PRIMER DOMINGO DE
ADVIENTO. Isaías capítulo 64 versículos 1-9. Salmo 80: 1-7; 16-18. 1 corintios
capítulo 1 versículos 3-9. Marcos capítulo 13 versículos 24-37.
El profeta Isaías nos
recrea un texto perteneciente a su dinámica profética, el cual, tiene como
punto de partida la revelación de Dios en medio de su pueblo, de un Dios que
sencillamente se deja encontrar, pero al que se debe respetar y cumplir sus
enseñanzas. La relación con Dios puede verse afectada por nuestras actitudes y
viejos hábitos. Isaías nos llama a la responsabilidad en la vivencia de nuestra
Fe. Las figuras a las que acude el
profeta son conocidas por sus congéneres lo que implica un mayor y mejor
acercamiento al Ethos que estos están continuamente edificando. La justicia
aparece en este relato como la facilitadora de la relación con Yahveh, es
decir, que los creyentes deben ser justos y vivir la justicia como una forma de
actitud cultural y relacional ya que la misma ayuda sin duda en el
establecimiento de relaciones ordenadas y en vocación salvífica. Digamos que en
cuanto a nosotros la argumentación es clara, sin la praxis de una vida justa es
imposible dimensionar la auténtica relación con Dios. El profeta llama a Dios
bajo el nombre conocido de la Tradición Yavista, miremos el versículo (7) “Pues
bien, Yahveh, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tu nuestro alfarero,
la hechura de tus manos todos nosotros”. Las cualidades de Dios como Padre
sobresalen y literalmente moldean la relación con Él.
Una relación que está llamada a crecer y
fundamentarse en el amor de Dios por su obra. El resto de su contenido
corresponde a la tradición y al momento histórico interpretado por el profeta,
recordemos que la relación de Israel con su Dios siempre ha estado cargada de
distintos matices como, por ejemplo, la desobediencia y desconfianza ante el
anuncio y su cumplimiento. El profeta prosigue su relato centrando la relación
con Dios en la vivencia cultica de su liturgia. El pecado anuncia por sí mismo
la diáspora y como el castigo de las acciones de Israel serán simbolizadas por
este fenómeno social. Para no olvidar y relacionar con el texto Isainiano, el
Salmo que nos propone la liturgia anuncia para el reino del norte la
devastación a manos de los asirios, Judá y Jerusalén fueron saqueadas, este
relato se ubica en el siglo VI antes el Señor.
El apóstol Pablo, nos
invita a testimoniar la victoria de Cristo (versículo 6) y con ello a
manifestar la presencia de la Gracia que se hace dinámica en cada uno de los
bautizados logrando así cimentar la opción por Cristo, una opción cargada de esperanza
por los dones que se nos han concedido en Cristo mismo. Es pues una relación
salvífica enriquecida por la particular predilección de Dios por los bautizados
que conforman su pueblo (visión eclesiológica de Pablo). Nada hace falta al creyente cuando se deja
permear por la Gracia que configura su vida convirtiéndolo en habitad de la
Trinidad (inhabitación Trinitaria). La fidelidad de Dios se traduce o asume el
nombre de Amor. De lo anterior concluimos que la comunión con Cristo es una
realidad que transforma la existencia del bautizado y a su vez nosotros debemos
dar una respuesta positiva a la presencia de Dios en nuestras vidas. Este llamado no es iniciativa de la humanidad
sino del amor de Dios por ella. No existe posibilidad alguna de que nosotros
definamos lo referente a esta comunión más allá de nuestro amor y compromiso de
vida como de la realización de nuestro proyecto de vida como bautizados e hijos
de la Madre Iglesia.
El Evangelio de Marcos
nos introduce en la concepción de un final inminente que sirve para estimular
la praxis de Fe en los judíos convertidos al cristianismo, el género empleado
es de características apocalípticas sin que necesariamente se remite solo al
final de los tiempos, de una especie de recapitulación (Ireneo y Tertuliano)
recordemos que la aparición o surgimiento del Mesías (Cristo) desencadenó una
serie de crisis en la cosmovisión de Israel al punto de confundir (pueblo) la naturaleza y cometidos del Mesías asunto
que les llevará a crisis, pero aun así
la manifestación es clara y contundente. En la concepción de los primeros
cristianos no era claro este argumento y sin duda que el presente Texto
Inspirado no siempre fu interpretado como el “final” sino que se leía entre
líneas la necesaria sumisión al Evangelio y a la responsabilidad personal del
bautizado en la edificación de la sociedad.
El fin de los tiempos es
un tema velado a la humanidad y las palabras del Señor (distinto Texto a los Logion)
así lo dejan saber: “Más de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles
en el cielo, ni el Hijo, sino solo el Padre.” (Versículo 32) Solo el Padre
conoce la razón de ser de su creación y por ende de la relación salvífica
establecida con su Adorado Hijo, es un acto de la Voluntad del Padre Dios e
intimación de la misma en la obra redentora de Cristo. La soberanía de Dios
queda a salvo siempre en sus acciones y decisiones respecto a la humanidad. La
actitud del creyente es de continua vigilancia, es decir, de estar preparados y
vivir con amor e intensidad cada día como quienes estamos cargados de esperanza
en el resucitado. Los signos de los tiempos pueden ser interpretados según su
época e impacto, lo cierto de la cuestión es que la revelación de Dios es
también un acto de su profunda misericordia por la humanidad y la creación. Velad,
es el llamado, lo que implica cambio de vida y actitud frente a la praxis de
nuestra Fe. Vivir la conciencia de la presencia de Dios en nosotros nos asegura
la suficiente confianza para poner en sus manos nuestra realidad y sus
vivencias. Bienvenido el Adviento, tiempo de reflexión y espera confiada.
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