sábado, 4 de diciembre de 2021

ADVENTUS. ESPERANZA EN LA MANIFESTACIÓN AMOROSA DE DIOS.

 

ADVENTUS. ESPERANZA EN LA MANIFESTACIÓN AMOROSA DE DIOS.

 

 

En una interpretación absolutamente positiva de la historia salvífica de la Iglesia durante los distintos tiempos fuertes de la liturgia quiere mostrarnos como vivirlos, como si se tratara de un acontecimiento que apenas está sucediendo. Esta primicia nos invita decididamente a contemplar el Adviento como un auténtico llamado a involucrarnos en el nacimiento espiritual del Salvador… cristoeseltema.blogspot.com/nota del autor.  

 

RESUMEN.

 

El tiempo litúrgico de Adviento al ser establecido sigue coherentemente las concordancias con la preparación para vivir los momentos definitivos en la vida y obra del Redentor. Estamos afirmando que cada tiempo litúrgico posee su propio énfasis y motivo, y el Adviento entra en esta consideración por la lógica misma de ser un tiempo señalado por la liturgia y la tradición de la Iglesia (1). La Iglesia deseosa de contribuir decididamente a la formación espiritual de sus hijos los bautizados señala el nacimiento del Salvador, no en fecha concreta aparentemente, sino como el movimiento de la Fe común que ratifica el advenimiento mesiánico y todo su contenido supra-escatologico (2) en cada tiempo vivido por la humanidad. No es propiamente los señalamientos de una determinada acción puntual sino de la preparación inicial al nacimiento de Jesús. Toda su simbología, sus términos y contenidos nos permiten hoy recrear espiritualmente lo sucedido hace ya 2000 años. La dialéctica de este tiempo litúrgico enfrenta la tesis de su existencia desmitificada cada día más, pero de increíble necesidad en la purificación de la mente y conciencia de los creyentes, Un acontecer sujeto a la praxis de la Fe de la Iglesia y por ende de sus hijos los bautizados. Un tiempo sin tiempo, pero percibido bajo la inspiración del Kairós de Dios en su Hijo, el Redentor (3). Tal comprensión del tiempo salvífico es posible al remarcar los momentos de la Salvación. Los signos de este tiempo fuerte en la liturgia de la Iglesia nos invitan a redoblar nuestros esfuerzos por vivir la opción fundamental por Cristo, la misma iniciada en el santo Bautismo, aquí la Iglesia relaciona el Adviento como la misma preparación para nuestro nacimiento en la Fe. La tesis citada no afirma el nacimiento en la Fe solo por el hecho de nacer en el tiempo, la Fe se manifiesta como una Gracia de Dios en el bautizado y por ende cobija literalmente todo su tiempo vivido y construido sobre la base o fundamento de la Gracia manifestada en la Encarnación del Verbo de Dios. Desde nuestra óptica de Fe podemos afirmar con absoluta seguridad que el Adviento mueve al creyente a vivir decididamente como parte de la obra redentora anunciada antes por los profetas y hoy afirmada por la vida ministerial de la Iglesia y la ministerialidad de los ministros ordenados y laicales (4).

Es también una consideración enraizada en la psique del pueblo y sus anhelos de libertad y autonomía, la misma que habían perdido bajo la dictadura romana, el yugo extranjero había minado la esperanza del pueblo y el judío vivía por Fe aguardando el momento de traducir la promesa hecha a Abraham y a Moisés en un signo vivo y concreto del Dios con nosotros Isainiano: “El Señor mismo os dará una señal. Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre de Emanuel”. (Isaías capítulo 7 versículo 14) o el texto de Jerusalén original “Dat Dominus Ipse vobis signum; Ecce do. Vírginis et parit filium, quem no erit nomen eius Emmanuhel” (5) Nos indica el signo-símbolo esperado y profetizado bajo la reconstrucción de la dignidad y libertad nacional por parte de Dios, que toca la conciencia de cada israelita de aquella época. La espera se anima con la esperanza de la restauración y la soberanía de Dios sobre su pueblo. El Dios que los escogió es el mismo que les prometió y en ellos figura nuestra del advenimiento del Mesías. La relación salvífica se manifiesta en las acciones del pueblo que aguarda bajo el signo vivo de su conciencia la instauración de un reinado más glorioso que su héroe nacional, me refiero al rey David. Es pues el Mesías un Rey de naturaleza plena cuya presencia nace en el corazón del creyente y no en la potencia de sus ejércitos.

