A LOS PIES DE
CRISTO EN LA CRUZ. MARTÍN LUTERO.
“Señor Jesús. Tú
eres mi justicia, así como yo soy tu pecado. Has tomado sobre Ti todo lo que
soy y me has dado y cubierto con todo lo que Tú eres. Tomaste sobre Ti lo que
Tú no eres y me diste lo que yo no soy”. Martín Lutero.
INTRODUCCIÓN.
Martín Lutero ex
fraile Agustino nació en Alemania (Eisleben) 1483 y
murió el año 1546. Su pensamiento descansa sobre la fundamentación Paulina y
como es apenas natural por su formación en la teología Agustiniana. En el año
1517 publica sus 95 propuestas para dialogar con la Iglesia bajo la
primicia de las acciones corruptas y deshumanizantes de los clérigos y en
general de su jerarquía. Esta situación se retrataba patente en el “comercio de
las indulgencias” dinero a cambio de un “rollo” de bronce para los más
pudientes y con el cual eran estos sepultados. En dicho rollo había una
absolución plenaria o total de los pecados que esta persona cometió en vida y
que según sus creadores aseguraban la salvación. Los dineros recaudados se
destinaban para la construcción de la Basílica de San Pedro y otras obras en el
Vaticano. Sin duda la cuestión que detonó la reacción de Lutero fue el ignorar
la Gracia y la Misericordia de Dios por mandatos terrenales. La sensibilidad de
este hombre sin duda estaba condicionada por su concepción de Justicia la misma
que en algunos momentos de su vida le convirtió en “escrupuloso espiritual” un
comportamiento que ralla con el trastorno psicológico. La idea de Justicia
de Dios lo motiva a responder ante los coletazos de la Teología de la Gloria
con clara ascendencia escolástica y su respuesta fue la Teología de la Cruz cuya
centralidad era la Gracia y el amor de Dios manifestado en el Verbo Encarnado
al que simplemente llama Jesús. “Por tanto, es en Cristo crucificado
donde está la verdadera teología y el conocimiento verdadero de Dios” (1).
La Cruz es también oración permanente que nos centra en el misterioso acto
amoroso de nuestra redención. Ella no solo es motivo de reverencia sino también
de meditación y confianza. Lutero sigue su formación y rechaza todo intento por
privilegiar prácticas contrarias al Magisterio eclesial. Esta postura generará
siglos después el fundamento teórico del famoso dogma de la infalibilidad
papal ante la posibilidad de ser cuestionado el Obispo de Roma.
FENOMENOLOGÍA
DEL PROBLEMA.
La definición luterana
sobre la Gracia es la misma que la producida por la Tradición y el Magisterio
de la Iglesia. La definición asume una ruta antropológica distinta al centrar
los méritos en la exclusividad de Dios y su Voluntad, no que antes no se pensara
de esa forma solo que con el teólogo alemán la condición del ser humano se liga
indisolublemente a la Voluntad de Dios rechazando cualquier práctica distinta a
la Fe en el resucitado, pero desde su connotación una expresión de Fe que no
desconoce que su materialización y antropización procede de la obra salvífica en
el bautizado. Lutero deja en el pasado la presencia de concepciones teorico-expeculativas,
que durante mucho tiempo presentaron un Dios conocido por medio de las
aproximaciones racionales de dos escuelas definidas la aristotélica y la
platónica. De lo anterior se desprende una marcada acentuación de las
dificultades que el dogma posee para enraizar en la mente humana motivada por
la praxis inmediata de su Fe y la yuxtaposición de las enseñanzas fruto de esta
rechazada especulación. La cuestión anterior se manifiesta problemática
dado que Lutero entra en crisis frente a los excesos romanos sobre las
mencionadas indulgencias que básicamente “arrebataban” de las manos de Dios el
destino salvífico del ser humano, un destino que se
independizaba de la vivencia eclesial y dejaba entrever la seudo-posibilidad de
salvación por fuera de la misericordia de Dios, negaba implícitamente la
intimación de la Voluntad salvífica del Padre o misión del Señor y como si
fuera poco relativizaba el poder de la Gracia de la que nadie se puede abrogar
el derecho de poseerla. Lutero desde esta postura asume que la calidad de vida
romana contrasta con la de las mayorías a las que debía llegar el Evangelio y
como esta manipulación politizaba el carácter institucional de la Iglesia de su
tiempo. A Dios se le observaba bajo la norma canónica lo mismo que se
formalizaba así su relación con Él.
