DOMINGO XXV DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. 1 Samuel capítulo 1 versículo 4-20. Salmo 16. Hebreos capítulo 10 versículos 11-14 (15-18) 19-25. Marcos capítulo 13 versículos 1-8.
La escena con la que
inicia el primer libro de Samuel es un estereotipo conocido de otros relatos
cuyo modelo es similar, digamos que un recurso literario que describe un evento
determinante para el pueblo de Israel. Ana una mujer que no podía dar a luz y
por ende tener un hijo que la constituyera en ciudadana reconocida en su pueblo,
y el conflicto que esta situación genera en su vida son un factor que mueve su
propia experiencia de Fe. La misión de su futuro hijo no estará siendo
determinada por los hombres y sus tradiciones, sino que ese niño (Samuel) será
escogido por el propio Dios para su obra, el hijo de Ana será el último de los
jueces de Israel. La Voluntad de Dios
pasa por sobre cualquier apreciación amañada de la realidad personal de los
creyentes y lo hace como gesto amoroso de absoluta libertad. Samuel será el
hijo dado por Dios a una mujer estéril que nos recuerda a personajes como
Isaac, Sansón, Juan el Bautista, entre otros. Las acciones salvíficas reclaman
condiciones excepcionales en los bautizados y una de ellas es la Fe, la misma
que expresó Ana al consagrar su hijo al servicio de Dios sin interesarle el
conflicto social por su ausencia. La respuesta es clara, el creyente se
consagra a Dios y lo hace de forma aleatoria con todo lo que es y posee y
guarda en lo más íntimo de su alma.
Dios destina
misteriosamente el curso de nuestras vidas y acontecimientos y cuenta desde
luego con nosotros para ratificar tales eventos, Dios vio la amargura de Ana y
no demoró su intervención en tal situación, pero sobre todo vio su corazón y lo
que era importante para aquella mujer, el hacer la Voluntad de Dios era para
Ana el motor que hacía que deseara tener un hijo. Nosotros tenemos prioridades
como es apenas natural, pero estas deben estar supeditadas al misericordioso
amor de Dios en Cristo. Para Dios nada es imposible y menos cuando un corazón
humilde se dirige a Él. Ana ya no era la misma porque tocó literalmente el amor
de Dios en su vida y fue suficiente para vivir la certeza y plenitud de su Fe y
Esperanza en el Dios de su pueblo. No somos nunca más los mismos cuando le
creemos a Cristo y vivimos de su Palabra. La certeza es fruto de una profunda
relación con Cristo a eso estamos llamados todos y cada uno de los bautizados.
El Salmo 16, nos relata como Dios es y se constituye en la herencia de los creyentes, en una herencia que trasciende hasta darnos la plenitud de todo cuanto creemos y esperamos de Dios en nosotros y en nuestro entorno o espacio vital. Aquí la reciprocidad es necesaria, no podemos correr tras las esperanzas del mundo y buscar en Dios su complimiento, no es fácil ser cristiano, pero tampoco imposible. El Salmista nos invita a vivir la confianza en la misericordia de Dios y no claudicar en la espera señalada. Una relación de profunda espiritualidad es la clave para percibir su amor activo en nosotros y en cada una de las historias tejidas por los bautizados. La conciencia es iluminada por Dios mediante su Gracia, pero para alcanzarla es indispensable configurar nuestras vidas según su mandato, creer en Dios implica vivir esa creencia de forma coherente.
El Texto a los Hebreos continua en la misma dirección de los domingos anteriores, exaltando las cualidades del Sumo Sacerdocio de Cristo y a diferencia de los seres humanos, su sacrifico es suficiente de cara a la salvación de la humanidad y la creación. Es suficiente como solo Cristo podía hacerlo en la plenitud de su amor por la obra del Padre Dios. Hebreos es una contundente declaración de Fe que llega como estímulo para nosotros los bautizados. El Sacerdocio de Cristo es pleno en su Iglesia, nosotros, los ministros ordenados vivimos esa participación como parte de su mandato y Voluntad salvífica. Los ministros laicos licenciados a su vez reciben el compromiso por medio de su Bautismo como manifestación del servicio cristiano en las congregaciones y misiones de la Iglesia. El sacrificio de Cristo es definitivo lo que implica que la Iglesia perpetúa su obra en su misión llevando la esperanza que brota de nuestro gran Sumo Sacerdote. Tenemos acceso a Dios en su Adorado Hijo, es una condición escatológica que brota de la Cruz del Redentor, Cristo hace posible que entremos a su presencia y seamos recibidos como hijos del Padre Dios, es una adopción filial que significa la plenitud de nuestro ser como bautizados. La obra de su sacerdocio no se quedó en la Cruz, sino que trasciende hasta los mismos cielos inaugurándose una liturgia de adoración y alabanza eterna. Ser fieles a la Iglesia es una condición necesaria para todos los creyentes y esa fidelidad asegura en nosotros el cumplimiento de sus promesas, el ser asamblea de bautizados es ya una condición saludable de nuestro destino final. Somos hijos de la esperanza que anida en nuestros corazones y la cual es una constante invitación a vivir los valores del Evangelio y su contenido trascendente. La vocación es gratuita como la Gracia para concretarla, Dios conoce nuestras limitaciones así que dispuso un alivio efectivo como la Gracia para encaminarnos correctamente.
El texto Marcano, nos
presenta una visión perturbadora que nos aproxima al tiempo fuerte del
Adviento, estamos ante una serie de acciones que son descritas de manera
aleatoria que hacen parte del sentido interpretativo de los tiempos y sus
propios afanes, recordemos que las crisis son patrimonio de la actividad
humana. El mensaje del Señor se sintoniza con esta realidad. Desde esta perspectiva también diremos
conforme a la tradición interpretativa que el Texto citado se ubica en el
contexto más primitivo de las palabras del Señor o Logion, aunque no sea del
todo claro esta aseveración, está sosteniendo la inevitable ruina de Jerusalén.
Tampoco es descabellado ubicar este contenido en el ámbito apocalíptico
particularmente de Daniel. La crisis señalada se puede ubicar tanto en el tiempo
descrito arriba como en el acontecer de las distintas culturas y sociedades que
padecieron conflictos destructivos a lo largo de su historia, es también
posible conectar estos sucesos con el tiempo presente y sus problemas más
álgidos. De este panorama de tragedias y sufrimientos sobresale el triunfo del
Señor, su Resurrección cambia este panorama y lo llena de esperanza.
La espiritualidad nos debe centrar en una manera de apreciar nuestro entorno con los ojos puestos en el Señor, el sensualismo hace que los bautizados vivan más atentos a como se disfruta el tiempo en el mundo, donde pasar vacaciones, y que consumir en determinadas fechas, dejando de lado el contenido espiritual de la personal expresión de su Fe. Los discípulos maravillados con la belleza de la arquitectura y la nobleza de los materiales empleados, pero desconociendo lo más importante y duradero, buscando a Dios fuera y con Dios en lo más íntimo de su ser. Como que es más fácil mirar al exterior que a su propio interior, sentimientos y corazón. Marcos nos invita a ver en el fondo de nuestro ser y palpar el encuentro con el Dios amoroso del que más tarde afirmará el Hiponense: “Dios es lo más íntimo que hay en mí… y también, el amor es mi peso”. Aquí la novedad es el amor como razón de ser de nuestro diario devenir. No busquemos por fuera lo que reposa en nosotros desde antes de la creación del mundo.
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