sábado, 22 de mayo de 2021

DOMINGO DE PENTECOSTÉS.

 

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. Año B. Hechos de los Apóstoles capítulo 2 versículo 1-21. Salmo 104:25-35,37. Romanos capítulo 8 versículos 22-27. Juan capítulo 15 versículos 26-27; 16:4b-15.

 

La escena de Pentecostés recoge del ambiente la reunión o grupo apostólico que atentos a la oración y apegados a su rutina reciben de lo alto la Gracia explicitada en don sublime del Espíritu de Dios, con el propósito de no trivializar este fenómeno de Fe diremos que el Espíritu Santo es por antonomasia la Santidad de Dios y la fortaleza de su Trono y Majestad.  Es la Gracia manifestada aquí la que se transforma en Glosolalia para anunciar sin temor alguno el triunfo de Cristo, este es el día santo en el que los amigos del resucitado perdieron el miedo y salieron gozosos a anunciar la Buena Nueva. Los idiomas y lenguas descritas en este relato afirman también la presencia de personas de muchas naciones (Lucas describe básicamente los pueblos de las costas del Mediterráneo) en Jerusalén como sucede ahora en todas las capitales del mundo, ya es posible ver culturas y hábitos de todas las latitudes conviviendo en paz y respetando sus manifestaciones idiosincráticas. Aquí encontramos una bella alegoría a las lenguas o comunicación perdida en la torre de Babel, y hoy consumada en la Gracia del Espíritu de Dios el gran Reconciliador.

El relato de Pentecostés es también la consumación de los tiempos mesiánicos, es un poderoso signo de comunión bajo la perspectiva de la Fe en Cristo y la universalidad de su Palabra, es un nuevo ver la realidad religiosa y su llamado a ser constituida en todo el mundo. La invocación del nombre del Señor se convertirá en un sello único de los cristianos. En una marca indeleble que habla por sí sola de la Fe y compromiso de los bautizados.  Pentecostés es afirmación salvífica que se manifiesta en la revelación de la vida Trinitaria y la naturaleza salvífica de esta maravillosa revelación, es pues, desde esta perspectiva pentecostés el revelador de la Fe trinitaria de la Madre Iglesia. Pentecostés es nacimiento eclesial y dicho nacimiento brota del corazón apostólico. Hoy la Madre Iglesia nos da a luz, nos pare, por medio del Agua y el Espíritu, (significación salvífica del santo Bautismo). Hoy en este día santo la alianza definitiva de Dios con los hombres se llamará Bautismo.  Hoy reconocemos una vez más al Señor como nuestro Redentor y lo hacemos aclamando nuestra propia filiación como hijos adoptivos del Padre Dios y nacidos espirituales de la Madre Iglesia. Hoy es también Día de la Madre.

El Salmo, propuesto para Pentecostés, nos recuerda el orden cosmogónico que impera en la descripción del Génesis sobre la creación, Dios se muestra como el Salvador que revela su plan a la creación para ser esta restaurada definitivamente, los rasgos antropomórficos de la alabanza y aclamación son propios de una liturgia cósmica, de un llamado a reconocer la santidad de Dios por parte de todo cuanto existe, la voz de la creación es aquí la voz de la misma humanidad. Los Salmos son reconocidos precisamente en este contexto de aclamación y cuentan la historia de la obra de Dios. El creyente contempla con admiración los acontecimientos que hablan de Dios de una manera natural y de fácil asimilación.

El apóstol Pablo en la Carta a los Romanos nos habla de los dolores de la creación que son comparados por su intensidad y significación a los de una mujer dando a luz. Estos dolores ocasionados por el pecado generan una transición que llega para superar la condición primitiva impuesta por la desobediencia del ser humano. Es la salvación una dimensión escatológica que aguarda la consumación plena en la manifestación del Dios Espíritu Santo. Pablo insistirá en la oración constante como parte vital de esta nueva espiritualidad no fundamentada en el rito y sus leyes sino en la caridad y el amor que brota de una autentica relación espiritual.  Pablo tiene claro que la vida espiritual alimenta la concepción de una vida rescatada del pecado y la muerte y pide por un orden justo ya que la justicia se constituye en un don del resucitado y su empeño por transformar en salvífica la relación del ser humano consigo mismo y su entorno, es decir, la salvación así entendida no es un asunto estrictamente personal sino también comunitaria.