La fenomenología de sus
propuestas son con absoluta certeza las tesis de un creyente que se interroga
sobre la relación y misericordia de Dios con la humanidad. Pero miremos algunas
de sus propuestas con relación a la nueva forma de ver la teología y como
construir una dialéctica que integre a la persona humana con su redención:
“Los amigos de la
cruz afirman que la cruz es buena y las obras (humanas) malas, porque por medio
de la cruz se destruyen las obras y es crucificado Adán que se erige sobre sus
propias obras” (1.1). Las obras de Adán para Lutero
son las acciones cuya resonancia transforman la vida en pecado o decadencia de
la voluntad del cristiano. La Cruz aparece como el nexo relacional entre la
voluntad humana afectada por el pecado y la decisión de asumir la
responsabilidad personal con la salvación. Lutero busca de esta manera quitar
de en medio la posibilidad de acciones distintas a la de entregarse por
completo a la Voluntad de Dios. Reconocemos como bautizados que la Voluntad de
Dios es eminentemente salvífica y que ella se constituye en la sola
justificación por medio de la cual el Bautismo rinde sus dones y carismas en la
construcción de una historia personal de salvación. La postura de Lutero es
clara y apegada a la intuición de su pensamiento, Dios es para Lutero el
fundamento y no se puede poseer el fundamento sin conocer la Voluntad que lo
manifiesta desde la Creación, la Encarnación, la Cruz y la Resurrección, es
decir, Lutero ve una especie de ciclos vitales en la revelación de
Dios. Las obras del ser humano no son en sí y por si fuente de
Gracia alguna pero su praxis dispone al alma para disfrutar de la
presencia esencial de Dios en su ser. Lutero habla de la Cruz en
términos salvíficos dándole figura salvífica como bien podría referirse a ella dándole
un título de índole escatológico. La Cruz no es solo el instrumento salvífico
es también la figura-símbolo de la Voluntad de Dios para salvarnos. La Cruz se
antropiza al punto de ser claramente un nexo con la realidad de la Gracia que
hace nuevas todas las cosas incluyendo al ser humano. La teología de Lutero no parte
de la definición escolástica de la naturaleza de las cosas y la humanidad, es
decir, su teología se apropia de la verdad revelada desde la Cruz. Simplemente
diremos que la Cruz supera el “mito” y se instala en la psique del bautizado
como lo hace la Sangre Santísima que la empapó, no se produce una transmutación
del elemento químico que compone la madera de la Cruz o de los clavos que lo
sujetaron a ella (Cristo) por el contrario superando el mito se instala
en la realidad de la salvación como instrumento de esta, que se convierte
en nexo realidad con la obra del Señor y su resurrección, dicho de esta
forma la Cruz en Lutero es más que un instrumento de interpretación y
definición objetiva . No podemos apartarnos de la influencia que los
escritores místicos de la Edad Media hicieron en la conciencia religiosa de
Lutero. Me parece interesante ofrecer algunas citas de Lutero que de hecho
ponen de relieve la importancia de la teología de la Cruz.
