PRIMER DOMINGO EN
CUARESMA. Deuteronomio capítulo 26 versículos 1-11. Salmo 91:1-2 y 9-16.
Romanos capítulo 10 versículos 8b- 13. Lucas capítulo 4 versículos 1-13.
El Libro del Deuteronomio
nos relata la manera como el pueblo individualizado hacía sus aportes y
reconocía de esta manera la Providencia amorosa de Yahveh. Tal ejercicio se
acompañaba del recuento de las acciones salvíficas que Dios hacía por ellos. De
esta manera se construye la memoria religiosa en el colectivo y en la persona.
La clave interpretativa desde nuestra percepción la entrega el último versículo
citado: “Luego te regocijaras por todos los bienes que Yahveh tu Dios te haya
dado a ti y a tu casa, y también se regocijaran el levita y el forastero que
vive en medio de ti”. En nuestro presente es tentador hablar de “Diezmo” pero
en el contexto judío muy anterior a nosotros. Hoy se pretende hablar del 10% de
los ingresos cuando se desconoce el aporte de la Mayordomía Integral que no
solo conjuga los estados de aportes y cuentas que nuestros tesoreros
congregacionales llevan disciplinadamente, sino que también asume el compromiso
y servicio que muchos feligreses brindan y cuyas acciones no son medibles en
términos financieros. Los aportes en misión urbana que cada episcopal puede
hacer en su entorno congregacional y vecindario debe ser tomado en este rublo
de Mayordomía, no olvidemos que como institución eclesial privilegiamos al ser
por sobre el tener. Nuestra Mayordomía no puede estar por fuera del abanico de
la razón y su análisis, en el presente el contexto congregacional reclama
conciencia y trabajo de misión. Las connotaciones de índole espiritual son muy
respetadas, pero no desdibujemos el concepto de nuestra tradición.
El Deuteronomio se abre
ante otras posibilidades (no confundir su gramática, es un verbo conjugado en
tiempo presente) y es absolutamente universal al vincular a la Mayordomía sus
relaciones con quienes te rodean, con el otro, aquí bajo la figura del extranjero.
Una ofrenda de las primicias también lo es sobre la importancia y dignidad del
otro en nuestras vidas. Una ofrenda autentica reclama más compromiso
congregacional de nuestra parte es un reflejo del valor eclesial en nuestro
entorno.
El Salmo 91, inicia su
contenido invocando a Dios con un nombre antiguo en sus tradiciones, nos
referimos a Elyón, es el Dios del cielo, y luego emplea el nombre Yahveh, que
es propio de la Tradición Yavista, mostrando de esta manera la relación vital
de Dios con su pueblo y sobre todo dejando en claro aquello que pueden esperar
de Dios. Un Dios amoroso que acoge y protege a los suyos, es un amigo que libra
de todo mal, son estos algunos atributos del nombre de Dios. La relación con el
Dios vivo se define desde el encuentro personal como opción radical de vida. El
Salmista confía en la intervención de Dios sin importar la situación en la que
este clama. Dios ama y como ama una consecuencia de su amor es nuestra
protección, este Salmo lleva a un nivel superior la conciencia sobre el favor
de Dios.
El apóstol Pablo en su mensaje a los Romanos deja en claro el valor total de lo que implica confesar abiertamente nuestra Fe en Cristo. Se plantea la necesaria relación entre la Fe y las obras como explicitación y testimonio de lo que cree el bautizado. Confesar a Cristo es más que un enunciado o formula verbal es la absoluta vivencia de sus enseñanzas y solo así lo que confesamos toma forma definitivamente.
No podrá haber engaño en
nuestra confesión de Fe y mucho menos en aquellas accionas que nos identifican
como cristianos. Creer es vital para configurar el ser creyente y esta forma de
asumir nuestra vocación salvífica nos une con Cristo. Las distinciones entre
personas no poseen en el Evangelio fuerza o forma alguna ya que la filiación es
y será por nuestra opción en Cristo. Vemos de esta manera como la
universalización del mensaje facilita el conocimiento de Cristo y compromete
vitalmente la misión de la Iglesia y cada uno de los bautizados. Invocar el
nombre del Señor se constituye en la respuesta confiada del amor del bautizado
que reconoce a su Señor y se cumple en su vida la enseñanza del Buen Pastor al
reconocer cada uno de nosotros la voz de su Señor y Salvador. Sin conocer al
Dios de la vida sus Palabras podrían sonar y resonar en la conciencia como algo
vacío carente de identidad. Pablo nos
está llamando sutilmente a la interiorización de su mensaje como signo vital de
nuestra Fe. La Salvación es fruto de la
vivencia del amor de Dios en nuestras vidas. La Palabra salvífica es parte del
anuncio perenne de la Iglesia y de la congregación como manifestación local de
la institución eclesial, la obra del creyente se revalida cada que la Palabra
cala en lo más profundo de su ser. Sin Fe no hay Justicia salvífica en
nosotros, al menos como creyentes en el modelo eclesial en el que vivimos
nuestra Fe sin que con ello desconozcamos el valor de la misericordia de Dios
por su creación. Los Episcopales estamos llamados a vivir ardientemente el
contenido salvífico de la Palabra de Dios, no es compatible con el
episcopalianismo un bautizado que no lea y medite la Palabra de Dios.
El Texto Lucano sobre las tentaciones a las que fue sometido el Señor muestran el inicio de una experiencia humana en el Dios Encarnado, la figura en su más pura materialización del mal procede como es de esperarse bajo las categorías materiales que gobiernan el mundo, el antagonismo será definitivo en la misión Redentora y es un antagonismo entre Cristo y el mundo visto aquí no como creación Divina sino como las relaciones y expectativas desencarnadas del ser humano y sus ambiciones frente al mensaje salvífico. El llamado “diablo” solo está empleando el recurso que nosotros con nuestro apego y egoísmo desmedido al dinero, al poder, al prestigio, le hemos facilitado. Las tentaciones son realmente fuertes y tocan a cada creyente cuya experiencia en el mundo pasa por experimentarlas y vivirlas desafortunadamente. La ambición mueve naciones enteras a la guerra, los grandes imperios del mundo hacen todo lo humanamente posible por extender su hegemonía en la geopolítica actual. No hay hoy en día una sola latitud donde la guerra no reine (económica, dialéctica, cultural, militar, de recursos naturales estratégicos, entre otros). Los evangelistas se cuidan de hacer derivar estas tentaciones en el concurso de las enseñanzas del (A.T). Aquí vemos una inexorable dicotomía que apunta a la instauración de un reino terrenal y la explicitación de la supremacía de Dios sobre toda esta realidad. La lucha entre el poder mundano y el Evangelio toca a los bautizados y su auténtica vivencia de la Palabra revelada. No hay poder del mal sobre el bautizado solo cuando este decide caminar por su lindero y dejar a un lado el contenido salvífico de su propia Fe…
El conocimiento de la
tradición puesta en boca del Señor por parte del evangelista es signo de la
dialéctica congruente con la enseñanza de un Dios Poderoso que gobierna la
creación, el Episcopal debe ir más allá y reconocer el Señorío de Dios en su
vida y por ende en la Iglesia.
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