DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD. Isaías capítulo
61 versículo 10 y 62,3. Salmo 147. Gálatas capítulo 3 versículos 23-25 y 4:
4-7. Juan capítulo 1 versículos 1-18.
El relato Isainiano
camina en la alegría y bienestar de su
pueblo, hace eco de todas las pruebas por las que atravesó el “Siervo de Yahveh” como indicándonos que
ante la dificultad siempre hay una palabra de esperanza y que nuestras
pruebas no son definitivas porque aguardamos la intervención amorosa de
Dios. La postura del profeta es consecuente con la promesa hecha a sus
antepasados y siempre ante una dificultad aparece una luz que brilla con mayor
intensidad en la vida y situaciones de los bautizados. En el futuro profético
de Israel esa luz será encarnada por el propio Señor. Los temas de la alianza
están presente en la intención Isainiana como quiera que es la razón de ser de
la profecía que revela el advenimiento mesiánico.
Isaías en este segundo
segmento del Texto citado en la liturgia
dominical hace énfasis en la gloria de Jerusalén una vez rescatada, lo que nos permite pensar en una realidad
escatológica que supera con creces las dificultades del exilio. Los símbolos
nos hablan de su realeza la misma que será ratificada por el accionar
mesiánico, es en Cristo que el futuro toma todo su brillo y poder pero no
cualquier futuro aquí es una declaración de Fe en la realidad escatológica del
pueblo de Dios que se extenderá a todas las gentes, es decir, a la Iglesia su
Nuevo Pueblo… La exclamación “En la
palma de tu Dios” del versículo 3 corresponde al Poder de Dios como Rey y
Señor de la creación y su accionar restaurador que le retornará toda la gloria
a su pueblo. Isaías evoca las hazañas de su pueblo y el esplendor de sus gobernantes. No queda duda
sobre el valor que los judíos dan a su relación con Yahveh, es una relación
vital desde todo punto de vista.
Isaías
está viendo en estas imágenes una alusión directa a la mayor de las conquistas
de su pueblo y que no fue precisamente desde lo militar o económico sino desde
la realidad espiritual de convertirse en el pueblo escogido. Una meta esencial en el camino descrito desde Abraham y posteriormente
durante su estadía en el desierto bajo Moisés.
El Salmo 147, posee
una característica muy particular y es la de unir su contenido que en algunas
versiones como la Vulgata aparece en dos momentos (versículos 1-12 y 13-20)
pero comportando una unidad temática que exalta a Yahveh como el Dios liberador de Israel y amigo de
los necesitados, recordemos que estos son temas recurrentes en la literatura
bíblica y momentos inspiradores para las escuela proféticas de Israel. La realidad asume las connotaciones
necesarias a la hora de exponer la Misericordia de Dios que se viste de
liberador para su pueblo y portador de gran Esperanza como virtud asociada a la
revelación. Los momentos aquí descritos son clave para comprender la relación
de Israel con el Dios revelado. De manera coherente con lo afirmado arriba los
santos PP. de la Iglesia vieron en su segunda parte (versículos 13-20) una
perfecta alegoría a la Nueva Jerusalén en su lucha y triunfo, es decir, la
oportunidad de alcanzar la realización de la promesa. La Palabra revelada es un instrumento fundamental de esta relación con
el Dios viviente, una relación con fundamentos en su Amor y en vocación
salvífica por su Voluntad.
El Apóstol Pablo,
a esta comunidad en particular, les
recuerda la fundamentación de toda esperanza haciendo derivar sus palabras al
misterio del Dios Encarnado, de la Fe cuya centralidad no será la ley y sus categorías de justicia, sino de la
presencia de Cristo como el ejecutor perfecto de la Voluntad del Padre
Dios. El único mediador es Cristo a
diferencia de la antigua Ley que tenía a Moisés desempeñando este puesto. Tal
mediación era imperfecta y por ende insuficiente para la salvación por esta
razón invoca el símil del pedagogo cuyo papel termina cuando los más pequeños
son llevados a una instrucción para la vida laboral o militar.
