viernes, 28 de julio de 2023

NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.

 

NOVENO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Génesis capítulo 29 versículos 15-28. Salmo 105:1-11, 45b.  Romanos capítulo 8 versículos 26-39. Mateo capítulo 13 versículos 31-33, 44-52.

 

La escena que nos describe el Génesis involucra a Jacob, a Labán padre de Lía y Raquel (la menor) esta recreada en el género Yavista y muestra parte de las tradiciones matrimoniales en el pueblo hebreo. Estas tradiciones eran vinculantes y aseguraban que la unión esponsal fuese clave para la preservación de la familia (clan) y sus posesiones económicas, particularmente la tierra, los esclavos y el ganado. El trabajo durante siete años aseguraba la liberación de una promesa o deuda y eso significaba la absoluta libertad, de allí a que el tiempo se sumara y Jacob pudiera contraer matrimonio con las hermanas. La tradición antigua permitía esta práctica para tener más posibilidades de legar herederos y compartir la sangre que en últimas era el documento legal viviente de toda posesión material. Las celebraciones o fiestas duraban siete días como lo deja intuir esta escena. Estamos enfocados en la línea de esta literatura patriarcal y sin duda que posteriormente el relato nos mostrará quizá la forma y figura en potencia de las 12 tribus de Israel reflejadas en los 12 hijos de Jacob que aparecerán más adelante en el Libro Sagrado de Tradición (Gn). Pues este relato es bien interesante porque nos ofrece algunos datos sobre estas tradiciones y especialmente sobre la forma como las costumbres expresaban el legado cultural adquirido de otros pueblos particularmente de Mesopotamia.  Estos elementos asimilados fueron incorporados posteriormente a la Ley Mosaica desde luego objetivando su significación.

El apóstol Pablo en la Carta a los Romanos expone la madurez de su fe o experiencia con el resucitado. La fe es el producto de la presencia de Dios (Inhabitación) en el ser humano y Pablo privilegia esa presencia por sobre cualquier otra consideración. La madurez espiritual nos ubica en camino de la definitiva transformación como él mismo lo argumenta: Pues estoy seguro que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro… (versículos 38-39) en esta dinámica la consecuencia de la relación salvífica es la configuración de una nueva creación de dinámica escatológica distinta a la realidad del presente ya contaminado y reducido a su mínima expresión por el pecado y sus estructuras. La imagen de la perfección de Dios es precisamente su adorado Hijo. La escatología deja ver el futuro de ese nuevo creyente potencializado por la gracia hasta alcanzar la perfección de su relación con Cristo… recordemos que solo Cristo posee la plenitud de la imagen de Dios Padre y que las huellas de esa maravillosa Imagen en nosotros fueron opacadas por el pecado. Si nuestra fe se afirma en Cristo será imposible que las fuerzas hostiles de esta realidad contaminen nuestra fe y experiencia de vida cristiana.  La fuerza del Bautismo nos permite vivir anticipadamente revestidos de la condición de gloria revelada en Jesucristo. Nuestro mundo material sufre las consecuencias de nuestro accionar de pecado y no solo se queda allí, también toca a la naturaleza que como vimos el domingo anterior sufre por el influjo de nuestro pecado.   La vida a partir de la presencia amorosa de Dios ofrece la liberación y la felicidad que solo los hijos de Dios entienden y comparten.

Mateo en su Evangelio tiene presente que el Reino de Dios es “modesto” en sus comienzos pero que como la semilla de mostaza crece hasta alcanzar la plenitud en la vida del creyente. Quienes optan por el Reino hacen una renuncia y ratifican su voluntad de trabajar por su instauración.  Las parábolas traducen en lenguaje sencillo la puesta en escena que revela las intenciones de Jesús en su ministerio y predica. Mateo presenta una secuencia de parábolas que sin duda no fueron anexadas de igual manera por la fuente original, pero para la ilustración del mensaje convenía distribuirlas de esta forma.  Es pues la oportunidad de argumentar una enseñanza que se concatena con otras de su misma naturaleza. Mateo piensa en el Reino de índole mesiánica, es decir, del cumplimiento implícito de la promesa y Jesús complementa esta percepción llevándola a un extremo. Tal postura es garantía de la secuencia necesaria para los fines del anuncio del Reino de los cielos del cual Él es la centralidad. El Espíritu de Dios se manifiesta en la voluntad de Dios porque todos conozcan su Palabra y puedan discernir su contenido salvífico. La opción por el Reino es una realidad y a partir de esa primicia se escogerá a quienes lo dejaron “todo” por caminar en esa dirección. La radicalidad es también fruto de la presencia del Espíritu de Cristo en los bautizados. Recordemos una primicia que llega a nuestra fe desde el Éxodo del pueblo: Dios es un Dios diferente y por eso debemos ser un pueblo, una Iglesia diferente. Pues la diferencia la hacemos desde nuestro seguimiento de Cristo y dándole el lugar que su Palabra y enseñanzas merecen, es decir, el centro y motor de nuestras vidas…

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