III DOMINGO DE
ADVIENTO. Isaías capítulo 35 versículos 1-10. Salmo 146:4-9. Santiago capítulo
5 versículos 7-10. Mateo capítulo 11 versículos 2-11.
Uno mayor que el Bautista:
2. Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus
discípulos a decirle:3. ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a
otro?4. Jesús les respondió: Id y contad a Juan lo que oís y veis: 5. los
ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen,
los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; 6. ¡y dichoso
aquel que no halle escándalo en mí! 7. Cuando éstos se marchaban, se puso Jesús
a hablar de Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña
agitada por el viento?8. ¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente
vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes.
9. Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un
profeta. 10. Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero
delante de ti, que preparará por delante tu camino.11. En verdad os digo que no
ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin
embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. https://www.bibliacatolica.com.br
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Aun el propio Bautista
queda extrañado por el tipo de manifestaciones del Señor ya que en su cultura
el mesianismo tendría que ser distinto a las obras de Jesús. Una realidad
plasmada por Jesús que no se compadece de los presupuestos nacionalistas de los
judíos sometidos a potencias extranjeras por más de 600 años. El Mesías llega
rompiendo todos los esquemas posibles, se adentra en la consideración personal
del otro como parte vital de cada uno de nosotros, desarrollando una idea bien
amorosa y fraterna sobre el próximo o prójimo. Identificar al Señor no se hará
desde la doctrina judía sino desde la concepción del amor como el eje
motivacional de toda obra buena. El Mesías llega anunciando su presencia en el
corazón de los demás. Respondiendo a una situación de injusticia personal y
social que dejaba a los más pobre en absoluta vulnerabilidad. El Bautista
atento a su praxis de Fe y justicia espera ansioso ver al Redentor y aun él
mismo no conoce la dimensión de la obra de Jesús. Los signos mesiánicos son propios
de un anuncio desde el conocimiento Escrituristico desarrollado por todo el
pueblo de Israel. Los más pobres de entre los pobres son en potencia
evangelizados por la obra de Jesús y su atención será puesta aprueba muchísimas
veces. El proceder posterior de Jesús es la prueba reina de su tiempo mesiánico
y como esta realidad tocará la conciencia religiosa de todo el pueblo y con el
tiempo del mundo entero. El Evangelio sale de sus palabras y nuestras acciones
ratifican que debemos estar de parte de los sufrientes y menesterosos, aunque
esto último sea verdaderamente difícil. Los necesitados serán pues el
receptáculo de la Gracia en los comienzos del anuncio salvífico. El propio
Señor nos recuerda por medio de sus obras que Dios el Padre eterno es el Dios y
Padre de las familias y toda la creación. Los pobres son también sus hijos y
como tal llega la respuesta del Salvador del mundo.
La obra divina llega a
nosotros y a toda la humanidad mostrándonos su propio tiempo para actuar.
Encontramos el tiempo del anuncio del Bautista ligado intrínsecamente con
Abraham y Moisés y los demás personajes del (A.T) pero dejando en claro que el
bautizado solo por el hecho de serlo será aún mayor que estos personajes de
renombre en el (A.T) La relación cercana de Cristo con el creyente le hace
participe de su Reino y si hablamos de relación entonces tendremos que asumir
que tal relación solo es posible sobre la praxis de una auténtica experiencia
con el resucitado. Las palabras son un indicador de la profundidad de su contenido
y más que ellas, las acciones coherentes de los bautizados. El Bautista vivió
su coherencia como uno que espera enfáticamente vivir según el contenido de sus
creencias. El Bautista vivió en un tiempo conflictivo y no por ello perdió el
norte de su experiencia de Fe. El signo
de su bautismo es simplemente un llamado de atención desde una perspectiva
moral en el acontecer de los judíos, pero el Bautismo de Cristo es la
ratificación de una intención salvífica.
Todos los bautizados nos
constituimos en mensajeros de Cristo con nuestras vidas al servicio de su
Palabra y viviendo realmente como quien espera confiado y no dormido un Reino.
Tal actitud de vida dará sus frutos en nosotros y en nuestro entorno. Saber
esperar implica saber actuar en orden a su Reino, el creyente es y será más en
Cristo, pero solo cuando vive radicalmente su opción de Fe y todo el contenido
transformador de su espiritualidad. El apóstol Santiago, desde este enfoque
insiste en la paciencia constructiva ante las dificultades de la vida y cómo
estas pueden hacer perder de vista el objetivo realizable del Reino de Dios. La
caridad que brota de la vida en Cristo es tan poderosa que puede ella sola,
cambiar o transformar la realidad presente. La ausencia del amor como factor de
vida y acción es sin duda el mayor obstáculo del Reino para ser realidad
concreta en nosotros. Estamos aguardando y esa consigna es un aliciente para
vivir auténticamente la esperanza cristiana. El mundo tiene sus propios afanes
y sus “caducidades” el amor, por el contrario, no tiene fecha de expiración. El
juicio que se adelanta se argumenta por sí mismo en la autoridad del tener
antes que el ser y el poseer como fin último de la vida y obra de los
bautizados no es ni puede ser, hay entre nosotros quienes buscan ser
reconocidos, pues tal actitud ya recibió su paga. Santiago tiene muy claro que
el orden y su estética se traducen en una vida sobrenatural plena que en Cristo
alcanzará su más absoluta plenitud. La
enfermedad como condición unida a nuestra humanidad puede ser agravada por la
injusticia o vida vacía de quien la sufre. La Gracia puede por el contrario
transformar la debilidad en fortaleza y la esclavitud en perfecta libertad.
El profeta Isaías fiel a
su estilo nos muestra tanto el castigo como la bendición de lo que implica el
actuar coherentemente y sobre todo el saber esperar de Dios la realización de
toda obra y vida ordenadas. La consecuencia del pecado no solo desestabiliza a
la persona, sino que afecta negativamente su entorno. Esta condición es solo
anulada por la obra salvífica de Dios que se convierte dialécticamente en la
Gracia. Tal acontecer de Cristo en nosotros puede hacer de los tiempos una
oportunidad inmejorable para fortalecer neutra relación con su Ser de Dios. La
esperanza aflora siempre en todo proceder y es un mandato supremo el actuar
conforme al valor del amor de Dios en nosotros y la experiencia que de ese amor
tenemos. Este tipo de mensaje de retribución puede ser visto desde la
perspectiva escatológica y lo cierto de ello está precisamente afirmado en la
obra de la Gracia en nosotros. Las manifestaciones excepcionales de este orden
y retribución no puede ser el factor decisivo en la praxis de nuestra Fe. El
recibir de Dios una gracia no implica que esa gracia sea la que debe mover nuestra
expresión de Fe. El amor es confiado y nunca busca una retribución que no sea
el amor mismo. El orden de cosa y su estatus es una responsabilidad de los
bautizados conforme su experiencia con el resucitado. La praxis de una
espiritualidad madura nos permite aguardar en el dinamismo de nuestra vida su
cumplimiento futuro. Estamos viendo el camino y conocemos donde llegar. La
visión Isainiana parte de la gratuidad de Dios sobre su pueblo y como este amor
gratis no es reconocido o aceptado por todos sino por algunos marcando una
clara alusión a ritmos espirituales en la vida de los bautizados del presente.
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