Pablo
tiene muy presente que nosotros somos producto de la Gracia del sacrificio de Cristo y que la
Ley como modelo de alianza fue trascendida hasta instalarnos en una relación de
índole personal y existencial. La Fe
cobra toda su importancia en el día a día de esta relación que involucra todos
los escenarios que vivimos y las situaciones de nuestra convivencia. La muerte, la vida, se entrelazan en
acontecimientos salvíficos animados por el amor de Cristo. Son muchos
siglos de espera para ratificar en nosotros el triunfo de Cristo antes como
Mesías y ahora como realidad escatológica de un Reino que llamamos Reino de los
Cielos.
La
condición de nuestra libertad quedó ratificada y vigorizada al extremo por un
amor tan grande del que solo es capaz el mismo Dios y Señor. Nada hay fuera del
plan de Dios pero sin amor este plan no germina como la semilla invocada por
Jesús en su Evangelio (Semilla de Mostaza). Pablo ratifica la creencia doctrinal sobre el
origen Divino y Humano del Salvador y como su presencia es tan histórica como
lo es la misma Ley Mosaica.
El Prólogo Joanico, como
expresión teológica nos lleva a las
nubes en el vuelo del Águila como es representado este evangelista. Juan y
antes el (A.T) eran conocedores de la Palabra de Dios y su estrecha relación
con la Sabiduría, que en algunos casos encarnaba el poder de Dios y su absoluto
conocimiento de la realidad y en otros la presencia de la misma Voluntad de
Dios revelada. Una revelación que llega
a nosotros gracias a Cristo quien es el perfecto revelador de la vida
Trinitaria y por ende de las operaciones de las Divinas Personas. La Palabra aquí es pre-existente porque se
refiere expresamente como manifestación del mismo Dios, solo Dios podía darse a
sí mismo ya que no hay otra cosa en su Ser que Dios mismo, sabias palabras que
se acuñaron en la Escolástica (Tomás de Aquino siglo XIII).
Para
Juan la Palabra de Dios es personal cuestión que dedujo en la Encarnación del
Verbo de Dios, una Palabra que se revela como Hijo de Dios en una clara
intimación de la Voluntad salvífica de Dios Padre en su Adorado Hijo. Tal
intimación llega a la Iglesia en la vida
de su misión tanto evangélica como sacramental (John Keble. PP. del Movimiento
de Oxford 1832).
La
Luz como figura Joanica evoca su poder sobre las tinieblas, esto último es
herencia de su contacto con la tradición filosófica griega, en el pensamiento platónico la ignorancia y
el mal residían en las sombras o imposibilidad de la razón para centrarse en
sus operaciones. En cuanto al mundo
recordemos que algunas ocasiones era el habitad y su entorno somático y otras
veces la absoluta hostilidad a la obra y
misión del propio Cristo. Las relaciones
necesitan de la Gracia para ser santificadas y dar frutos abundantes. No es
extraño suponer que la oposición al mensaje salvífico fuera vista como
manifestación del mundo y sus concepciones de la vida, la muerte y lo divino.
El mundo venidero está por sobre la condición de pecado del presente. En cuanto a los discípulos del Señor deben vivir en el mundo como en su medio
relacional pero sin perder de vista que no son del mundo, como los bautizados no somos estrictamente
hablando manifestación de las relaciones mundanas.
La
Palabra no es fruto de la sangre o la carne nos indica Juan en el (versículo 13)
de esta manera nos hace saber que está
hablando de Cristo, de la visión que sobre el Resucitado tenía el “discípulo amado” Recordemos que la “carne” como expresión Joanica nos habla
sobre el ser humano y su debilidad ante el pecado, es precisamente la debilidad
una manifestación de nuestra condición mortal. Contrario a esta debilidad es la
Encarnación, la cual es la máxima
expresión de Amor y Poder de Dios en favor de la humanidad. Gracias a la
Encarnación hoy podemos decir que Dios es un Dios de manifestaciones y
relaciones personales con cada uno de los bautizados.
Juan
es muy elocuente en describir para nosotros esta relación con el Dios Encarnado
y gracias a su realidad podemos asumir que la Gracia es su consecuencia
directa. No estamos ante una mera manifestación sino ante una relación
salvífica. Hoy como siempre estamos
llamados a vivir una relación personal con el Hijo Único de Dios… Solo el
amor podrá darnos ese conocimiento maravilloso de Dios en nuestras vidas, el
amor no tiene medida el amor es el amor y punto, o como lo expresaría el
Hiponense: “La medida del amor es amar
sin medida”…
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