sábado, 21 de agosto de 2021

DÉCIMO TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.

DÉCIMO TERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. 1 Reyes capítulo 8 versículos (1, 6,10-11) 22-30, 41-43. Salmo 84. Efesios capítulo 6 versículos 10-20. Juan capítulo 6 versículos 56-69.

 

El Libro de los Reyes, narra las acciones de los gobernantes de Israel y Judá, así como sus alianzas con los pueblos vecinos y todos los conflictos que se generaron en sus determinados periodos de gobierno. De los reyes citados no sobresale ninguno ya que como es costumbre el Texto Sagrado recalca que obraron lo malo a los ojos de Yahveh, sus gobiernos no erradicaron el culto en los lugares altos, es decir, a Baal y Astarté, y como si fuera poco terminaban haciendo alianzas y relaciones familiares con otros peores que ellos. La enseñanza que deja esta cita bíblica es clara, si nosotros nos relacionamos y trabamos algún tipo de vínculo con personas no apropiadas las posibilidades de copiar sus actitudes de vida serán muy altas. Estemos atentos ante las amistades de nuestros hijos, conozcamos sus familias y no olvidemos que socialmente muchas formas alienantes son aceptadas y eso no implica que estén bien. Gobernemos con amor y prudencia nuestros hogares y constituyamos comunidades de amor en ellos. No olvidemos como lo hicieron estos reyes, que solo Dios es el Señor y cabeza de nuestras vidas y familias para obrar lo bueno que a Dios agrada y desechar lo negativo que daña nuestra relación con Él.  El obrar bien es patrimonio del bautizado que acepta el Señorío y el imperio de Yahveh sobre su vida y los suyos, todo lo que tenemos es de Dios, por ende, somos sus administradores y mayordomos.

En el Salmo 84, el Salmista está feliz de entrar en los atrios de la casa de Yahveh cosa que contrasta con las actitudes de muchos bautizados que entran al templo y no hacen distinción del lugar donde se encuentran, recuperemos la sacralidad y de esta forma ubiquémonos en el contexto de nuestra Fe y su celebración. El Dios vivo se revela en los suyos, se manifiesta en nosotros, es suficiente motivo de alegría y autentica felicidad para el bautizado sentirse templo del amor de Dios. Dios es fuente de Gracia y su misericordia se manifiesta en nuestra liturgia. La Santa Eucaristía es el máximo acto de adoración y alabanza de la Iglesia al Dios vivo, por lo tanto, debemos prepararnos para sumarnos a las huestes celestiales que le adoran siempre (mistagogia de nuestra liturgia). Nuestros ministros y quienes sirven al altar deben estar siempre alegres porque este Salmo expresa su vocación de servicio y dedicación a las cosas sagradas. Este Salmo nos ubica justo después del destierro en Babilonia, el sacerdote que sirve en su liturgia es figura alegórica del Mesías. También guarda relación doctrinal con los profetas Isaías y Zacarías cuya centralidad es el anuncio de la paz mesiánica, aquella que se perdió durante el destierro y que solo será plena en Cristo resucitado.

El apóstol Pablo en la comunidad de Éfeso deja en manos de los bautizados las armas de la Fe que sin duda serán definitivas en el combate espiritual por el seguimiento del Dios revelado. No es fácil ser creyente porque la realidad en la que existimos posee sus propios afanes y Cristo rompe con sus paradigmas introduciendo unos fundamentos verdaderamente confiables. La diferencia con el mundo es sustancial y el apóstol entiende que seguir a Cristo nos plantea nuevos retos de vida y que para ello las armas no son las convencionales con las que se autodestruye el ser humano, sino que es indispensable la trascendencia que solo da Cristo.

Estas son armas divinas que proceden de Cristo y hacen parte de su promesa de estar siempre con nosotros hasta el fin de nuestra vida en el mundo físico. La solidaridad amorosa de Dios es grande con los creyentes. Aquellas expresiones sobre espíritus y sus gobiernos corresponden a enseñanzas de los antiguos sobre el mundo físico y el espiritual, muchas de estas enseñanzas provienen de Babilonia y durante la deportación o diáspora se quedaron en la psique de los judíos. El pecado esclaviza al ser humano y le hace débil ante el influjo de estos males que apartan de Dios. Cristo rompe estas cadenas, Cristo nos da la victoria por su amor y grande misericordia. Solo revestidos con la fuerza del resucitado el bautizado puede ganar esta batalla por vivir su Fe y edificar un mundo y relaciones santas y libres de toda atadura.

El Evangelio es definitivo en esta “lucha” y como tal debe ser meditado y compartido diariamente en la vida espiritual de los bautizados. Quienes no meditan la Palabra de Dios están dejando áreas de sus vidas al descubierto   que pueden ser influenciadas por el mal en todas sus formas. Pablo nos invita a redoblar el estudio de las Escrituras Inspiradas y a tomar conciencia sobre su significación en la edificación de nuestra vida de Fe. Desafortunadamente encontramos que el mundo y sus ocupaciones roban tiempo vital en la vida de Fe, y la espiritualidad es relegada por expresiones materiales de la concepción o idea que tengamos sobre reposo y descanso. Si no hay tiempo el domingo para asistir a la Eucaristía cómo edificar sólidamente nuestra espiritualidad, es un interrogante obligado para los bautizados. El mundo busca que los hijos de Dios pierdan la noción de eternidad y se contenten solo con llenar el vientre y los sentidos matando de hambre la Fe y el amor de Cristo en nosotros. No permitamos que el amor por el mundo y su noción de bienestar nos haga perder el camino de la verdadera trascendencia y plena realización.

El evangelio Joanico, culmina así la serie de enseñanzas sobre la relación vital del Señor con los bautizados, con quienes reciben y viven el servicio amoroso de la Eucaristía. De paso la expresión Petrina, es una declaración de Fe que contrasta con la actitud de algunos de sus seguidores que ante la realidad cruda de la falta de Fe deciden hacerse a un lado. Juan muy a su estilo nos permite dibujar un bosquejo de lo que será esta relación espiritual donde los signos y portentos no son los que mejor hablan del Señor sino la Fe y dedicación de los suyos. Una relación redimida no se fundamenta en el Dios sanador o liberador sino en el Dios Amor.  Reconocer a Cristo como el “Santo de Dios” es una manera apegada a la tradición de Israel de confesar en Cristo al Mesías al Hijo de Dios. Es duro ciertamente seguir a Cristo, pero es necesario hacerlo para concretar auténticamente el potencial de nuestra vida. Creer es nuestra opción y para que esta creencia sea autentica la Iglesia juega un papel definitivo educando en la Fe y en sus verdades reveladas. Es pues vital que nuestra Iglesia se concretice y asuma los medios y recursos para educar a los bautizados y a sus ministros tanto laicos como ordenados. La disciplina hace parte de este arsenal de Usos y Costumbres que esgrimimos los episcopales en el mundo. Centremos la vida en la centralidad de Cristo y de esta forma los frutos serán dignos de trascender, no vivamos como sin esperanza. Sin duda imitar a Cristo es una realidad del bautizado y debemos trabajar mucho para superarnos en todos los escenarios de la vida en los que nos desenvolvemos y mostrar así a Cristo vivo y triunfante.

 

  

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