ÚLTIMO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. DIA DE CRISTO
REY. Año B. 2 Samuel capítulo 23:1-7. Salmo 132:1-13 (14-19). Apocalipsis
capítulo 1:4b-8. Juan capítulo 18 versículo 33-37.
La celebración de Cristo Rey enmarca el
espíritu de estas lecturas y sus consideraciones, el Reinado de Cristo es
prefigurado en el (A.T) y si tomamos la lectura de Samuel encontramos su lucha
contra la idolatría y los seudo-dioses que cautivaban la atención de los
israelitas. Desde el rey hasta el menor de los sacerdotes todos caminaban a la
casa de Dios como denominaban al templo o lugar del encuentro. Se proclamaba la
ley, se hacían las promesas y se ratificaba la alianza en cabeza del rey cuya
finalidad era mantenerse fieles a Dios (Yahveh). Recordemos que el Libro del Deuteronomio
conserva el código de esta alianza que el rey y el pueblo recordaban y vivían
como consagración de sus vidas y acciones al Dios vivo. Aquí el segundo sacerdote era el que después
del sumo sacerdote ejercía autoridad sobre el pueblo y podía reemplazarlo de
ser necesario. El título es posexilico y tiene que ver con la jerarquización
necesaria del servicio en el templo y en toda la liturgia restaurada en Israel.
La celebración de Cristo Rey es fruto de la aceptación universal del mandato
evangélico de llevar su nombre y enseñanzas. La misión es el mayor de los
tributos a ese Rey que se revela en todas las situaciones que vive la Iglesia y
los bautizados en ella. Aquella lectura solemne de la Ley es el primer paso que
ellos dieron en la configuración de una identidad nacional donde la centralidad
fuera el Dios inspirador de tal código. El corazón retiene lo que considera
posee auténtico sentido de valor. La realidad de las manifestaciones de Fe nos
motiva a confesar y vivir conforme hemos confesado su Voluntad salvífica.
La Fe de Israel se
mantuvo durante mucho tiempo activa en el exilio, pero la connotación cultural
de sus “anfitriones” influyó poderosamente en la memoria religiosa de Israel.
El culto a otros dioses como es el caso de Baal (deidad de origen cananeo,
también adorado por los fenicios) era llamado “señor” en estos pueblos, lo que
contrastaba con el Señor Dios de Israel. El recuperar los escenarios de
adoración para Yahveh era la meta del relato que estamos analizando.
El Salmo 132, es
considerado un Salmo Mesiánico por su contenido y figura del rey David, las
promesas de Dios a su pueblo son consecuencia en primera instancia de la
promesa de David y su fidelidad. La alianza con el Dios vivo, es la generadora
de esta conciencia en Israel y en sus gobernantes. El ungido desciende de David,
es la manera de relacionar el advenimiento mesiánico con la realidad de Israel
y su Fe en el único Dios (monoteísmo). Su gobierno se une estrechamente con los
sacerdotes como indicando la influencia de este en el pueblo y en una nueva
liturgia que ya no solo hace memoria de sus peripecias y deportaciones sino en
la restauración gozosa de su pueblo. El
Mesías se convertirá en la Luz que guie las naciones como en una marcha
procesional que nos recuerda el traslado del Arca y la felicidad expresada en
sus cantos, danzas y oraciones.
Juan en el Apocalipsis,
emplea una formula ya conocida por la literatura judía, lo interesante es la
calidad de los nombres entregados al Señor, la misión y las consecuencias para
los bautizados de su obra salvadora. El Testigo fiel, el Primogénito, el Príncipe
de los reyes, designa una serie de atributos que en Cristo alcanzaron su máxima
y profunda expresión hasta convertirse en su realidad revelada. Un reino de sacerdotes,
es alusión a la liturgia celestial que en su perfección solo puede ser ofrecida
para el Dios glorioso, solo Cristo es el Sumo Sacerdote pleno y potenciador de
toda expresión ministerial en la Madre Iglesia. El dominio universal es solo de
Cristo por sobre sus enemigos, sobra decir que el pecado y sus estructuras son
el enemigo del Señor y precisamente con su gloriosa resurrección logra
derrotarlos. El Reino de Dios es la
manifestación plena de su Voluntad. Una Voluntad salvífica totalmente para la
creación y nosotros en ella. El Alfa y la Omega, reúne la totalidad de la obra
y el poder que solo puede reposar en el Señor Resucitado. Solo Cristo es antes
y después y todo fue hecho por Él y para Él, expresión conocida ya en el (N.T)
particularmente en la cosmovisión Paulina. Es la cualidad revelada de Dios como
principio y fin de todo, los griegos lo expresan mediante la primera y última
letra de su alfabeto (Alfa y Omega).
El Evangelio de Juan,
haciendo eco del Señorío de Jesús lo presenta como Rey, precisamente durante el
desenlace de su Pasión, aquí la Verdad queda expuesta y es atacada frontalmente
por los poderes del mundo reinante. La Verdad de Dios entre nosotros no puede
ser silenciada ya que habita en el corazón de cada uno de los bautizados.
Cristo es el Rey de reyes y Señor de señores, es decir, nada hay por sobre su
soberana autoridad, pero reconocer su autoridad es todo un ejercicio de
renuncia a la voluntad egoísta del ser humano que quiere reinar en todos los
escenarios posibles y para ello se vale de la injusticia que hace campear por
doquier. La Verdad de Dios pretende ser acallada por el materialismo y el
sensualismo, por el tener “siempre la razón”, aquí encontramos una definición
antropológica del contenido de la verdad y la cual debe ser aun defendida de
nosotros mismos.
Reconocer su autoridad no
es tan simple, no se trata de un ejercicio de competencias alegremente dibujado
en el Ethos religioso de los episcopales, reconocer la Verdad de Dios implica
vivir bajo estos nuevos fundamentos y valores, implementar una axiología
distinta al mundo y sus estándares de éxito y calidad. Bien dice el Señor que su Reino no es de este mundo,
si fuera de aquí y ahora, entonces seriamos hijos de la desesperanza que agobia
al creyente en un mundo materializado en sus relaciones y cotidianidad. El
Reino de Dios en cabeza del Resucitado implica un modelo nuevo y definitivo de
existencia y relaciones. Confesar nuestra Fe es un acto maduro de asimilación
de su autoridad y reinado, Cristo es el Señor y su gobierno es la más concreta
esperanza en el alma y psique de los bautizados, la Santidad de Dios es su
Adorado Espíritu Santo, y su Trono pavoroso y todopoderoso nos aguarda a su tiempo,
pero la misericordia de Dios se llama Cristo Hijo Adorado y Señor de su
Iglesia, aquí está nuestra esperanza.
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