viernes, 13 de diciembre de 2019

RECURSO PARA UNA PREDICA. III DOMINGO DE ADVIENTO...


III DOMINGO DE ADVIENTO. Isaías capítulo 35 versiculos 1-10. Salmo 146:4-9. Santiago capitulo 5 versiculos 7-10. Mateo capítulo 11 versiculos 2-11.

Uno mayor que el Bautista:

2. Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle:3. ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?4. Jesús les respondió: Id y contad a Juan lo que oís y veis: 5. los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; 6. ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí! 7. Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús a hablar de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?8. ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes. 9. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta. 10. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino.11. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él.
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Aun el propio Bautista queda extrañado por el tipo de manifestaciones del Señor ya que en su cultura el mesianismo tendría que ser distinto a las obras de Jesús. Una realidad plasmada por Jesús que no se compadece de los presupuestos nacionalistas de los judíos sometidos a potencias extranjeras por más de 600 años. El Mesías llega rompiendo todos los esquemas posibles, se adentra en la consideración personal del otro como parte vital de cada uno de nosotros, desarrollando una idea bien amorosa y fraterna sobre el próximo o prójimo. Identificar al Señor no se hará desde la doctrina judía sino desde la concepción del amor como el eje motivacional de toda obra buena. El Mesías llega anunciando su presencia en el corazón de los demás. Respondiendo a una situación de injusticia personal y social que dejaba a los más pobre en absoluta vulnerabilidad. El Bautista atento a su praxis de Fe y justicia espera ansioso ver al Redentor y aun él mismo no conoce la dimensión de la obra de Jesús. Los signos mesiánicos son propios de un anuncio desde el conocimiento Escrituristico desarrollado por todo el pueblo de Israel.

Los más pobres de entre los pobres son en potencia evangelizados por la obra de Jesús y su atención será puesta aprueba muchísimas veces. El proceder posterior de Jesús es la prueba reina de su tiempo mesiánico y como esta realidad tocará la conciencia religiosa de todo el pueblo y con el tiempo del mundo entero. El Evangelio sale de sus palabras y nuestras acciones ratifican que debemos estar de parte de los sufrientes y menesterosos, aunque esto último sea verdaderamente difícil. Los necesitados serán pues el receptáculo de la Gracia en los comienzos del anuncio salvífico. El propio Señor nos recuerda por medio de sus obras que Dios el Padre eterno es el Dios y Padre de las familias y toda la creación. Los pobres son también sus hijos y como tal llega la respuesta del Salvador del mundo.

La obra divina llega a nosotros y a toda la humanidad mostrándonos su propio tiempo para actuar. Encontramos el tiempo del anuncio del Bautista ligado intrínsecamente con Abraham y Moisés y los demás personajes del (A.T) pero dejando en claro que el bautizado solo por el hecho de serlo será aún mayor que estos personajes de renombre en el (A.T) La relación cercana de Cristo con el creyente le hace participe de su Reino y si hablamos de relación entonces tendremos que asumir que tal relación solo es posible sobre la praxis de una auténtica experiencia con el resucitado. Las palabras son un indicador de la profundidad de su contenido y más que ellas, las acciones coherentes de los bautizados. El Bautista vivió su coherencia como uno que espera enfáticamente vivir según el contenido de sus creencias. El Bautista vivió en un tiempo conflictivo y no por ello perdió el norte de su experiencia de Fe.  El signo de su bautismo es simplemente un llamado de atención desde una perspectiva moral en el acontecer de los judíos, pero el Bautismo de Cristo es la ratificación de una intención salvífica.

Todos los bautizados nos constituimos en mensajeros de Cristo con nuestras vidas al servicio de su Palabra y viviendo realmente como quien espera confiado y no dormido un Reino. Tal actitud de vida dará sus frutos en nosotros y en nuestro entorno. Saber esperar implica saber actuar en orden a su Reino, el creyente es y será más en Cristo, pero solo cuando vive radicalmente su opción de Fe y todo el contenido transformador de su espiritualidad. El apóstol Santiago, desde este enfoque insiste en la paciencia constructiva ante las dificultades de la vida y cómo estas pueden hacer perder de vista el objetivo realizable del Reino de Dios. La caridad que brota de la vida en Cristo es tan poderosa que puede ella sola, cambiar o transformar la realidad presente. La ausencia del amor como factor de vida y acción es sin duda el mayor obstáculo del Reino para ser realidad concreta en nosotros. Estamos aguardando y esa consigna es un aliciente para vivir auténticamente la esperanza cristiana. El mundo tiene sus propios afanes y sus “caducidades” el amor, por el contrario, no tiene fecha de expiración. El juicio que se adelanta se argumenta por si mismo en la autoridad del tener antes que el ser y el poseer como fin último de la vida y obra de los bautizados no es ni puede ser, hay entre nosotros quienes buscan ser reconocidos, pues tal actitud ya recibió su paga. Santiago tiene muy claro que el orden y su estética se traducen en una vida sobrenatural plena que en Cristo alcanzará su más absoluta plenitud.  La enfermedad como condición unida a nuestra humanidad puede ser agravada por la injusticia o vida vacía de quien la sufre. La Gracia puede por el contrario transformar la debilidad en fortaleza y la esclavitud en perfecta libertad.

El profeta Isaías fiel a su estilo nos muestra tanto el castigo como la bendición de lo que implica el actuar coherentemente y sobre todo el saber esperar de Dios la realización de toda obra y vida ordenadas. La consecuencia del pecado no solo desestabiliza a la persona, sino que afecta negativamente su entorno. Esta condición es solo anulada por la obra salvífica de Dios que se convierte dialécticamente en la Gracia. Tal acontecer de Cristo en nosotros puede hacer de los tiempos una oportunidad inmejorable para fortalecer neutra relación con su Ser de Dios. La esperanza aflora siempre en todo proceder y es un mandato supremo el actuar conforme al valor del amor de Dios en nosotros y la experiencia que de ese amor tenemos. Este tipo de mensaje de retribución puede ser visto desde la perspectiva escatológica y lo cierto de ello está precisamente afirmado en la obra de la Gracia en nosotros. Las manifestaciones excepcionales de este orden y retribución no puede ser el factor decisivo en la praxis de nuestra Fe. El recibir de Dios una gracia no implica que esa gracia sea la que debe mover nuestra expresión de Fe. El amor es confiado y nunca busca una retribución que no sea el amor mismo. El orden de cosa y su estatus es una responsabilidad de los bautizados conforme su experiencia con el resucitado. La praxis de una espiritualidad madura nos permite aguardar en el dinamismo de nuestra vida su cumplimiento futuro. Estamos viendo el camino y conocemos donde llegar. La visión Isainiana parte de la gratuidad de Dios sobre su pueblo y como este amor gratis no es reconocido o aceptado por todos sino por algunos marcando una clara alusión a ritmos espirituales en la vida de los bautizados del presente.



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