Al principio de su
hermoso Comentario al Magníficat de 1521, Lutero afirma que sólo Dios mira hacia abajo y que en cambio
el mundo y los ojos humanos miran hacia arriba: “Por el contrario, nadie quiere
mirar hacia abajo, todos apartan los ojos de donde hay pobreza, oprobio,
indigencia, miseria y angustia; se evita a las gentes así, se las rehúye, se
escapa uno de ellas y a nadie se le ocurre ayudarlas, asistirlas, echarles una
mano para que se tornen en algo; así se ven obligadas a seguir abajo, entre los
pequeños y menospreciados. Dios es el único en mirar hacia lo de abajo, hacia
lo menesteroso y mísero, y está cerca de los que se encuentran en lo profundo,
como dice Pedro: “Resiste a los altivos y se muestra gracioso con los
humildes”. Donde se ha llegado a
experimentar que hay un Dios que dirige su mirada hacia abajo y que ayuda sólo
a los pobres, a los despreciados, a los miserables, a los desventurados, a los
abandonados y a los que no son nada, allí es donde se le ama, el corazón
sobreabunda de gozo, exulta y salta en vista de la complacencia con lo que Dios
le ha regalado ... Por eso nos ha sometido Dios a todos a la muerte y ha
regalado a sus amadísimos hijos y cristianos la Cruz de Cristo, juntamente con
innumerables sufrimientos y necesidades; permite a veces hasta que se caiga en
el pecado para tener que mirar con frecuencia a los abismos, para ayudar a
muchos, para obrar incontables cosas, para manifestarse como creador verdadero. Lutero en sus reflexiones nos deja ver
la vocación de servicio vinculante de los más necesitados con su teología y
como toma forma la inserción de los más pobres en un medio social y religioso
donde la condición y el dinero definen quien se aproxima y quien es rechazado.
La Cruz en este ex fraile agustino es la que une en la tierra a los seres
humanos sin importar su condición o poder económico. La pobreza es para
Lutero la madre que lleva en su vientre todas las esclavitudes posibles y que
envilece el alma ya redimida por Cristo.
Este es el
motivo por el que ha arrojado incluso a su único, queridísimo Hijo, Cristo, a
las simas de la miseria y por el que muestra en El maravillosamente su mirar,
su hacer, su ayudar, su forma de ser, su consejo, su voluntad, así como la
finalidad que todo esto entraña… (2). La Cruz no es una mera
posibilidad de ver su pensamiento, sino que constituye en una alta proporción
una teología distinta a la razonada o especulativa. Esta distinción no es bajo
fundamento de sus enunciados que son similares a las demás escuelas teológicas,
es, en síntesis, la propuesta de una sensibilidad que no vive primicias
abstractas o fundadas en elucubraciones de índole académicas sino en una
espiritualidad que deja a solas al creyente con su Dios. Lutero no
renunció a la teología escolástica, su trabajo se centró en la materialización
de la experiencia de Fe con el resucitado. Es una dinámica distinta al
conocimiento académico, pero se fundamenta en este para no caer en
apreciaciones eminentemente personales que serían un contraste con la tradición
eclesial. La naturaleza de sus reflexiones está cargada de una dosis alta de humanidad y el deseo autentico de
desentrañar el conocimiento que durante siglos la Iglesia generó sobre su
relación con el Dios revelado. Lutero en su incesante búsqueda por los
caminos de la oración y la meditación se detuvo justo a los pies del Señor en
la Cruz. Descubrió que en la Cruz su vida y conocimientos
cobraban sentido pero que el alma desprovista de juicios académicos también
podía conocer la profundidad de lo revelado gracias a la Misericordia de Dios
que operando en las potencias del alma puede ser Luz y Guía en ese maravilloso
caminar que llamamos Fe.
Lutero no es prisionero
de sus meditaciones, por el contrario, rompe los esquemas de su época y aboga
por retornar a la fuente como el mismo lo expresaría infinidad de veces. La
Cruz es para Lutero el objeto espiritualizado más poderoso de la espiritualidad
cristiana, la considera una ruta incuestionable en el crecimiento y vivencia de
la Fe cristiana y la generadora de nexos con la trascendencia. La Cruz
se transforma en una oportunidad inmejorable para encontrar al resucitado en la
propia limitación y en el sufrimiento, ella abre las puertas del Reino dándole
sentido y valor al sufrimiento que el ser humano encarna tanto en la enfermedad
como en los distintos componentes de su existencia. La Cruz es como lo
expresamos anteriormente un nexo con la realidad sufriente de la condición de
cada persona humana cuya redención no nos exonera de las consecuencias
iniciales de una naturaleza humana empobrecida por la consabida perdida de los
dones preternaturales que acentuaron el sufrimiento y la muerte. La
condición humana encuentra en la Cruz un modelo ante el dolor y la perdida, así
como una Esperanza cierta. En la Cruz la realidad se revela como es y
no bajo figuras que en la mayoría de los casos son solo propuestas
especulativas de lo que con certeza no aprecia el corazón de los bautizados.
Para Lutero la teología debe unirse a partir de la Cruz y su experiencia real y
concreta.