 

UNA PROMESA.

 

“El Hijo de Dios en persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible, incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, nació con la naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales una confirió la divinidad, otra la recibió” (6).

El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos. Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros; sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas. Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silencio, en qué orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.

 

Y todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es mi Hijo, el amado; escuchadlo (7). Cristoeseltema.blogspot.com/ nota del autor.

 

El sentir de los Santos PP. de la Iglesia es absolutamente claro y concordante con nuestra propia tradición, en la vivencia de la historia eclesial reconocemos hoy que la doctrina sobre este tiempo presente intuitivamente en los PP. de la Iglesia no difiere en nada de la postura actual de nuestra catolicidad anglicana (8).  La percepción intuitiva de los “Carolinos” según su tiempo y durante la Reforma en la Iglesia de Inglaterra nunca se desconectó dialécticamente de esta preparación espiritual, será radicalmente afirmada por los PP. del Movimiento de Oxford (9) que desde la dinámica citada anteriormente reconocen en el Adviento una restauración inteligente de las tradiciones de contenido espiritual como es el Adviento. En el desarrollo de una conciencia local unida a la catolicidad y por ende universalidad de su Fe. No fue ni es un copiar ideas ajenas, el Adviento es parte de nuestro sentir eclesial. Llega unido a la vivencia de la tradición y magisterio que descansa sobre la sapiencia de los Santos PP. latinos y griegos. La tradición cultural que deriva del Adviento es muy poderosa y precisamente marca los ritmos de sus distintas vivencias siendo así como en algunos lugares es más radical su vivencia que en otros (10). Hoy podemos afirmar sin temor a equivocarnos que se ha perdido mucho de su contenido al relajar la praxis espiritual en la vida de Fe de los creyentes, hablamos de una semana en la que el color cambia por motivos de “refrigerio” ante la penitencia, pero hoy me pregunto ¿Cuál penitencia? Si todo se ha venido relajando al punto de antropizar la praxis de la penitencia, ayuno y oración buscando excusas de todo tipo. El relajar las tradiciones implica negativamente caer en el relativismo e indiferentismo (11) ante el valor supra de sus prácticas. El sensualismo y sensitiva de la realidad desgastó hace ya mucho rato el valor del sacrificio personal y su unión con el totalizante de Cristo en la Cruz. El sufrimiento esta mandado a recoger, pero persisten las esclavitudes y frivolidades en un mundo comprometido con el ser material. Tenemos una liturgia que desde la tradición de nuestra catolicidad aboga por un retorno sistemático a los caminos de la disciplina eclesial donde la praxis de nuestra Fe sea coherente y sin tantas excusas (12), Toda relación personal que entablamos con quienes nos rodean implican sacrificios de algún tipo, desde convencionalismos sociales hasta factores culturales, pero en cuanto a la Fe se está predicando un Dios ligero, dietético al que se puede servir sin ningún tipo de sacrificio. No se trata de grandes y agotadoras faenas de trabajo espiritual, pero sí de la justa valoración de una relación que nace en la realidad espiritual del bautizado. Estamos criando creyentes frágiles apegados al confort espiritual de algunos cantos y oraciones que despiertan su sensibilidad y nada más que eso (13).

En una interpretación absolutamente positiva de la historia salvífica, la Iglesia durante los distintos tiempos fuertes de la liturgia quiere mostrarnos cómo vivirlos, como si se tratara de un acontecimiento que apenas está sucediendo. Esta primicia nos invita decididamente a contemplar el Adviento como un auténtico llamado a involucrarnos en el nacimiento espiritual del Salvador… (14).

 

EN LA HISTORIA, EL ADVENTUS.

