lunes, 10 de abril de 2023

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA. Apariciones del Señor a sus discípulos

 

SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA.

 Apariciones del Señor a sus discípulos. Texto guía: Juan capítulo 20 versiculos 19-31.

"19. Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.» 20. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. 21. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» 22. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. 23. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» 24. Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.» 25. Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré.» 26. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros.» 27. Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» 28. Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» 29. Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» 30. Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. 31. Estas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre." https://www.bibliacatolica.com.br/la-biblia-de-jerusalen/juan/20/

La visión Joanica descansa sobre la más contundente declaración de la naturaleza divina de Cristo resucitado. Aquí el soplo de Jesús sobre los apóstoles simboliza dinámicamente la presencia del Espíritu Santo en sus dones y frutos. No se trata de una presencia que pueda ser contenida o dominada por los apóstoles, es una consideración literaria para asegurar el envío y por ende la asistencia del Señor a sus discípulos y de manera atemporal a todos los bautizados sin importar la época o función realizada por estos. Juan tiene claro que la manifestación de Cristo resucitado le empodera dignamente de toda Gracia y poder en el cielo y en la tierra. Los signos que el resucitado comparte con sus amigos y cercanos son precisamente las consecuencias en su cuerpo de la obra redentora. Ellas son la prueba de la Iglesia primitiva para afirmar que el Señor derrota la muerte. La fundamentación de nuestra Fe nos permite de manera intuitiva ir más allá de afirmaciones de este tipo para instalar nuestra mente en la praxis de una realidad sobrenatural que llega a nosotros por el Bautismo. La resurrección se convirtió en un fenómeno que marca la praxis cultica, moral, doctrinal, de la Iglesia y los bautizados. No es vista como un acontecimiento de lo trascendente estrictamente, ella también toca la conciencia de los creyentes de todas las épocas produciendo en cada uno de nosotros una verdadera afirmación “Cristo ha Resucitado”.

La Paz es uno de los primeros dones recibidos por los discípulos y testigos de su amor, es una paz capaz de transformar la mentalidad de los creyentes al colmo de la alegría por su afirmación en la vida y obra de los bautizados. Es esencialmente hablando un atisbo de la eternidad y su más absoluta inmanencia en el ser redimido y glorificado, es un anticipo escatológico de nuestra condición futura. La paz como expresión de un orden redimido es reclamada por el mundo y por la gente en general, es la paz que puede dar propósito a la existencia de la sociedad. La realidad del envío es interiorizada por el autor del cuarto evangelio formando de esta manera un relato que más bien parece fruto de su experiencia de Fe que de otro concepto unido al esquema donde interviene el Señor. Este tipo de concepciones son fundamentales en la estructuración doctrinal de la Iglesia primitiva.

Los diálogos sostenidos con el apóstol ausente, nos referimos a Tomas, retorna dinámicamente la mirada de Juan al creyente, al discípulo de Jesús, que no necesita ningún milagro o manifestación para creer en la resurrección de su Señor. Juan juzga este suceso desde la implacable mirada de la auténtica Fe. De la postura anterior es fácil comprender la autenticidad de su experiencia y como esta transformó la vida del llamado “discípulo amado”. Nosotros no caminamos en la dirección de las manifestaciones fantásticas ya que nuestra Fe es obra y fruto conservado a voluntad por nosotros y bajo la guía del propio Señor, es pues, nuestra Fe en el resucitado, consecuencia de nuestra militancia eclesial y como esta le predica vivo y activo en medio de los bautizados, es decir, de cada realidad tocada por el Señor. Ese toque se puede traducir en esperanza segura de eternidad. La respuesta de Tomàs es consecuencia de una casi que inmediata experiencia de Fe que, aunque es absolutamente valida no es la esperada por el propio Señor. Por esta y otras razones lo leído en el capítulo 20 de Juan es estrictamente testimonio de los apóstoles y pilar de su futura labor en la propagación del mensaje de Jesús.

Es importante tener presente que los diálogos particularmente los consignados en los versiculos 24-29 son parte de su reflexión pospascual, y tales conversaciones entre el resucitado y los apóstoles marcan el ideal espiritual pensado por Juan. Un ideal de Fe que recrea los instantes posibles entre el Señor glorificado ya en condición distinta a la conocida por ellos y la respuesta del corazón ante la intuición de la Resurrección como fenómeno que toca sus vidas y genera respuesta a todos sus interrogantes, es un momento auténticamente idílico que supera otros instantes en la vida de Jesús y sus amigos. Es parte de la transformación que la certeza de la Resurrección da a los creyentes, idéntica situación genera en los bautizados de todas las épocas la vivencia del evangelio.  Esta última consideración responde al versiculo 29 del Texto citado para este segundo domingo de pascua. No podemos sacar de contexto las afirmaciones testimoniales porque eran necesitadas en aquella época, cosa distinta sucede ahora. La constatación vital de su triunfo sobre el pecado y la muerte es atemporal y se renueva en la mente de los bautizados. No es un mito como suponen algunos, la Resurrección es tan real como el día y la noche. No se trata solamente de un contenido literario sino de una profunda expresión de Fe. Este domingo revivimos una vez más el encuentro y coloquios del resucitado con los suyos con quienes le llevan hoy en el corazón.

 

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