La conclusión de Pentecostés en la mentalidad paulina es bien clara, sin el Espíritu de Dios no hay posibilidad alguna de ser liberados y sanados como restaurados o regenerados, una vez más el Bautismo aparece como consecuencia lógica de la relación salvífica con el Dios Espíritu Santo. La presencia del Espíritu de Dios es por decirlo así una especie de garantía de la presencia de Cristo en la oración del creyente, Agustín de Hipona siguiendo el modelo paulino afirma que Cristo es nuestro Maestro Interior que potencia nuestras palabras y sentimientos presentándolas al Padre Dios y dándoles todo su valor y contenido. La oración es pues bajo esta dinámica signo inequívoco de salvación por la presencia trinitaria en el ser humano.

La visión Joanica, en el evangelio de Pentecostés recalca el papel fundamental del Espíritu Santo en la vida del creyente y la naciente Iglesia, de la que ellos eran su figura más primitiva. Miremos apartes del texto Sagrado de Tradición: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí” … (Versículo 26). Es sin duda alusión a la misión del Espíritu Santo, aunque nos deja ver algo de las relaciones (Procesión) de la Trinidad Inmanente, a propósito, el termino Agustiniano Patrem Principaliter, significando con ello que el Padre es el origen de todas las relaciones de la SS. Trinidad, en este orden de ideas la presencia del Espíritu de Dios está determinada a los fines salvíficos anunciados por el propio Cristo. El testimonio del Espíritu Santo se une al del resucitado dejando muy claro que la incredulidad ante los signos y esta maravillosa presencia son sin duda un pecado difícil de superar.  El testimonio anuncia con absoluta certeza el paso amoroso de la Gracia en la vida del bautizado y como este paso liberador se traduce en certeza salvífica. La misma certeza que la revelación comunica de la misión del Espíritu de Dios. No es simplemente una misión percibida desde la subjetividad humana, sino que su presencia se constituye en autentica edificadora de realidad salvífica y en vocación a la santidad.

Juan ve con alegría como la presencia del Espíritu de Dios es la Causa Eficiente de nuestra expresión de Fe más coherente y como su manifestación se constituye en amistad inhabitada por la Trinidad revelada. Hoy se hace necesario percibir bajo la categoría explicita de nuestra Fe todo aquello que inspirado por Dios contribuye grandemente al afincamiento de una relación personal con Dios sin que la emotividad hable por el creyente maduro y reflexivo. Es una lectura post-pascual de la relación con Cristo resucitado y consumador de la promesa de vida eterna. Es la vivencia del Camino, su verdad y su consecuencia inmediata, la vida rebosada de Dios en nosotros, a lo que los Santos PP. de la Iglesia respondieron como “divinización del bautizado” Solo mediante el Espíritu Santo el bautizado dimensionará en su vida cada uno de los acontecimientos salvíficos de la vida del Señor. La obra del Padre Dios es única y llega explicitada en el Hijo, y desde luego la realización plena de esta, es obra del Espíritu Santo. No es extraño pensar que, en la Providencia de Dios y su plan amoroso para nosotros, la misma creación es en sí un acto salvífico de aquel que sabe qué sucederá desde antes de la fundación del mundo y el universo. El anuncio de retorno al Padre no es comprensión tacita y literal, debemos tener presente que las relaciones trinitarias no son segmentadas y que donde esta una de las Personas Divinas allí también las demás. El Verbo de Dios vive un eterno retorno recorrido por el amor y su relación esencial con las demás Personas Divinas. Jesús nunca estuvo solo. Jesús anuncia aquí lo que sigue, una vez consuma la salvación de la humanidad y la creación entera, La guía eficiente del Espíritu Santo es la Voluntad salvífica de Dios sobre nosotros y nuestras relaciones con todo lo que nos rodea, es una relación amorosa, equilibrada y trascendente. En Pentecostés, el anuncio será asegurado por la presencia de Dios, la voz del creyente actualiza esta presencia cuando es fruto de una relación autentica y genuina, no es un escape emocional o ritualista es la confirmación amorosa de la madurez del creyente. El creyente no puede olvidar que el Espíritu de Dios no es una forma maleable emotiva, sino que es la misma Santidad de Dios que visita nuestros corazones, como bien lo expresa el canto 56b del Himnario Provisional:

“Desciende Espíritu de amor, Paloma celestial, Promesa fiel del Salvador, De Gracia manantial”.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

CAMINAMOS MOVIDOS POR LA ESPERANZA EN CRISTO.

  CAMINAMOS MOVIDOS POR LA ESPERANZA EN CRISTO.   La realidad que mueve nuestra existencia se centra en la medida de la relación con el ...