 

La esperanza como virtud que sostiene al alma, que consuela al ser humano. Teniendo en cuenta este sentido esperanzador del Adviento, creo que cada uno de nosotros tendría que reflexionar sobre el tema de lo que es la esperanza en su vida (15) … Es decir, sin la fundamentación de nuestra esperanza en Cristo es imposible suponer la espera confiada en el Dios revelado y por ende encarnado.  La historia que se confirma en Adviento es la historia del Dios personal que llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Dios de la tradición Yavista, Elohista, Deuteronomista, Sacerdotal, es el Dios que se revela personal e intransferible pero que con todo y lo que expresa su naturaleza tiene espacio en su corazón para contemplar las vicisitudes de su pueblo y responder como un Dios amoroso. Es pues, de esta forma como nuestra historia camina sujeta de la revelación y como la revelación reclama como escenario su vivencia trascendente. Adviento por vez primera relaciona salvíficamente la entrada de Dios en la historia humana y no de cualquier manera sino desde la perspectiva de nuestra especie. Es un Dios provisto de historia y en una dinámica dialéctica que sobrepasa cualquier concepción anterior sobre lo divino y lo humano. Es un Dios cuyo atributo relacional lo llamamos esperanza y así mismo llega a la persona humana. El cristiano se alegra y sufre como todos los mortales, pero mantiene siempre la certeza de una vida que no acaba, de una felicidad que no termina, y eso le llena de esperanza, incluso en los momentos más duros de su vida. Pues nuestra alegría pasa por la comprensión del Dios encarnado, de la forma como es bendecida nuestra historia común y la manera de no perder de vista que su entrada histórica es signo vivo de nuestra salvación.

Estamos ante un Dios que salva tanto la historia como sus protagonistas. Estamos ante un Dios reparador y bondadoso cuyo proceder es siempre nuestra esperanza. De lo anterior es posible concluir que nuestra espera como nuestra esperanza está animada, moldeada y en vocación amorosa, siendo el amor la razón dialéctica tanto de su revelación como de su ofrecimiento salvífico. Es pues, Adviento tanto tiempo como estadio de madurez salvífica cuando las condiciones se dieron para la entrada de Dios amor en nuestra historia tanto cósmica como personal, una entrada que corresponde a la revelación de su Voluntad amorosa. Un Dios que parte del amor por la humanidad y no de la culpa de la persona humana, un Dios manifestado en la victoria del amor sobre el pecado y la muerte, es este nuestro Dios y todo su poder. Es de esta forma el Adviento la figura del mensaje del Ángel a María y la Encarnación del Verbo de Dios. Es el contenido temático de la Historia de Salvación que reveló la inclusión Trinitaria en la vida y quehacer del ser humano Imagen del Dios vivo y trascendente. La esperanza es el color del Adviento. Viene Jesús a salvarnos, es el Salvador. Y su venida nos trae alegría y paz. Con los que sufren. En Navidad, Jesús es el centro y sin él no tendríamos Navidad (16). Más allá de una consideración cultural hemos cifrado cronológicamente (categorías cognoscibles humanas) la manifestación del Dios con nosotros (Isainiano) como punto de partida de la aprehensión teológica de su revelación, lo que no implica que la clave sea la exactitud de las fechas argumentadas. El cambio de tradición y cosmovisión cultica es la que verdaderamente fija estas cuestiones y busca así reemplazar una celebración del antiguo imperio romano con una significación salvífica cristiana.

El Dios con nosotros, genera en sí y por si una categoría dialéctica nueva para su época ya que se expone en categorías relacionales conjugables (Yo, Tú, El, Nosotros) de esta forma queda claro que tanto lo señalado como lo informado corresponde a la praxis cultural y al Ethos cristiano nuevo para la época. Adventus Redemptoris, o la venida del Redentor motiva esta celebración en el ámbito de las iglesias históricas. Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza del año 380, (17) donde señala que el deber de los bautizados es no ausentarse de la Iglesia durante estos días y responder así a la liturgia especial. Más tarde, los concilios de Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas observancias existentes desde antiguo para antes de Navidad. En efecto, casi a un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) nos da testimonio de las mismas con una simple referencia.  Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours que los monjes deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos los días (18). Queda claro que la Iglesia a partir del siglo IV intensifica las prácticas preparatorias para la celebración de la Navidad y tales acciones pastorales eran consideradas de obligatorio cumplimiento tanto para clérigos como los laicos.  Es interesante como la evolución de la liturgia observa estas prácticas y conserva su espíritu ya que muchos de los ritos entraron en desuso. Es pues determinante que la celebración del Adviento pase por un periodo de oración y disposición del espíritu para recibir sus frutos.