Como será posible ver a
Cristo fuera de la Cruz, de su condición degradada por el peso de la misma, de
su sacrificio y vergüenza, cuando todos esperaban ver una figura poderosa de
índole monárquica lleno de ejércitos y victorias y tropiezan con un hombre
colgado de un madero. Es la raíz de la teología de la Cruz y no el poder del
Pantocrátor con el mundo y sus gobernantes en sus manos… El
apóstol Pablo en (1 Corintios capítulo 1 versículo 18) nos dice: Pues
la predicación de la Cruz es una necedad para los que se pierden, más para los
que se salvan-para nosotros-es fuerza de Dios. (3). Es
una necesidad que parte del amor del bautizado en este caso, en particular, de
quien es ordenado en la Iglesia y ratifica en la dirección de la Cruz su
ministerio. La Cruz es una locura que nos hace cuerdos es este el enunciado de
su contenido e incuestionablemente se convierte en paradoja. La sabiduría que
procede de la Cruz se funda íntegramente en la Palabra de Dios y no en
conocimientos humanos, es la forma como interpretamos el concepto luterano
sobre la sabiduría que irradia la Cruz en el ser humano que no es una sabiduría
fruto de la academia sino de la humilde confianza en el poder del amor clavado
en ella. Lutero sigue particularmente a Pablo en esta definición
(Cof. 1 Corintios capítulo 2 versículos 1-5) … (4). Donde el amor se convierte
en la potencia que expresan las palabras que llegan a nosotros bajo el signo de
la Cruz. El mayor de los milagros que acompañó la predicación apostólica se
obró en el amor y con el amor se expresaron eidéticamente hablando. La Cruz es
el nexo vital entre la vida y su intríngulis y la realidad trascendente que
compone el ser de los bautizados. La Cruz para Lutero es una nueva forma de
abordar la realidad de Fe de los creyentes, es sobre todo como lo expresaron
los místicos de su época y me refiero a Teresa de Ávila religiosa carmelita
Descalza que vivió en el siglo XVI, y cuya espiritualidad se centró por
completo en la teología de la Cruz así expresada por su inclinación a la piedad
que le producían las imágenes de “Cristo sufriente”. “Nada te
turbe” es una muestra de su poesía, la misma que brotaba de sus
contemplaciones al pie de la Cruz del Señor y posteriormente definirá sus
perícopas como reformadora en una época de persecución y gran necesidad
espiritual que al igual que Martín Lutero esta mujer es testiga de las
costumbres relajadas y poco cristianas de la Iglesia en su época.
Nada te turbe,
Nada te espante,
Todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia
Todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
Nada le
falta… (5).
Sólo Dios basta. Tampoco
le resulta grata a Dios la tristeza del corazón, aunque la permita en el mundo;
ni desea que me atormente por su causa, puesto que dice “no quiero la muerte
del pecador”, “alégrense vuestros corazones”. No quiere servidores que no
confíen en él de buena gana. Pues bien, a pesar de que soy consciente de esto,
cien veces al día me veo sacudido por pensamientos contrarios. No obstante,
resisto al diablo. (6). ingrediente que identifica Lutero con su lucha
espiritual, es sobre toda consideración una realidad que toca indistintamente
la vida y la capacidad de optar de los creyentes de todas las épocas. La
tentación no es solo un asunto de edad o género, es una constante en la vida.
La tentación es de los que optan por seguir a Cristo como bautizados o
como ministros ordenados. La tentación es sofisticada y a veces se hace
presente donde se cree es legítimo aspirar o desear. Dios se revela y sale
al encuentro del hombre en el lugar menos sospechado: en la cruz de Cristo,
lugar de escarnio, de dolor, de vergüenza, de desesperanza. Esto resulta
sumamente ofensivo para el hombre religioso de cualquier tiempo, porque él cree
que Dios se halla en la gloria poderosa y no en la miseria debilitante. Por eso
ríe, se burla y abandona a Cristo crucificado para buscar a Dios por medios y
en lugares que le dicta su propio sentido común religioso. (7). La necesidad de
cualquier índole o naturaleza no se puede descartar, ella hace parte de las
intrincadas relaciones que Lutero observa en el ser humano de su
época. La necesidad como que asiste a todas las acciones humanas desde
su creación y ahora redención.
