SOLEMNIDAD POR EL
REINADO DE CRISTO. PROPIO 29. Año A. Ezequiel capítulo 34 versículos
11-16, 20-24. Salmo 95: 1-7ª. Efesios capítulo 1 versículos 15-23. Mateo
capítulo 25 versículos 31-46.
El profeta Ezequiel
siguiendo la tradición de Israel centra su mensaje en la relación que se
establece entre el pastor y las ovejas, recordamos hoy hermanos que el pastoreo
era una ocupación de suma importancia para la economía de Israel como también
para las acciones cúlticas del pueblo. La figura descrita habla de la
conciencia que el creyente debe tener sobre sus responsabilidades como
bautizado y miembro vivo de la Iglesia, así como de los compromisos que
asumimos en la vida de la congregación. Dios pedirá cuentas a cada una de sus
ovejas (metafóricamente) y establecerá este juicio de responsabilidades sin
importar el grado de conciencia que tengan algunos y algunas de su papel en la
Iglesia. Es un llamado a reconocer los signos por los cuales vivimos nuestra Fe
como bautizados sin perder de vista que la justicia está en sus manos. Ante
tanta situación difícil aparece la promesa de un orden que inicia en David y
culminará en Jesús. El Sumo Pastor es sin duda nuestro Señor a quien si le
duele la Iglesia y la vida de los seres humanos. Es el llamado a no
permitir que otras preocupaciones nos arrebaten el objetivo cristiano y la
finalidad de ser bautizados. Nada puede estar por sobre nuestro deber de
creyentes que hemos recibido sin distinción alguna en el Bautismo y su
Pacto. Las ovejas “gordas” como símbolo de inactividad pastoral o
ministerial recibirán tarde o temprano su recompensa por muy exitosas que se
presenten entre sus hermanos. La justicia de Dios se manifiesta en su adorado
Hijo y de esta manera la vida de nuestra espiritualidad estará convenientemente
encaminada.
El Apóstol Pablo emplea
un calificativo típico de su época, me refiero a “santo” que correspondía al
seguidor de Cristo y comprometido tanto en su Fe como en las enseñanzas de la
Iglesia. La santidad era consecuencia de la vivencia del cristianismo sin
esperar confirmación alguna de su santidad más allá de la pertenencia a la
Iglesia y al evangelio de Cristo. Pablo reconoce la santidad en la vivencia y
compromiso del evangelio por parte del bautizado. Dejando en claro esta postura
es bueno tener presente que tales afirmaciones las enmarca en la perspectiva de
la soberanía de Cristo en su Iglesia. Pablo concreta una eclesiología de
ribetes cósmicos que está por encima de cualquier otra consideración, miremos
parte del Texto a los Efesios: Que desplegó en Cristo, resucitándole de
entre los muertos y sentándole a su diestra en los cielos, por encima de todo
Principado, Potestad, Virtud, Dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo
en este mundo sino también en el venidero. Bajo sus pies sometió todas
las cosas y le constituyó Cabeza suprema de la Iglesia (versículos 20-22).
La esperanza de Pablo recae en la presencia absoluta del Señor en su
Iglesia y por ende en la vida y cotidianidad del creyente hasta que este genere
una concepción de identidad y relación con Dios que llegue a la máxima
expresión de intimidad y familiaridad, solo así el bautizado vivirá su vocación
a la santidad a imagen de Dios que es Santo.
La eternidad será
consecuencia de como viva aquí el creyente, es como indica tácitamente con una
expresión popular: Como vives aquí en la tierra, así mismo vivirás en
el cielo. La cuestión es clara y concreta, ¿Qué le presentarás
a tu Dios cuando seas llamado?...
El evangelista
Mateo, recrea la escena del Juicio
Final con figuras de su época y por demás muy conocidas en la
cotidianidad de los creyentes. Las categorías morales que aplica aquí
el evangelio son absolutamente claras y tienen todo que ver con la centralidad
de la vida y obra de los bautizados. Las relaciones con quienes nos
rodean son determinantes y paradójicamente se argumentan hoy en un medio
socio-cultural plagado de propuestas individualistas que se presentan como
salvadoras de la humanidad pero que en el fondo solo son motivaciones egoístas. El
otro se convierte en el móvil de nuestra propia conciencia al punto de ser
absolutamente significante su presencia. La expresión “benditos de mi Padre”
nos ubica en el plan de la Gracia que se encuentra delante de Cristo y su
Iglesia. No es una expresión legalista, por el contrario, apunta a la realización
de un modelo de Fe y de vida centrado en las enseñanzas de su Palabra… Pondrá
las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a
los de su derecha: "Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del
Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre,
y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me
acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la
cárcel, y vinisteis a verme. Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo
te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, ¿y te dimos de beber? (versículos
33-37).
La conciencia sobre
el otro y sus circunstancias es un reflejo directo de la consideración de
solidaridad y justicia argumentada por Mateo. Es lamentable como cada día
los bautizados se encierran en su mundo y se aíslan de sus hermanos y hermanas,
por motivos tan variados como: clasicismo social, seguridad, economía, cultura,
color de piel, pensamiento político, etc. Cada día es más difícil relacionarnos
y vivir la Fe como hermanos y testigos de Cristo. Gran tarea tiene la Iglesia
de dar testimonio de su centralidad y opción fundamental por su Señor y no ser
más parte de los males antes señalados. Ya es hora de que nos duela lo que
les sucede a nuestros hermanos que están junto a nosotros y asumamos una
actitud más solidaria y humana (paradoja).
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