DÉCIMO-TERCER
DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Año A. Propio 17. Éxodo capítulo 3 versículos
1-15. Salmo 105:1-6,23-26,45c. Romanos capítulo 12 versículos 9-21. Mateo capítulo
16 versículos 21-28.
La escena de la “Zarza
ardiendo” documenta momentos vitales en la vida de Moisés y sobre la
apreciación que este personaje tiene de la manifestación de lo sobrenatural en
su vida. El Texto Inspirado revela momentos determinantes en la concepción de
la revelación y como según el género literario que se emplee en la elaboración
de este relato nos deja percibir la necesidad que tiene su autor de hacerlo
derivar hacia la comprensión de un culto de tinte universal que intencionalmente
hace remontar hasta los propios comienzos de la humanidad. El Dios revelado no
es el Dios desconocido como pretendemos ver en la escena, es el Dios que se ha
revelado incluso a la humanidad antes de la era patriarcal, por Tradición Sacerdotal
(año 470 en Babilonia por un grupo de sacerdotes en el exilio) y en este género
el nombre de Dios empleado por la época es El Shaddai (Genesis capítulo
17 versículo 1). Lo interesante de este relato es la forma como Dios
entra en diálogo con Moisés y la manera como describe su condición divina y la
intimidad del escogido para una misión fundamental en la construcción de la
identidad del pueblo en el desierto. La figura de Moisés fue “agrandada” por la
necesidad de afirmar y dar autoridad a su proceso liberador y mostrarle como
escogido por Dios. Desde esta perspectiva sus obras son sobredimensionadas en
esta literatura de tipo nacionalista. Moisés rompe así la manera como usualmente
los creyentes se relacionaban con los “dioses” de su época, es decir una relación
mítica y sin asidero en la historia. Ahora podemos ubicar a Dios en la revelación
de la misma manera como sucedió con Abraham, es una carta de presentación y aceptación
de su rol futuro como caudillo del pueblo israelita.
Es tal la
trascendencia de nuestro Dios revelado que nadie lo puede ver sin importar el
motivo o la acción significante. Dios se revela bajo las condiciones que le son
propias, en la inaccesibilidad de su Persona Divina.
No es un Dios al alcance de los caprichos y voluntades humanas como pasaba en
la época de Moisés con el culto y la tenencia de ídolos en los hogares. A Dios
no se le retiene como a un artilugio fabricado por mano humana, Dios es el
Subsistente por antonomasia. Solo Dios habla de sí mismo porque solo Dios se
conoce perfectísimamente a diferencia de la condición humana y nuestra propia
ignorancia sobre lo que somos e incluso vivimos. Dios se revela porque solo Él
se conoce y se ama eternamente… La misión de Moisés queda sellada con esta
revelación de la vocación a la que Dios le escogió previamente. Es un
llamado a todo bautizado a no dejarse sorprender por las “luces del mundo” sino
aspirar a los bienes eternos aquellos que ni la candela o la polilla pueden
dañar. Moisés fue testigo de la Voluntad salvífica de Dios sobre su vida y
sobre su pueblo. Moisés expresó en su profunda Fe también las flaquezas propias
de la humanidad. Hemos visto como la promesa de una tierra y una descendencia
como las estrellas o la arena del desierto se transforman en la eternidad
delante de Dios. Una historia salvífica que Dios revela para la humanidad y los
plazos para nuestra madurez y comprensión inician en Ur de los caldeos y se
hacen uno en la unidad esencial de personas en el desierto bajo la guía de
Moisés.
Pablo en la carta
a los Romanos asume una postura moral de Fe que
desemboca en un Ethos de praxis universal, es el bien el comportamiento que no
excluye a nadie de su influjo y se transforma en culto al Dios vivo. Los
valores cristianos que señala Pablo son propios de la cultura cristiana que
tiene sus ojos puestos en Dios y en la retribución de su amor. Son los valores
de quienes saben que hay una realidad transformadora de vidas y acciones. Es la
vivencia de los bautizados que soporten con valor las dificultades, pero sin
perder la esperanza. Nuestra Fe es un bien absoluto y ella nos centra en la
trascendencia, la misma que aguardamos definitivamente. El modelo cristiano no
descansa sobre las estructuras del mundo. La sociedad necesita de la praxis del
amor como el eje relacional de las nuevas relaciones salvíficas entre seres
humanos. Pablo pide la instauración tacita de este orden donde la Fe, la
Esperanza y la Caridad revelan lo que somos y vivimos y desde luego lo que hay
en cada uno de los bautizados. Si deseamos cambiar nuestro entorno (político, económico,
socio-cultural) solo lo podemos hacer dándole cabida a Dios y su manifestación
concreta contra el pecado y todas las formas de alienación que esclavizan y
envilecen a la humanidad comprada a precio de Sangre en la Cruz…
Mateo
nos presenta una escena agridulce en la vida del redentor, recordemos hermanos
que viene de escuchar la profesión de Fe de Pedro y los discípulos para luego
anunciar la forma de su martirio expresada en grandes sufrimientos. La realidad
salvífica una vez más enfrenta al Señor con las estructuras de pecado y
desconfianza simbolizadas en “satanás” que es sin duda el máximo exponente de
la hostilidad del mundo y sus reinos, muchos de los cuales ya conocemos en el
presente de nuestras sociedades. El evangelista desea mostrarnos la realidad de
esta confrontación que no respeta momento o personas. De una lucha que parece
no tener tregua pero que en última instancia es necesaria para nuestra
salvación. No es posible retroceder ante el Dios de la vida y más cuando
nosotros hemos aceptado vivir nuestra experiencia con su Adorado Hijo. Es también
un llamado de atención para todos los creyentes. Hay que confesar con la
vida y las obras todo aquello que por Fe hemos aceptado y asumido, es vital
plasmar y dar identidad a nuestras vidas y entorno como redimidos y declarar
que nuestras vidas y medio vital son de Cristo nuestro Señor y único como
suficiente Salvador…
Tomar la Cruz y
caminar en pos del Maestro es alusión a la opción por el Reino que hemos hecho
desde el Pacto Bautismal. Es la oportunidad de reconocer que nuestra existencia
es pasajera y que los bienes eternos son nuestra razón de ser y
vivir en la Fe. El Hijo de Dios establece su Reino por sobre los reinos
incluyendo en esta lista a Jerusalén para luego ver el Reino del Padre
(versículo 28) en el juicio final la Justicia de la Fe será acompañada por la caridad
y el amor de las obras. Dios no está excluyendo a nadie de su Reino, somos
nosotros los que optamos por la eternidad o vivimos como “cosa o res finita”.
La salvación es obra de su amor y nuestra Fe y obras, es fruto de su Gracia. No hay rescate alguno que podamos pagar lo que
implica la responsable vivencia de nuestra espiritualidad. En la antigüedad
clásica los griegos creían que se accedía al inframundo portando
oro y joyas y quien no tenía esa posibilidad simplemente no viviría
eternamente. Hoy creemos que solo el amor y la misericordia de Dios bastan para
hacerlo, pero es necesario vivir como hijos de Dios portadores de auténtica esperanza.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario