SEGUNDO DOMINGO
DESPUÉS DE LA EPIFANÍA.
TEXTO PRIMORDIAL
DE LA REFLEXIÓN: Juan capítulo 1 versiculos 29-42.
"29. Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él
y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. 30.
Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto
delante de mí, porque existía antes que yo. 31. Y yo no le conocía, pero he
venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.» 32. Y Juan
dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma
del cielo y se quedaba sobre él. 33. Y yo no le conocía, pero el que me envió
a bautizar con agua, me dijo: "Aquel sobre quien veas que baja el
Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo."
34. Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.»
35. Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus
discípulos. 36. Fijándose en Jesús que pasaba, dice: «He ahí el Cordero de
Dios.» 37. Los dos discípulos le oyeron hablar así y siguieron a Jesús.
38. Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?»
Ellos le respondieron: «Rabbí - que quiere decir, "Maestro"
- ¿dónde vives?» 39. Les respondió: «Venid y lo veréis.»
Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día. Era más o
menos la hora décima. 40. Andrés, el hermano de Simón Pedro, era uno de los
dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús. 41. Este se encuentra
primeramente con su hermano Simón y le dice: «Hemos encontrado al Mesías»
- que quiere decir, Cristo. 42. Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando
su mirada en él, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás
Cefas» - que quiere decir, "Piedra"."
https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/juan/
|
La simbología Joanica nos
recuerda que la figura del “Cordero Pascual” es entroncada a la
realidad de la necesaria promesa salvífica que siglos antes Dios entregó al
pueblo de Israel. Si observamos el libro del Éxodo capítulo 12 vemos con
total claridad la figura expiatoria de aquel sacrificio que posteriormente en
la mentalidad del cuarto evangelio se plasma relacionado directamente con la
obra del Redentor, de esta forma nunca salió del contexto judío de la expiación
por los pecados, eso sí, superando el ritualismo y encaminándose a una relación
necesaria para la salvación. Tal relación es de índole universal. También
podemos encontrar las concordancias proféticas de Isaías en los “cánticos
del Siervo de Yahveh” en el capítulo 53, este Siervo expiatorio cargó
con los pecados de todos. Desde la
concepción teológica Joanica encontramos la centralidad del presente Evangelio
recomendado para este segundo domingo después de Epifanía, nos referimos al versiculo
33 que describe la obra de la redención y como esta será adelantada ya no
en una acción penitente como la proclamada por el Bautista sino bajo la
Gracia que actualizará la condición humana libre de pecado. El Cordero que hace
alusión el vidente de Patmos es el mismo insinuado en la salida del
pueblo de Egipto, pero con una realidad que plantea la necesaria reedificación
del creyente. Un nuevo estatus por medio de la Gracia que es producto del
Sacrificio del Señor en la Cruz.
Desde luego la
regeneración se adelanta en el Espíritu Santo portador de la nueva y definitiva
condición de los bautizados, las criaturas nuevas que aducirá posteriormente Pablo
coinciden radicalmente con la necesaria actualización de la persona humana
que parte precisamente de su experiencia con el resucitado. Juan une
perfectamente la concepción de la espera judía con la manifestación pascual del
Señor, no se trata solo de un anuncio esperanzador sino de la forma como la
redención plantea un sacrificio y Cristo mismo es el Cordero Pascual
esperado, no se sale de la tradición sacrificial de su pueblo, pero importa
elementos nuevos a tal acción salvífica como es la de la presencia del Hijo de
Dios como el Sacrificio por antonomasia que nos convenía. Pues ese mismo
Espíritu manifestado en el Bautismo solidario de Jesús será entregado por este
a la humanidad que lo acepte como su Señor y Salvador. Es
particularmente interesante la postura de los Santos Padres de la Iglesia
que ven en tal figura una cierta literalidad, es decir, el Espíritu desciende
sobre el Señor, no para quedarse siempre en tal postura sino para ser
comunicado, es una bella forma de poner en manos del Señor la cabeza y plenitud
de la obra salvífica. Reconocer a Cristo es más allá de cualquier especulación
o señal particular como las presenciadas por sus amigos y cercanos, es una
perfecta interiorización de esta relación que nos hace optar solo por Cristo y
no por el mundo y sus afanes y placeres. Tenemos mucho que caminar aun en la vida
eclesial para no seguir solo nuestros intereses y bienestar, creyendo solo en
la realización de ideales profesionales. El reconocer a Cristo implica
una negación de nosotros mismos y lo que creemos, es vital en el mundo para
nuestra existencia, dar el corazón al mundo se puede disfrazar de muchas
formas.
Los testimonios
personales de la realización del proyecto salvífico tocan las fibras de nuestro
corazón y hace que la mente busque como dirá aquella “La cierva
busca corrientes de agua” Citamos el Salmo 41, esta búsqueda es
intrínseca a nuestra relación vital con el Dios revelado, y eso no lo suple el
mundo, y no interesa que tan cerca o alto estés en la dignidad de la vida
eclesial.
Juan está reconociendo de
manera tacita la necesidad de testimoniar vitalmente al Señor y su
manifestación como el Salvador de la humanidad. Una manifestación que solo se
reconoce con el corazón y los afectos y es coherente con los procederes. La
búsqueda del Señor es esencial y mueve como tal todos los componentes de la
existencia humana. Una profunda sed de Dios tenía el Bautista y por tal
motivo envió a sus discípulos a encontrar al Dios Humanado. El Señor en
la Cristología Joanica posee unas condiciones particulares que lo distancian de
lo cotidiano y normal en el orden de la naturaleza, pues estas manifestaciones
de su Ser Trascendente le entregan un conocimiento superior al
desarrollado por cualquier persona, eso nos indica el diálogo sostenido con los
enviados del Bautista y la forma como conduce la conversación hasta
permitirles a ellos optar en sus respuestas y actitudes. Aquí hay una poderosa
carga de testimonios personales como por citar uno de ellos el describir la
hora en la que se desarrolló el encuentro, para ello miremos el versiculo
39. La vida interior es la clave para poder nosotros acercarnos en tal
intimidad y fraternidad al Señor, sin la interioridad necesaria este encuentro
solo hubiera significado una connotación inicial y no más que eso, pero
trascendió al punto de reunirlos en un escenario más privado donde sin duda
continuaron los coloquios, para el autor del cuarto Evangelio, es importante
tal interioridad porque deja al creyente en la perspectiva salvífica necesaria
al reconocer a Cristo como su Salvador. En aquella época el concepto más
cercano para describir al Salvador era la figura del Cordero Pascual,
era imposible para un judío promedio reconocer al Salvador sin el empleo de
estas figuras tan comunes en su vida de Fe y praxis religiosa, es decir,
estaban instaladas desde antes en la psique de los israelitas. A partir
del Señor su Espíritu llegará de manera ilimitada a los bautizados de todas las
épocas en una efusión que se manifestará institucionalizada en Pentecostés.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario