “Si deseas conocer a una persona no le preguntes cuánto sabe o conoce,
sino que ama”. Solo el amor hace de Dios el conocimiento por excelencia. Quien
no ama vive encadenado por la ausencia de amor en su vida. Somos y seremos
verdaderamente libres cuando el amor sea pleno en nuestras vidas y su lenguaje
hable con absoluta claridad sobre nuestro Dios.
La reflexión de Pedro es
una bella confesión primitiva de Fe en Cristo resucitado y una manifestación de
su profunda experiencia con el resucitado. La justicia de la que habla Pedro la
brinda la Fe en Cristo y es un atributo de la Gracia para quienes comprometidos
viven de forma coherente sus vidas. Nuestro modelo es Cristo y solo su ejemplo
educa nuestras vidas y su contenido espiritual. Los rituales de purificación
que señala el apóstol nos indica que está pensando en la purificación o baño
ritual que desde el diluvio es signo de la purificación exterior pero que en
nada asume frente al espíritu. Ya no es la reflexión sobre la Ley Mosaica sino
sobre la conciencia y es Dios quien en su misericordia la concede al creyente.
Sin una conciencia limpia es imposible crecer y explicitar en nosotros la imagen del Dios vivo como predicó el propio Pablo en el Areópago. Nuestra
vivencia del Bautismo es clave puesto que ella a diferencia de los rituales de
purificación judíos ejerce su influjo salvífico en nosotros sin limitación
alguna. Sin duda el versículo 21 y 22
está orientado a los que se preparaban para el Bautismo y de paso amonesta en
nosotros la vivencia de nuestro Pacto Bautismal.
El Evangelio de Juan
centra toda su atención en el dialogo de Jesús con sus discípulos y como se
constituye en una paradoja frente al lenguaje del mundo. Jesús no será visto
por el mundo, no será visto por quienes le condenaron a muerte o por el sistema
religioso de Israel o político de Roma, pero si será visto y amado por sus
discípulos. Sera contemplado por la Fe y la oración como por la meditación de
su Palabra, y los discípulos se convertirán en sus testigos en un mundo que no
puede verlo pero que sabrá de su existencia por la obra de la Iglesia. El Espíritu Santo le revelará particularmente
en la ministerialidad de la Iglesia lo que se reflejará en la instauración de
la Era del Espíritu Santo y de sus eones de Gracia en la vida del bautizado.
Reafirma una vez más su presencia en cada creyente (Inhabitación de Dios en el
bautizado) Pablo tomará estos fundamentos en su doctrina sobre la Gracia y la
existencia humana como templo de Dios que expresa la sacralidad de la vida.
Jesús nos muestra una analogía bien interesante al manifestar que las
relaciones de su Ser Divino con el Padre son modelo de las relaciones que vive
con sus discípulos. La Inhabitación de la SS. Trinidad transformará la vocación
salvífica del creyente por el amor del resucitado y la Gracia que la vida
sacramental deposita en cada uno de nosotros. Demos pues testimonio de Cristo
en el mundo para que el mundo le conozca y pueda ser trasformado por su amor
misericordioso. No somos testigos oculares, pero si testimoniales, es decir,
por medio de nuestras vidas.
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