SEXTO DOMINGO DE
PASCUA. Año B. Hechos de los Apóstoles capítulo 10 versículos 44-48. Salmo 98.
1 Juan capítulo 5 versículos 1-6. Juan capítulo 15 versículos 9-17.
Pedro nos ofrece una
consideración escenificada sobre lo que la Iglesia denomina el “Pentecostés de
los gentiles” es decir un suceso sobrenatural análogo en referencia a
Pentecostés citado al inicio de este libro. La actuación de Pedro en otras
ocasiones también por Pablo, genera crisis pasajera como lo registra
posteriormente (Gálatas capítulo 2 versículo 11) existe una justificación para
proceder así y es precisamente el poder de la Gracia que se manifiesta sobre
los seres humanos deseosos de abrazar la Fe en el resucitado, hoy podríamos
hablar de una urgencia o bien pastoral. La presencia del Espíritu Santo es
determinante para el bien ministerial de la Iglesia primitiva en cabeza de los apóstoles
y más tarde en la ministerialidad del cuerpo místico de Cristo. Tal presencia
es una muestra del amor de Dios revelado en las acciones de la Iglesia que
atenta al Señor pone a discreción del bautizado y su familia los “Medios de
Gracia” para vivir una vez más Pentecostés en su vida y entorno somático. La libertad de la acción del Espíritu Santo,
es atemporal, pero en el hoy de nuestra historia por su inspiración la Iglesia
recurre a los fundamentos y vivencias de su tradición los cuales desde siempre
han mostrado su papel protagónico en la vida de Fe del pueblo cristiano. No es
posible limitar la presencia de Dios en el creyente (Inhabitación) pero si
depende de nosotros qué tan profunda y vital sea su presencia en nuestro
Proyecto de Vida (PV).
1. Cantad a Yahveh un
canto nuevo, porque ha hecho maravillas; victoria le ha dado su diestra y su
brazo santo.
2. Yahveh ha dado a
conocer su salvación, a los ojos de las naciones ha revelado su justicia;
3. se ha acordado de su amor y su lealtad para
con la casa de Israel. Todos los confines de la tierra han visto la salvación
de nuestro Dios.
4.
Aclamad a Yahveh, toda la tierra, estallad, gritad de gozo y salmodiad…
(Versículos 1-4).
El Salmo 98, citado para el domingo VI de Pascua es una alusión directa en su cosmovisión a la presencia de Dios en el creyente y su manifestación hace que este reconozca su amor y lo convierta en aclamaciones. Cantamos porque la Gracia está en nosotros, aclamamos porque el Espíritu Santo inauguró la era salvífica con su manifestación universal. El contenido de este Salmo se siente particularmente poderoso desde el Pentateuco hasta la tradición profética. Esta Salmo es el reflejo de la alegría que produce en nosotros el advenimiento mesiánico. Para tal fin podemos consultar la escatología de la parte final del libro de Isaías (Trito Isaías) cuyo contenido refleja el sentir esperanzador del creyente. Estamos alegres porque la resurrección de Cristo cambió nuestro luto en alegría y felicidad. Estamos alegres porque se confirmó nuestro destino más allá de las estrellas. Dios entronizado en medio de nosotros, su reinado no tendrá fin.
Juan en su primera carta
(arriba citada) nos asegura que el amor de Dios se hace realidad en el amor que
sentimos y vivimos unos por otros, y que tal relación se convierte en salvífica
cuando la centramos en el resucitado. Es toda una definición de un nuevo Ethos,
es decir, de una forma madura de hacer las cosas y sobre todo de tener presente
al otro desarrollando así conciencia sobre su realidad y su existencia. Este es
el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua,
sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque
el Espíritu es la Verdad (versículo 6). Juan sin duda está haciendo una cita
conceptual sobre el Bautismo y su importancia salvífica, la misma que
literalmente brota del sacrificio en la Cruz. En su lenguaje se refiere tanto
al Bautismo como a la Eucaristía o Misa. Los pilares de nuestra espiritualidad.
Somos una Iglesia de tradición e historia y la oración es vital, pero sobre todo
la que parte de la interiorización y vivencia de estos sacramentos. Si nacimos
de Dios en la praxis tanto del Bautismo (regeneración) como de la Eucaristía
(alimento de nuestra Fe) entonces está Dios presente bajo estos signos de su
amor y misericordia.
La espiritualidad
eclesial que vivimos no altera la relación vital de Cristo y su Iglesia, por el
contrario, es un campo fértil donde hay espacio para todos los cristianos bajo
la ordenanza eclesial. En el caso nuestro es el Diocesano (Ordinario de lugar)
quien como oficial de la liturgia y guardián de la doctrina y su praxis,
legisla y protege el depósito recibido en nuestra eclesiología. El amor nos
define no por extensión sino por relación, nuestra espiritualidad acoge y protege,
pero también promueve y no siembra discordia, sino esperanza y vida
resucitada.
La visión Joanica, se
relaciona una vez más con la explicitación del nuevo determinante de relaciones
santas y en vocación salvífica, nos referimos al amor. Aquí se siente el gozo
que produce el ser criaturas nuevas, e incluso hay modelo de esa alegría que es
el propio resucitado. No hay alegría o felicidad más grande que el ser parte de
la familia redimida, que el acoger su palabra y convertirla en combustible de
vida y buenas obras que irradien al mundo con la luz de su esperanza. Desafortunadamente
el mundo (relaciones y conflictos) se opone por principio a la felicidad del
creyente ya que sus modelos son distintos en si a los ofrecidos por el
Evangelio. Cuando el cristiano se ama y a ama a quienes les rodean y construye
relaciones santas entonces el mundo se queda sin argumentos y nada de lo que
ofrece puede cambiar la realidad de relaciones iluminadas por el Espíritu de
Dios y su perenne Pentecostés…
El fruto del amor de Dios
en nosotros se convertirá en el mayor testimonio de su resurrección, la glosolalia
y otras manifestaciones de Fe y espiritualidad a partir de Pentecostés dejaron
de ser exclusivas para asumir un rol universal en la educación del bautizado,
estamos unidos en Cristo y nadie puede quedar fuera de una relación revelada. No
me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo
que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda. Lo que os mando es
que os améis los unos a los otros (versículos 16-17).
El fruto al que alude
Juan es la auténtica vivencia del Evangelio y la capacidad de ampliar el
espectro de relaciones con quienes nos rodean, la oración del bautizado episcopal
es signo de la universalidad de su Iglesia y los principios transmitidos por las
vivencias y el testimonio de hombres y mujeres que desde siempre vivieron
unidos al Señor dando muchos y santos frutos. Ella es también signo vivo de comunión
y acción en Cristo. Juan ve la conveniencia de esta relación personal y
eclesial con el resucitado, toda revelación es fruto de amistad sobrenatural
tanto personal como colectiva con el Dios vivo y trascendente. La Iglesia
edifica sus relaciones apoyándose esencialmente en las enseñanzas de su tradición
y magisterio descartando pareceres grupales y/o personales por fuera de su
contexto e historicidad.
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