SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.
Primera Lectura. Génesis capítulo 25 versículos
19-34.
Salmo. 119 versículos 105-112.
Segunda Lectura. Romanos capítulo 8 versículos 1-11.
Evangelio. Mateo capítulo 13 versículos 1-9 y 18-23.
En cierta ocasión había dos hombres encerrados en un
sótano cuyo único contacto con el mundo exterior era una pequeña ventana
instalada en la parte superior de la pared que daba a la calle, pero como
estaba lejos del piso era necesario que ellos se turnaran uno apoyado en los
hombros del otro para acceder a la ventana y observar el mundo exterior. El
primero de ellos subió a los hombros de su compañero y quedó perplejo con lo
que vio en la calle y decidió no mirar más, mientras que el segundo exclamó “
es lo más bello que he visto” que pudo haber visto el primero que le
obligó a renunciar a seguir observando, su respuesta fue clara: Mira hermano no
quiero ver más afuera solo vi desorden, caos, violencia, basuras,
mendicidad, pero el segundo le contó su experiencia, por el contrario yo vi un
bello día soleado, nubes que pasaban sobre los transeúntes, el verdor de los
árboles y el viento en mi cara. Moraleja: “todo dependerá de lo que estés
buscando de la vida y de tu entorno”. Esaú no tenía presente el significado
de la primogenitura como signo de bendición de Dios
y autoridad en medio de su familia, mientras que Jacob dispuso cuanto podía
para no desperdiciar estos dones y gracias concedidos por Dios. El panorama que
hay en nosotros dependerá en gran medida de la profundidad de nuestra relación
con Jesús y hasta donde estaremos dispuestos a llevar nuestra espiritualidad
con el Señor. La vida atreves de los ojos de Esaú solo percibe necesidades
pasajeras fácilmente solucionables, mientras que Jacob piensa en su futuro y lo
que será importante en la maduración de su vida con propósito. Jacob miró a lo
alto y su hermano al piso. Dos hermanos, dos pueblos, dos destinos matizados
por sus convicciones y propósitos, dos rivalidades como las presenta el mundo
bajo el esquema de una moral imperfecta desprovista de la luz del Evangelio de
Cristo…
El Apóstol Pablo en su Carta a los Romanos capítulo
8 versículos 1-11, nos invita a asumir con absoluta claridad nuestra
responsabilidad ante el bien y su praxis que él reconoce presente en nuestra experiencia
cristiana. El pecado es real pero no determinará ya el destino de los
creyentes. No vivimos para la carne cuyo señalamiento es la esclavitud del
pecado que establece diferencias entre las personas como vimos en la historia
de los hijos de Isaac y Rebeca. Nuestra opción es Cristo y como tal su Gracia
hace de nosotros criaturas nuevas, es decir, el hombre viejo que vivía de la
carne y sus apetitos quedó fuera de nosotros y ahora vive el hombre nuevo
simbolizado por Cristo y su resurrección. Somos depositarios ya no de una
primogenitura sino del mismo amor de Dios que se transforma en luz y guía de
nuestros pasos. El mensaje de Jesús es fuente de vida y su Espíritu nos
comunica la inmortalidad a la que somos llamados por medio del Bautismo. El
gobierno antiguo que consistía en el influjo del pecado fue devorado y dejado
atrás por la Gracia de Dios en Cristo y tan rápido fue su triunfo que ni aun Esaú
había terminado sus lentejas cuando su cuerpo seguramente pedía más, en esta
dinámica los dones con los que llenamos nuestras vidas son imperecederos porque
brotan del amor de Dios que no es carne, sangre, o comida sino Gracia y
Espíritu vivificador.
El Evangelio de Mateo propuesto en conjunto
con las lecturas anteriores, nos ubica rápidamente en la enseñanza sobre la
Palabra de vida comunicada por Jesús, pero resalta especialmente como la Ley
caducó frente al amor de Dios. El mismo que se expresa libremente en la vida y
Fe de cada cristiano que hace de su ser un “campo fértil” para la Palabra o
Voluntad salvífica del Padre Dios. La semilla es sin duda las enseñanzas
evangélicas que buscan anidar en nuestros corazones. No podemos permitir que el
obstáculo inicial lo constituyan nuestros proyectos y metas, por el contrario,
la Palabra revelada se convierte en la fuerza que mueve todo propósito y afirma
todo destino. Si estamos dispuestos el Espíritu Santo nos dará la perfección
sobre la antigua Ley y viviremos plenamente el mandato del amor como
centralidad de nuestro ser creyente. El amor de Dios hace fértil nuestras vidas
y prosperas nuestras acciones y pensamientos. No perdamos de vista que el mundo
actual reclama de nuestras vidas testimonio y compromiso, y que solo desde la
mirada de nuestra Fe será posible transformar la sociedad donde nos movemos y
recuperar a base de ejemplo muchos de los valores cristianos perdidos o en
desuso. Las parábolas que el Señor emplea con sus discípulos son en si el
lenguaje de Fe que solo quienes le buscan con sinceridad y creen en Él podrán
entender fácilmente. El lenguaje del amor y la solidaridad anidan en
nuestro entendimiento gracias a la revelación salvífica de Cristo. La cosecha
dependerá de la tierra que simboliza el escenario ideal para la semilla y del
corazón que atento se deja germinar por la Gracia de Cristo. El mundo sigue su
propia agenda como lo hemos comprobado infinidad de veces, pero nosotros
estamos bajo el mandato de Dios que asegura así nuestra realización como la
buena tierra y el corazón dispuesto donde “cayó y prosperó la semilla”. El
mal en su representación más clara o “pura” literalmente puede arrebatarnos los
frutos de la Palabra sino los atesoramos y convertimos en obra agradable a Dios,
somos sus hijos y como tal estamos llamados a ser tanto la tierra fértil, como
el fruto de su Evangelio.
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