QUINTO DOMINGO
DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Amós capítulo 7 versículos 7-17. Salmo 82. Colosenses capítulo
1 versículos 1-14. Lucas capítulo 10 versículos 25-37.
El Buen Samaritano.
El Texto Lucano trae para
nosotros la consideración sobre el “gran mandamiento” y la enseñanza del
samaritano. Cuando leemos tamaña lección de vida solo podemos preguntarnos
entonces desde tal perspectiva ¿Quiénes son los llamados a cumplir con el
mandamiento del amor? Y sin duda que la respuesta es evidente, se refiere a los
bautizados que, desarrollando conciencia sobre el otro, como su prójimo e hijo
de un mismo Padre Dios, desde esta dinámica activa proceden con absoluta
misericordia. El amor como hecho concreto de nuestra Fe en el Dios de la vida
nos obliga a ver al otro y su realidad con misericordia, antes que sacar
juicios arbitrarios o asumir el papel de acusadores. La vida y sus complejidades
hoy nos tienen en una posición cómoda pero mañana la enfermedad y sus azares
pueden tocar a nuestra puerta. La seguridad solo es encontrada en una vida que
actúa movida por la Gracia y la compasión por el otro, también Imagen del Dios
viviente.
Aquel hombre se “bajó” de su cabalgadura, es
decir, abandonó su propia comodidad para salir al encuentro del necesitado, lo
visibilizó e identificó como un sufriente. El dolor es una circunstancia de
nuestra existencia, pero no lo es todo y tampoco como realidad biológica es de
tenerle miedo. El sufrir es una connotación de nuestra humanidad necesitada de
la redención y por ende de la Gracia de Dios para salir victoriosa. Aquel
hombre auxiliado por el samaritano fue víctima de la indiferencia de otros y no
es de parecernos difícil de entender, muchas veces en las iglesias se ponen a
salvo otros y se deja de largo la necesidad grande de los propios, en una clara
muestra de desinterés por el otro y su condición, sino estamos cerca de los
hermanos en corazón y misericordia entonces los veremos distantes. El Buen
Samaritano, no es solo una enseñanza de índole moral, los santos PP. de la
Iglesia desde siempre identificaron este personaje con el propio Cristo y
nuestro discipulado. Acoger y acompañar es un requisito de un auténtico
cristiano-samaritano cuyo proceder esta enraizado en el amor y misericordia por
sus semejantes. Es también un llamado a la acción de los bautizados que
imitando el amor generoso de su Señor acogen a otros y les brindan una sonrisa
llena de esperanza.
En el caminar de la vida
es posible encontrar todo tipo de personas en distinta condición espiritual, es
también una realidad que la oración constante y centrada en Cristo se convierte
en fuente de Gracia para afrontar los retos de salir al encuentro de los demás.
El mandamiento nuevo o del amor cristiano, es un intento real y concreto por
dimensionar a los que nos rodean y hacerlos participes de la expresión amorosa
de un Dios que llama a sus brazos a la humanidad entera. No llama a unos
desechando a otros, aunque sea una gran tentación de nuestra parte “abrir y
cerrar” las puertas de su Reino a quienes consideramos no son dignos.
La realidad del Buen Samaritano solo refleja
humanidad atendida por ser precisamente humanidad. Una condición salvífica
presente en nosotros es precisamente acoger en amor y respeto dejando a Dios en
libertad de ser Dios en nuestras vidas. Tiene mucho sentido la expresión: “El
peor enemigo de la salvación es el ser humano mismo”. Nuestra tarea por dura
que esta sea, es amar y acoger en nombre de Dios como discípulos suyos y de su
Santa Iglesia. El Buen Samaritano encarna el arrojo por el otro y su dolor,
encarna el sufrimiento que se comparte por amor y la respuesta por
misericordia. El Buen Samaritano no se detuvo ni preguntó por filiación
política, económica, o visión moral, actuó en amor y por amor. Imaginémonos por
un segundo, que Cristo pensara en las limitaciones que poseemos y discriminara
su oferta salvífica, entonces ¿qué sería de nosotros y nuestra personal condición?,
cómo podríamos nosotros mover su compasión y misericordia si no fuera porque
asumió nuestra condición y conoce nuestras más profundas limitaciones. El Buen
Samaritano hoy es el buen discípulo-bautizado, que abriendo camino entre las
limitaciones del mundo hostil acoge al otro y le brinda respeto a su dignidad
como obra del Dios viviente. La Iglesia
asume el reto de estar delante del otro y comprender su vida y brindarle su
apoyo y solidaridad, reconociendo en su vida el triunfo de Cristo y también la
realidad envilecedora del pecado. Es una historia de vida y muerte, pero es
necesaria en la condición de nuestra propia humanidad.
Ver a los demás como
Cristo los mira no es una empresa fácil, es algo difícil, pero por medio de la
Gracia de Dios en nosotros y nuestros ojos se disponen ya libres de “costras”
para hacerlo. Estamos llamados a recuperar humanidad y manifestarlo en el
diario acontecer de la sociedad donde la Iglesia hace presencia. Acercar a
Cristo y su mirada compasiva a la sociedad es un reto para los Episcopales de
este tiempo. Es una tarea de complejidad inimaginable pero no por ello sea
imposible, donde hay amor las fronteras caen por sí mismas. La única ley que
vivió este personaje es la ley del amor. Sin saberlo quienes han actuado de esta
manera literalmente “abren para ellos y los suyos las puertas del Reino de
Dios”. Ve tú y has lo mismo…
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