sábado, 16 de julio de 2022

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS.

 

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Amos capítulo 8 versículos 1-12. Salmo 52. Colosenses capítulo 1 versículos 15-28. Lucas capítulo 10 versículos 38-42.

 

En búsqueda de la madures en el discipulado cristiano. El texto Lucano propuesto para este domingo en la liturgia de la Palabra escenifica una imagen muy conocida por todos, nos referimos a la amistad entre Jesús y los hermanos, Marta, María y Lázaro, Lucas siempre nos muestra su vocación salvífica en los trozos evangélicos que comparte con nosotros y este no es la excepción. El servicio y la meditación profunda van de la mano, la oración y la acción se compaginan convenientemente en este relato. El carácter de ambas mujeres es similar pero la respuesta depende de su carisma y profundidad espiritual. Las hermanas en un escenario similar optan por vivir su vocación tanto en el servicio como en la oración y meditación de las palabras salvíficas del Señor. Dos hermanas mostrándonos una realidad que involucra el libre albedrío de los bautizados. Dos hermanas caminando en pos de su ideal vocacional y cristiano. Dos hermanas creyentes y luego amigas y después parientes. Los vínculos espirituales anuncian aquí la auténtica dimensión del Reino de Dios, no cuenta el parentesco como en las relaciones y negocios humanos, aquí prima la perfección de la Fe en las facetas descritas por estas niñas, el servir y el orar son un gran tesoro de los bautizados-discípulos. Marta y María muestran una realidad contenida en dos acciones distintas, muestran una dimensión de lo humano cuando es tocado sutilmente por la Gracia de Dios.

Jesús media en la situación del servicio afirmando que la mejor parte no le será quitada a ninguno de sus discípulos tanto los presentes como hoy cada uno de los bautizados. Sin importar las barreras tiempo espaciales queda en firme su propuesta de un Reino que supera cualquier expectativa material que el discípulo actual haga en su vida. Un Reino donde la interioridad dará energías para amar y actuar en pos de la realización de ese sentimiento que en el Texto se transforma en un estilo de vida resucitado. El Señor sale en defensa de la necesidad de una vida espiritual y su consabida interioridad, no critica a Marta, sino que exalta el valor del actuar movido este por la caridad y la oración hecha vida por los bautizados comprometidos que pueden ver sus vidas reflejadas en las hermanas de Lázaro. Pues son ellas precisamente, que ante la muerte de su hermano acuden al Señor en su inquebrantable amor por la humanidad. Ambas confiesan su Fe en el Dios de la vida y esperan en su misericordia y justicia.

El bautizado no puede perder de vista que la realidad cuando es influenciada positivamente por Dios se convierte en una existencia plena y llena de alegría que se conserva sin importar las dificultades de la vida, por el contrario, brindando reposo y calma cuando el mar está siendo sacudido por una tormenta. Marta y María nos dan ejemplo de confianza suprema en el amor de Dios. Ellas, las creyentes, comprendieron como el amor de Dios libera y da absoluta esperanza en los quehaceres de nuestro hoy. El modelo en el actuar se nutre del modelo en el orar, dando de esta forma una perfecta justificación tanto para meditar y orar como para actuar y servir. El servicio hecho con amor es una expresión valedera de un Reino entre nosotros y de la bella expresión paulina contenida en su carta a los Filipenses:

“20. Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, 21. el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas” (Filipenses capítulo 3 versículos 20-21; Biblia de Jerusalén).

Esta es la realidad concreta de un discipulado que vive tanto de la oración como de la acción, pero que en el servicio está unido indisolublemente al amor como la razón de ser de su meditación, atención y oración centrada en el Dios Encarnado. El profeta Amós, camina en dirección de la realización del mandato de Yahveh a su pueblo y como todo tiene medida en el accionar de los creyentes. La justicia no se hará esperar, pero quienes han buscado su Palabra vivirán de su contenido siendo quienes optaron por la mejor parte en sus vidas, miremos los señalamientos de este profeta especialmente en el versículo 12: “Entonces vagarán de mar a mar, de norte a levante andarán errantes en busca de la Palabra de Yahveh, pero no la encontrarán” (Biblia de Jerusalén). Sin la oración y el accionar que mueve en nosotros la Palabra de Dios entonces estaremos errantes, es decir, sin anclaje en la Fe. El movimiento del alma en Cristo es seguro y concreto, pero cuando Dios no es nuestra centralidad entonces solo impera el desconcierto. Encontrar a Dios implica un viaje a las profundidades de nuestro propio ser donde el Creador se recrea inhabitando nuestras vidas y recibiendo nuestro tributo y adoración, pues Marta y María navegaron en las profundidades de su ser espiritual. No podemos buscar a Dios fuera cuando está en lo más íntimo de nuestro ser, expresaría el Hiponense, y lo reafirmará al proclamar: “El amor es mi peso” Un peso tal que solo puede ser producto del amor de Dios en nosotros y en la opción de vida cristiana escogida como bautizados.

Pablo nos invita a reconocer (carta a los Colosenses) el primado y supremacía de Cristo y lo hace empleando figuras perfectas sobre el acontecer de su Divinidad. La creación tiene un orden dado por la sabiduría del Altísimo Yahveh en su Adorado Hijo, su causa eficiente. Aquí está para nosotros toda esperanza reflejada en el gobierno del Dios Hijo y la presencia amorosa del Dios Espíritu Santo. Aquí encontramos la plenitud de toda opción cristina, de la oración y la acción en el Dios Encarnado. Marta y María, Lázaro y cada uno de nosotros sus discípulos actuales por el Bautismo. En el reinado del Hijo de Dios hay vida abundante y por ende la reconciliación es de índole universal y a esa reconciliación estamos llamados los bautizados, el influjo de su Gracia modifica ontológicamente nuestra realidad para hacernos derivar a la salvación. La concreción de un discipulado que gravita en el amor y en la acción que procede de esta. Estamos vivos en realidad cuando Cristo vive en nosotros, antes solo somos expresión de conciencia y operaciones tanto biológicas como racionales, en Cristo la vida y su valor llega a una altura insospechada e insondable que solo a los pies del Maestro como lo hicieron las hermanas del bueno de Lázaro se puede percibir realmente. El amor es la primera y fundamental opción de vida para un discípulo que actúa y ama en una conjugación de su vocación a la propia salvación.

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