miércoles, 4 de agosto de 2021

DÉCIMO PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS...

 

DÉCIMO PRIMER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año B. 2 Samuel capítulo 18 versículos 5-9,15, 31-33. Salmo 130. Efesios capítulo 4 versículo 25 y 5,2. Juan capítulo 6 versículos 35, 41-51.

 

Samuel nos presenta un relato encarnado en la relación de amistad de dos hombres, estamos hablando de David y su amigo Absalón, no es fácil delimitar el significado de una verdadera amistad, lo cierto es que un amigo es un tesoro y sí es posible amarle como a uno de nuestra propia sangre, es al menos la experiencia de estos personajes. Mucho se ha pretendido ver en esta amistad, pero lo auténticamente importante es la generosidad y respeto que tanto David como Absalón sintieron el uno por el otro. Es también una muestra para nuestros tiempos de la diversidad de pensamiento, lo que no implica que no podamos ser amigos del que piensa distinto. Es bueno indicar que las decisiones que tomemos pueden afectar o beneficiar a otros y más cuando están cerca de nosotros y son importantes en nuestras vidas. Escenificando el caso de David y Absalón el mensajero es de origen etíope, (Kus) cuya figura era signo inequívoco de una mala noticia. Pues el mensajero con la nefasta noticia para David de la muerte de su amigo solo genera zozobra en el rey, en orden a nuestra experiencia de Fe las noticias son reflejo de lo que sucede en nuestro entorno y la manera como demos crédito y valor a las informaciones recibidas solo dependerá de que tanto conocemos y valoramos a sus protagonistas, la Fe nos invita a recibir con amor las expresiones de afecto y cariño que nos brinden pero a saber poner en orden tanto nuestros afectos como el justo valor y amor en todas sus expresiones o manifestaciones.

El Hiponense reflexionando sobre el valor de la amistad nos habla de una especie de gradación que reconoce su importancia y esencia. Nos hablará de tres formas plenas de amor a saber: Filial, Esponsal y Amistad o Subsidiary, ac sponsali amicitia. Podríamos definirlo como: De hijos en Dios Padre, de esposos y de amigos. Aquí el bautizado vive sus relaciones llamadas a la santidad y a la plena conciencia sobre el otro y su valor delante de Dios y de sí mismo.

El Salmo 130 o de “profundis” es un Salmo que posee no solo un valor penitencial sino de esperanza en el Dios amoroso, es una bella alusión a nuestra más pura confianza en el redentor y su amor por cada uno de nosotros y en general de los vivientes.  Solo quienes de verdad esperan en el Señor no serán defraudados porque Dios no puede negarse a sí mismo. Dios es auténtico y su amor no puede ser cosa ajena a su Ser Santísimo, es decir, Dios se dona por amor a nuestras vidas. El pecado no es más un obstáculo para la manifestación de su amor por la humanidad. El pecado como diría Agustín de Hipona, es una maravillosa paradoja que en sus palabras “nos mereció tal redentor” aquí el pecado nos da la felicidad y dicha de contar con un amoroso Dios Encarnado…

Pablo en su carta a la comunidad de Éfeso nos dice también a nosotros que los comportamientos deben ser consecuencia de la vivencia de nuestra experiencia con el resucitado. Ya es una necesidad de transparentar al Dios vivo en la vida y obra de cada uno de los bautizados, somos instrumentos de su amor al mundo y no lo reflejaremos si actuamos apegados al modelo del hombre viejo, es decir, de Adán. En Cristo todo es nuevo y vivificante. Somos parte de un todo llamado Iglesia y esa es la razón del servicio cristiano y de la caridad por los demás. Esa vivencia materializa el amor de Cristo por la humanidad, y la Cruz es el punto más alto de su experiencia de amor por la obra plena de su Padre Dios. El pecado puede y de hecho daña las relaciones congregacionales y desgasta la imagen de sus ministros y feligreses. El pecado es la némesis de la obra reconciliadora de Dios en su adorado Hijo y en el Dios Espíritu Santo. El testimonio eclesial es también una figura de la evangelización de cara a la sociedad donde nuestra Iglesia y congregación se desempeña.  No es posible pensar en la misión si antes los feligreses y sus clérigos no viven y respiran armonía, recordemos el Salmo 133: Oh qué bueno, qué dulce habitar los hermanos todos juntos. Qué bueno sentir así la presencia de Dios entre nosotros.

El Texto Joanico, los santos PP. griegos emplearon la expresión: “Ego Eimí”, para evocar las palabras dadas a Moisés, el “Yo soy” no es otra cosa que la manifestación del Dios revelado en la Zarza ardiendo y en las experiencias de Fe de los creyentes a lo largo de nuestra historia personal. Dios es un Dios amoroso que le gusta revelarse y tratar con nosotros. Es un Dios misericordioso que sabe de qué estamos hechos y aun así nos trata como si fuéramos lo más precioso de su creación, eso solo es posible por amor. Pues es Cristo quien refleja la perfección de su amor dándose sin excusa alguna, convirtiéndose en alimento para todos nosotros. Solo el amor pleno puede trasformar todo y generar cambios en la psique y hábitos de los creyentes, ya no eres el mismo si amas a Dios. El lenguaje del amor hablará por nosotros delante de Dios y su Santidad que es Dios Espíritu Santo. El Maná queda en el pasado de Israel ahora delante de ellos está el Pan vivo, aquel que ha bajado del cielo. En esta bella expresión Jesús revela su Naturaleza como Dios y Hombre verdadero, pero sin Fe es imposible leerlo y comprenderlo. Tal y como pasó con sus compatriotas aquel momento. Es una propuesta nueva de vida trascendente que no dependerá solo del componente biológico de nuestra existencia, sino que saltará de su mano a la vida plena, a la vida de la Gracia resucitada en el resucitado.

Pues el alimento que nos ofrece el Señor es atemporal y siempre está a nuestro alcance, nos referimos a la Eucaristía (Misa) que perpetua su sacrifico de amor y entrega perfecta. Es pues hermanos la oportunidad de afirmar nuestra vida en Cristo y vivir como lo que somos los bautizados, los llamados a la vida plena donde nada será límite para el amor de Dios en nosotros.

 

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