CUARTO DOMINGO DE
PASCUA. Hechos de los Apóstoles capítulo 9 versículos 36-43. Salmo 23. Apocalipsis capítulo 7 versículos
9-17. Juan capítulo 10 versículos 22-30.
El suceso de Joppe donde el apóstol Pedro
realiza una reanimación sirve de motivación para el crecimiento de la Iglesia
en aquella ciudad y en medio de propios y extraños, el milagro catalogado de
esta forma es un signo palpable de la naciente comunidad de creyentes. Todos
estos signos sirven a la causa del Evangelio y son extensión de la obra del
propio Cristo. La connotación de este episodio en la psique de los bautizados
fue determinante para afirmar sus convicciones espirituales y facilitarles el
trabajo misionero. En el presente las necesidades de la Iglesia varían un poco,
el testimonio se fundamenta hoy en la vivencia cotidiana santificando incluso
la rutina. No se trata en el hoy de nuestra historia de volver difuntos a la
vida sino de testimoniar un estilo de vida que sea contradictorio en los
mejores términos con la propuesta del mundo y sus valores. Hoy poseemos la
Esperanza en el Dios resucitado lo que implica para nosotros una confianza
plena en sus manifestaciones amorosas y en la necesidad de vivir del amor en
nuestra relación con Él y no en acontecimientos sobrecogedores como los
descritos en este segmento Escrituristico. La Gracia de Dios puede transformar
cualquier condición y hacer que el bautizado pueda asimilar su vida desde la
óptica de la opción radical por Cristo. La renuncia al mundo es tacita frente a
sus modelos y vivencias, no podemos salir de esta realidad, pero si vivir como
criaturas nuevas. Pedro esta ante la necesidad de actuar, pero lo hace movido
por su personal experiencia con el resucitado. Pedro necesitó intimar la
Voluntad de Cristo para poder actuar en su nombre. No es algo que se gana por
algo en particular, sino el fruto vivo de una autentica y radical experiencia
con el Dios amoroso.
El Salmo 23, se describe
empleando la imagen de un Pastor que solicito cuida de los suyos, de la
responsabilidad a él entregada, es una figura en potencia de la característica
amorosa de Cristo quien cuida de los bautizados. En el contexto de la Iglesia
lo podemos emplear en la liturgia bautismal, espiritualizando estos valores
propios de Cristo en su relación esposa mística con la Madre de los bautizados.
Esa mesa corresponde al rasgo definitivo de la hospitalidad y solidaridad
oriental y la forma como eran atendidos sus visitantes, pues en el orden
espiritual, Cristo el Buen Pastor, cuida de los suyos y los hace sentir bien.
El Buen Pastor también nos recuerda el espíritu ministerial de la Iglesia de
Cristo, la vida sacramental hace parte del pastoreo de la Iglesia hacia los
bautizados, y el ministerio ordenado camina en dicha dirección. Todo ministerio
puede ser vinculante con la expresión del Buen Pastor.
En libro del Apocalipsis,
la figura de las “palmas” evoca la presencia de Dios en las tiendas de Israel
durante su peregrinar por el desierto, la realidad de estas imágenes nos
involucra en la necesidad de Adorar a Dios en su obra y en sus enseñanzas
evangélicas. Las palmas también, pueden simbolizar los mártires que darán para
la época Joanica su sangre en sacrificio por no renegar de su Fe en Cristo. Las
expresiones de Juan son consecuentes con lo que vivió en el destierro, la
esperanza está presente en su obra. Cristo nos ha elegido y nos corresponde
vivir y testimoniar esta maravillosa elección, la misma que no depende de
nosotros totalmente sino de su Gracia actuando en el bautizado de todas las
épocas. Una vez más estamos ante la Fe del autor del último libro de la Biblia,
estamos ante un hombre que supo relacionar su Alabanza y reconocimiento de Dios
en la vivencia de su experiencia con el resucitado, Juan santifico su
existencia entre la revelación y la forma como él concebía la Adoración eterna.
Los testigos de Cristo entregaron su vida por ser auténticos seguidores de su
Señor, hoy la Iglesia se enfrenta a una multitud de situaciones que reniegan
sigilosamente de Dios y su soberana presencia. El mundo traza rutas para
entregar felicidad al ser humano que cree alcanzarla en la expresión material
de su existencia y no puede lograr ese equilibrio y armonía que solo la vida
espiritual puede entregarle. La trascendencia es una necesidad para el ser
humano creado a Imagen del Dios viviente. Los valores de nuestra Fe deben ser
empoderados y superar de esta manera el quietismo religioso que invade buena
parte de la sociedad actual.
El mensaje Joanico,
retrata al Señor en un discurso que le hace manifestar su origen como Hijo de
Dios, las obras realizadas son signo del Reino de Dios, son figura de la
autoridad de Jesús y como paulatinamente fue percibido por sus discípulos, este
proceso no fue ni mucho menos inmediato, media para tal fin la experiencia que
permite actuar directamente en la psique de sus discípulos y seguidores. La relación metafóricamente hablando con
Cristo en el símil de las ovejas describe una curva metafísica bien particular,
al ser reconocida su voz por las ovejas, el Señor acude a una figura relacional
viva y dinámica solo constatable desde la experiencia del creyente. Esta
metafísica le hace ir más allá del reconocimiento doctrinal para instalarse en
la conciencia de los bautizados. Reconocer la voz del Señor es un imperativo
que nos obliga a actuar de manera clara y comprometida con nuestra Fe. El
materialismo, la corrupción, el relativismo ético-moral, son signo del quehacer
de millones de bautizados que han convertido su Fe en un mero recuerdo. Esas
concepciones de vida están fuera e imposibilitadas de reconocer la “VOZ” de su
Pastor supremo, lejos de escuchar la voz que nos configura como criaturas
nuevas. Su expresión de identidad de Naturaleza y Esencia con el Padre ratifica
en su boca la concepción Joanica sobre la relación vital en la familia
Trinitaria. La Fe mis hermanos debe generar en nosotros afinidad espiritual de
lo contrario su presencia no será determinante en la vida del creyente. La
relación del Señor con el Padre Dios es nuestro perfecto modelo de vivencia
cristiano y sometimiento amoroso al imperio de su Voluntad salvífica. El Buen
Pastor se explicita hoy en el servicio eclesial comprometido bajo la figura
ministerial que todos conocemos y de la que muchos hacen parte. El pastoreo de
las almas seguirá siendo la tarea más importante de la Iglesia.
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