Hemos de vivir en
el mundo, etsi deus non daretur… Dios nos hace saber que
hemos de vivir como hombres que logran vivir sin Dios. El Dios que está en
nosotros es el Dios que nos abandona (Marcos capítulo 15 versículo
34) Ante Dios y con Dios vivimos sin Dios. Dios, clavado en la cruz, permite
que lo echen del mundo. Dios es impotente y débil en el mundo, y precisamente
sólo así está Dios con nosotros y nos ayuda. (8). Es una contradicción
que Dios sufra por causa de la humanidad, su sufrimiento es real como real es
el dejarlo cada día más afuera de la sociedad y de las costumbres de la cultura
moderna. La Cruz aparece en todas las reflexiones que nos conducen a Lutero
y no es posible siquiera imaginar una concepción salvífica que no partiera para
Lutero precisamente de ella. La Cruz precede las acciones de los profetas y
personajes relevantes de las Sagradas Escrituras. La Cruz da forma a la noción
de sacrificio que experimentaron en potencia estos personajes. La dinámica que
parte de la Cruz es tan poderosa que arrodilla literalmente al bautizado en su
comprensión y vivencia. Para Lutero la configuración de toda espiritualidad en
la vida del creyente se alimentaba de la Cruz y su mensaje lleno de Esperanza
como de expectación nos obliga a vivir de cara a su realidad. Hace eco de las
palabras del Señor cuando nos invita: Entonces dijo Jesús a sus
discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí
mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá,
pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿de qué le servirá al
hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a
cambio de su vida?” (9).
La realidad que aprecia
Lutero está matizada totalmente por la presencia salvífica que brota de la Cruz
e incluso de la opción que el bautizado hace por ella, siendo la Cruz tanto su
identidad como su fundamento y espiritualidad. De la Cruz brota la luz
suficiente para caminar en medio de nuestra realidad y poder ver con absoluta
claridad el mundo y su intríngulis. La luz de la Cruz iluminó el caminar de
Lutero al punto de buscar afanosamente la realización de su ideal como
cristiano. A Dios lo encontramos precisamente en la Cruz donde la
debilidad se convierte en fortaleza. La vida que asume el cristiano le
lleva a experimentar muchas situaciones que sin duda definen mucho de su forma
de ser y vivir. La búsqueda de la trascendencia parte de la misma entrada de
ella en la historia. Cuando el Señor cargó la Cruz “puso” literalmente sobre
ella todo el peso de la humanidad. Una carga que solo es comprensible desde la
gran experiencia de amor por la humanidad, es decir, solo amando era posible
llevar tamaño peso y compromiso. La Cruz rompe los estereotipos de todo
mito en orden a su contenido y significación, ella que para unos era escándalo
y vergüenza, para Cristo es prueba de su amor por nosotros. Necesitamos
retomar la Cruz y darle dirección a nuestro ministerio plagado de dificultades
y en muchos casos lleno de intereses no relevantes. La Cruz nos
invita a mirar desde su altura lo que nuestros sentidos perciben y atesoran
desde la comodidad de nuestros distintos desempeños.
BIBLIOGRAFIA.
(1). Tesis. Propuestas #
20.
(1.1). Tesis. Propuestas
# 7.
(2). Lutero, M; El
Magníficat Traducido y Comentado Obras (edit., T, Egido) Editorial Sígueme.
(3). Biblia de Jerusalén,
Edición Española, dirigida por José Ángel Ubieta; DDB, 1975.
(4). Biblia de Jerusalén,
Edición Española, dirigida por José Ángel Ubieta; DDB, 1975.
(6). (La teología de la
cruz en Lutero) “Charlas de Sobremesa”, no.36, p.429.
(7). Cof: “Lutero: la
Teología de la Cruz” en Theologica Xaveriana, no 66 año 33, enero-marzo, de
1983, pp, 71-80, p. 74.
(8). Dietrich Bonhoffer,
Carta desde la prisión de Tegel, del 16 de junio de 1944, Editadas por
Eberharrd Bethge, traducción de José J. Alemany, Salamanca, 2001, p. 252.
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