SEGUNDO DOMINGO DE
ADVIENTO. Isaías capítulo 11 versículos 1-10. Salmo 72:1-7, 18-19. Romanos
capítulo 15 versículos 4-14. Mateo capítulo 3 versículos 1-12.
1. Por aquellos días
aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2. Convertíos
porque ha llegado el Reino de los Cielos 3. Este es aquél de quien habla el
profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el
camino del Señor, enderezad sus sendas.4. Tenía Juan su vestido hecho de pelos
de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y
miel silvestre. 5. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región
del Jordán,6. y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus
pecados.7. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les
dijo: Raza de víboras, ¿Quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? 8.
Dad, pues, fruto digno de conversión, 9. y no creáis que basta con decir en
vuestro interior: Tenemos por padre a Abraham; porque os digo que puede Dios de
estas piedras dar hijos a Abraham. 10. Ya está el hacha puesta a la raíz de los
árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego.11.
Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más
fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego.12. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era:
recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se
apaga. https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/mateo/3/
Mateo en su Evangelio hace eco de la misión
del Bautista y como su condición de “consagrado a Dios” o Nazareo (aquellos que
hacían voto a Yahveh y lo manifestaban por medio de sus penitencias y forma de
vida renunciando al mundo) le exigía vivir de una manera muy particular, sin
duda que esto le trajo problemas con los fariseos que no aceptaban tradiciones
que no se reflejaran en las Sagradas Escrituras, es decir, con un fundamento
presente en su contenido. De entrada, el Precursor del Salvador se muestra muy
distinto al estereotipo del israelita promedio. Podríamos decir entonces, que
quien le cree a Dios en su vida actuará y vivirá de una manera distinta a como
el común denominador de su entorno social incluso familiar está acostumbrado a
hacerlo. El desierto puede llegar a nosotros cuando nuestro estilo de vida no
da los frutos esperados o necesitados. En la espiritualidad judía el desierto
era el lugar de encuentros y grandes retos. así como dificultades. Hoy hemos
trasladado esta figura hasta sumirla como una condición espiritual. Nuestra
conversión personal es la única capaz de reconocer la senda por la cual Dios quiere
que transitemos. No es tarde nunca para caminar bajo la guía de la Gracia de
Dios. No es tarde para corregir nuestros errores, no es tarde para vivir como
hijos del Padre Dios.
Confrontarnos con la
verdad revelada en las Sagradas Escrituras siempre traerá dificultades, pero
tal realidad nos permite crecer y madurar en la opción de nuestra Fe como
bautizados, cada uno por medio del santo Bautismo se consagra a Dios. Este acto
de consagración lo sellamos por medio del Pacto Bautismal cuya fuerza nos da el
valor para vivir conforme a las enseñanzas de Cristo y su Iglesia. Renunciar al
mundo ya no necesita ser tan literal como en la vida monástica, pero si
requiere de nosotros saber quién es el soberano de nuestras vidas y no vivir
como desea que vivamos el mundo y sus insatisfacciones. Estamos pues ante un
dilema que de no ser manejado desde nuestra perspectiva de Fe podríamos caer en
el indiferentismo que tanto perjudica la vida sobrenatural en los bautizados de
este siglo. El Bautista salió de su vida penitente para encontrar al Señor y
proclamarlo a sus hermanos, esto es, a su entorno social, cultural, político,
económico y religioso. Hoy podemos ser precursores de Cristo si vivimos como se
vive en relación amorosa y fraterna, si nosotros queremos ser cristianos y
vivir conforme a nuestros pareceres personales entonces nada será posible. La
verdadera transformación de nuestro entorno solo puede partir de nuestra
renovada visión del mundo y la vida en todas sus formas. Ser criaturas nuevas
nos asegura que la Gracia trabaja edificando en nosotros, donde había pecado
ahora hay esperanza y amor por quienes nos rodean.
Los frutos dignos de
conversión citados por el Bautista no son más que la afirmación soberana de
Dios en nuestra vida y entorno. Somos pues, una manifestación amorosa de Dios
en la creación y como tal debemos vivir. El Texto Isainiano citado para este
domingo entronca perfectamente con la visión del Bautista, solo que potencia la
identidad del Mesías por sobre cualquier otra manifestación humana por santa y
noble que esta sea. Isaías ve en el Mesías la consumación de todas las
expectativas del pueblo y cita una serie de atributos que sobrepasan a sus
antepasados tanto a los patriarcas como a los profetas y en general a todos los
personajes relevantes del (A.T). Pero desde luego en la sucesión de eventos
será en el (N.T) donde encuentre toda su plenitud esta exposición de atributos
mesiánicos en la Persona de Jesús. Estas manifestaciones escribirán plenamente
una obra de amor de Dios narrada por la propia humanidad, pero escrita en
Cristo. No se trata de anhelar su manifestación sino de vivir sus enseñanzas,
las mismas que aseguran una relación espiritual sana y necesaria en términos
salvíficos. El pecado rompe dramáticamente la relación de Dios con la
humanidad, no es precisamente Dios quien renuncia a nosotros, somos nosotros
quienes renunciamos a su amor. Una autonomía dañina que hace centrar y gravitar
nuestras vidas en el orden de las relaciones pasajeras del mundo. La Paz
aparece como uno de los valores de la Alianza definitiva entre Dios y la
humanidad, a propósito, vemos como en el mundo la Paz es un artículo de lujo
porque se pretende afirmar en relaciones económicas y políticas cuyos intereses
son tan altos que nadie por más poder que posea podrá pagarlos.
La Paz reconoce sus
orígenes y la tierra también, de allí las figuras sobre una tierra próspera que
da sus frutos abundantes, metáfora tan empleada en estos diálogos idílicos del
profeta con los suyos, es decir, su pueblo. Somos ese resto del que habla el
profeta y por ende debemos asumir un compromiso en orden a nuestra Fe y su
praxis. La naturaleza y las formas de vida también disfrutaran de un cambio de
visión en la humanidad, pasaremos de ser los grandes depredadores, a conservar
con amor y respeto la obra de Dios. Podemos comenzar cuidando nuestras vidas y
salud tanto física como mental y moral. Una relación integral con el Dios de la
vida supone en nosotros una permanente actitud de respeto y tolerancia,
generando un ambiente de paz y sosiego para quienes se aproximan a nuestras
congregaciones. En ella se inicia el proceso de santificación colectiva a la
que estamos llamados, sin desconocer la personal, desde luego.
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