CUARTO DOMINGO EN
CUARESMA. Josué capítulo 5 versículos 9-12. Salmo 32. 2
Corintios capítulo 5 versículos 16-21. Lucas capítulo 15 versículos 1-3, 11b-32.
El Texto de Josué, es
particularmente diciente del momento tanto social como religioso que afrontaba
el pueblo de Israel, los signos que vemos en la lectura son propios de la
llegada a una tierra cuya economía era eminentemente agrícola de allí el
alimento que ellos consumieron pero que convirtieron en signo de su creencia religiosa,
le anexaron como era de esperarse la circuncisión. Los panes ázimos (sin
levadura) y las espigas se convirtieron en signo vivo de que su paso por el
desierto había terminado. Tal cambio de escenario motivó el acoplamiento a una
tierra cuyas costumbres eran distintas a las de Israel, las nuevas relaciones
que se incorporaron a lo cotidiano fueron paulatinamente convirtiendo estas
acciones en fuerza de ley. El cambio de dinámica en el pueblo es
parte de los ritmos de la espiritualidad y momento anímico que aun hoy sufrimos
los bautizados. Las dificultades y el cambo de actividades nos piden cada
día más fuerza y demandan preparación para asumirlas, de lo anterior aseguramos
que la formación en los bautizados es parte de esa gran necesidad de conocer y
vivir nuestra espiritualidad y su dinámica. Josué guiando a su pueblo y
aprovechando los recueros aprendidos de Moisés para instalarse en una tierra ya
ocupada por otro pueblo, los conflictos étnicos no han cesado en el presente y
al parecer nunca pasaran de moda, de igual forma se desvirtúan los valores y
las condiciones de vida digna según aparecen modelos nuevos o foráneos en
nuestro entorno familiar y congregacional.
El Salmo 32, acude a una
fórmula de reflexión en orden a nuestra vivencia espiritual y toma de
conciencia, el pecado lastima nuestras relaciones y debilita la convivencia, y
su daño se siente o experimenta también a nivel físico pudiendo así somatizar
dolencias y postraciones. Aquí en un estilo didáctico se muestra el impacto del
pecado, pero también y es lo más positivo de dejarnos guiar por el Dios vivo y
revelado: “Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijos en ti los
ojos, seré tu consejero." (Versículo 8). La promesa amorosa de Dios nos
asiste siempre. Bajo esta primicia nuestra actitud debe cambiar para dar paso a
una autentica experiencia de Amor y trascendencia. Dios nos educa literalmente
y lo hace con mano misericordiosa mientras que la vida y su intríngulis posee
más dureza para mostrarnos el camino y su infalible “régimen de consecuencias”,
aprendamos por amor y no por dolor hermanos.
El Apóstol Pablo en su Segunda Carta a los Corintios, nos habla de la “re-creación” es decir, de la obra de Dios redimida en su Adorado Hijo. El conocimiento real del creyente se fundamenta en el Cristo revelado como su Señor y Salvador, las experiencias anteriores son parte de nuestro personal proceso de conversión. La dinámica que se instaura en Cristo es total y totalizante y se vincula a todo aquello que podemos y debemos hacer. Pablo tiene muy presente que la manifestación de Dios en el tiempo, en la historia y en la carne fue su Voluntad salvífica. Pablo eleva la reconciliación a ministerio mostrando la importancia de la convivencia y como esta actitud se convierte en estilo de vida que reivindica el supremo valor de las relaciones entre iguales bautizados hijos de un mismo Padre Dios. La reconciliación se extiende por nuestra mano a todas las formas de vida que habitan nuestro planeta, la contaminación y el desprecio por la vida son materialización dialéctica del pecado en nuestra sociedad.
El nuevo modelo de vida
es Cristo y el creyente debe configurar su vida a las enseñanzas del Evangelio
de Cristo. Solo así el ser embajadores se transforma en testimonio siempre
actual y lo más importante autentico. La Causa Eficiente de la Creación es
Cristo y por su medio el Padre Dios creó todo cuanto existe, esta relación
original es la fundamentación de su condición salvífica y redentora en la
Creación. Cristo es el centro de la nueva obra amorosa del Padre Dios. El ejemplo de Cristo obediente al Padre es
modelo de obediencia para el bautizado que siguiendo a su Señor acude a los
Pies del Padre Dios implorando su misericordia y amorosa respuesta.
El texto Lucano, nos
ofrece una parábola quizá la más conocida de su evangelio y tiene que ver con
el “hijo pródigo” que gracias a su inexperiencia en la vida decide caminar solo
en el mundo y exponerse a las consecuencias de una sociedad contaminada por el
pecado y rechazo a todo lo que suene recto y digno. Nos hace pensar en la
actitud de Dios frente a nosotros y nuestros pecados y como nos acoge, aunque
nuestras acciones puedan decir lo contrario a este amoroso gesto. La fidelidad
toma matices distintos en las personas y en sus condiciones de vida y
reflexión. Aquel hermano mayor es el reflejo de la sociedad de los escribas y
fariseos, testarudos y duros de corazón apegados a la ley de Moisés, pero
cambiada por sus propias inspiraciones. A esta actitud como habíamos dicho
antes se antepone el amor de Dios (como un Padre por sus hijos) que reconoce de
qué estamos hechos y aun así nos ama. Muchas veces el bautizado se jacta de ser
coherente y justo, de ser poseedor infalible de la verdad en política,
religión, ciencia, y demás manifestaciones culturales, y en su intento por
poseer la única verdad demostrable, aquí su opinión, termina dañando a otras
personas y subestimando sus aportes. La realidad nos dice que el pecado se viste
incluso de cosas necesarias, pero cuando se sale de control altera el orden y
lesiona la convivencia donde se siente su poderosa influencia.
Como Episcopales estamos
ante la posibilidad de construir y concertar o simplemente convertirnos en
absolutistas como respuesta a quienes piensan distinto a nosotros. Dios da la
oportunidad de madurar y cambiar de manera de pensar y recuperar con ello lo
que es justo y bondadoso ante el otro. El hermano mayor no practicó la Compasión ni
siquiera con su propio hermano, esto último, nos recuerda la relación entre
Abel y su hermano Caín. Relaciones que se edifican ausentes de Dios son por
definición problemáticas y privadas de valores evangélicos. Amar
como lo hace un Padre nos está indicando el supremo valor de la misericordia de
Dios en nuestras vidas, aquí vemos como su amor nos justifica, aun por sobre
nuestros pecados. El hijo pródigo pudo recocer sus faltas y limitaciones y acudió
donde podía encontrar consuelo a sus limitaciones y pecados. El amor todo lo puede
parafraseando a Pablo. Si no somos criaturas nuevas entonces el pecado se
aposentará sobre nosotros y nos limitará al punto de impedir nuestro
crecimiento en la Fe como estaba sucediendo con el llamado hijo prodigo.