 

Colores litúrgicos señalados por la Iglesia entre los siglos V y el presente:

·      Rosa.

·         Negro.

·         Azul.

·         Morado.

·         Signos visibles:

·         Corona de Adviento y cinco cirios, cada uno de ellos marca el tiempo propicio de la liturgia y como este tiempo fuerte camina en la Iglesia (1 semana morado, segunda semana morado, tercera semana rosa y cuarta semana morado, el blanco señala la Natividad del Señor).

·         Se omite el Gloria.

·         Se conserva el Aleluya, aunque nuestra rubricas bien pueden señalar omitirlo durante este tiempo.

·         Posee su propia Himnología que remarca la intención de este tiempo litúrgico, Persiste la alegría y la esperanza en el acontecimiento salvífico señalado por el Adviento.

 

El tema de la espera es vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la asamblea cristiana primitiva: el Marana-tha (Ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene) de los textos de Pablo (1 Corintios capítulo 16 versículo 22) y del Apocalipsis (Apocalipsis capítulo 22 versículo 20), que se encuentra también en la Didachè, y hoy en una de Todo el Adviento las aclamaciones de la oración eucarística. Resuena como un Marana-tha en las diferentes modulaciones que esta oración adquiere en las preces de la Iglesia. La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los justos que aguardaban al Mesías; la certeza de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total cumplimiento ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente. El primer prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero verdadera realidad de la vida cristiana. Queda para nosotros la praxis de unas recomendaciones que buscaron desde su mismo origen animar poderosamente la experiencia de Fe de los bautizados y materializar desde la concepción espiritual de la celebración de la llegada del Mesías. Nuestra vida espiritual y física se convierte en una interminable espera que es sostenida por la Fe y la Gracia. En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías, Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas... En sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de la salvación. Es pues determinante que tengamos presente que no es solo un tiempo litúrgico con “velitas y guirnaldas” sino de integración cultica y de avivamiento de nuestra Fe en el Dios humanado como expresa la tradición de los santos PP. De la Iglesia. Miremos pues nuestras vivencias y caminemos a la presencia viva del Dios hecho niño tan frágil como cualquier niño y tan protegido como el amor puede hacerlo.

Preparándonos a la fiesta de Navidad, nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado la primera venida del Mesías. Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y recitamos sus oraciones. Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en su lugar como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor el don de la salvación que nos ha traído. El Adviento para nosotros es un tiempo real. Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del AT y esperar el cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía plenamente; se cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y preparar esta última venida.

En el realismo del Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen realismo a la oración litúrgica y a la participación de la comunidad: La Iglesia ora por un Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los pueblos de la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún como su único Salvador. La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser reserva de esperanza para toda la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica (19). El vínculo doctrinal entre los testamentos es muy poderoso y precisamente el centro del contenido es el mismo la esperanza de la redención que obra el Mesías, el Encarnado, el Hijo de Dios, en esta dirección encontramos los elementos materiales y ejemplares de la revelación que como todos conocemos es solo por Voluntad de Dios. Y la letra de este decreto salvífico está compuesta de “carne y hueso” tal y como aconteció en el vientre de María la Virgen Madre. La Comunión Anglicana reconoce ampliamente que María es el mayor modelo de espera y esperanza en el Adviento. No es solo la Encarnación sino la espera la que marcó el corazón de esta maravillosa mujer. La espiritualidad del Adviento resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración y exultante en la alabanza del Señor que viene. Para los santos PP. De la Iglesia este tiempo representó la fundamental diferencia entre los que esperan de corazón y los curiosos en la vida de la Iglesia. Entre quienes se preparan para la llegada de su Señor y los que son arrastrados por el mundo y todo su ruido.  Bello tiempo para reconocer y vivir la presencia del Dios amoroso anunciado por las escuelas proféticas de Israel. El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos. Fiel es Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros; sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por eso, quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas. Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silencio en qué orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.

Prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a los pecadores la justificación, a los miserables la glorificación. Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo prometido por Dios, a saber, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza, no sólo entregó la Escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Por medio de éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin prometido. Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por él. Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles: en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y, por lo asumido, ser hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después del cumplimiento de sus promesas, también cumpliría su anuncio de una segunda venida, para pedir cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de misericordia, y dar a los impíos las penas con que amenazó, y a los justos los premios que ofreció. Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como venidero, para que no asustase si acontecía de repente, sino que fuera esperado porque primero fue creído (20). Solo para nuestra reflexión cito tres comentarios de la cantidad que están a nuestro alcance pero que son suficientes para refrendar la postura de los santos PP. De la Iglesia que desde sus orígenes vieron en el Adviento un tiempo de crecimiento y reflexión espiritual al servicio de la Iglesia y sus hijos los bautizados. Es el amor quien desea ver a Dios, exclamaría el Hiponense y es precisamente el amor quien moldea el corazón del que espera y brota a su vez del esperado. La relación que se muestra es contundente, debemos vivir el Adviento como parte viva y fundamental de nuestra Fe. “tiempo de espera y preparación para la celebración de la Navidad porque es el Dios que por amor se revela en el vientre de la Niña María”.   Los PP. Latinos tenían la concepción de este tiempo como lo que es para nosotros… es pues el momento de animar nuestra espera con la absoluta confianza que nos entrega el Dios revelado y a su vez encarnado por la humanidad. Ni el pecado y mucho menos la muerte podrá separarnos del amor del Dios manifestado en aquella Niña de nombre María. Este tiempo santo nos permite comparar las virtudes de María y Eva (sabiamente diría Ireneo de Lyon) la primera acepta ser parte viva de la entrada de Dios en nuestra historia y pone a disposición tanto su cuerpo como su corazón y su alma, bien diría el Doctor de Hipona: María fue madre en su corazón y luego en su cuerpo, mientras que Eva se puso al servicio del pecado y la decadencia de la humanidad, dos mujeres una historia salvífica y la revelación del Hijo de Dios. La Santa Madre Iglesia tiene sed del Dios vivo y lo busca anhelante en el Adviento con la seguridad de su manifestación y junto al pesebre aguarda expectante para Adorar a su Señor, no era solo la Madre del Niño Dios y su familia, era también la Iglesia que en figura de estos mortales aguarda ver a su Salvador. Adviento se convierte en actitud de vida y reclama de cada uno de nosotros la conciencia necesaria para vivir y expresar estos argumentos de nuestra Fe en el Dios Humanado.

La Iglesia tiene como misión el anuncio de la realidad salvífica de la Palabra Inspirada y Adviento posee su génesis en las Escrituras de tal forma que la revelación se alimenta concretamente de cuanto es bueno y santo esperar, es decir, de nuestro Señor el Dios Encarnado. Oración, penitencia, meditación, son algunos de los recursos espirituales que la Iglesia empleó para educar a los bautizados sobre este tiempo litúrgico. Estamos afirmando la importancia de la formación en la vida y los ámbitos socio-culturales de los bautizados. Estos contenidos presentes en la tradición de la Iglesia son determinantes para el crecimiento de la Fe y la Esperanza y las mismas virtudes teologales contenidas y explicitadas por el Amor y la Caridad. Nosotros los bautizados estamos llamados afanosamente a vivir el menaje de liberación e integralidad de nuestra Fe cristiana a la luz de las enseñanzas de nuestra tradición. La espera se convierte en esperanza cuando conjugamos nuestra Fe con los dones intrínsecos de la revelación y la certeza que anuncia la llegada del Mesías. La percepción en Occidente es distinta frente a la actitud de oriente que refleja una celebración menos fraterna, pero sin duda de una reflexión aún más profunda. Las prácticas culturales están desplazando paulatinamente la celebración tanto de Adviento como de la misma Navidad. La inserción de nuevos contenidos culturales que para la definición nuestra podríamos llamarlo simplemente la inculturación de nuevas formas de celebración de la sociedad hace casi imposible la vivencia de un advenimiento mesiánico para dar paso a un medio de expresión tanto instintivo como materialista, los centros comerciales no pueden marcar la pauta de estas celebraciones, son la familia y la Iglesia quienes orientan y centran su celebración. La condición del misterio sobrevive y solo desde la contemplación cercena de estos acontecimientos cobra real importancia tanto la Encarnación como el nacimiento del Señor. La familia de Nazaret debe ser encarnada por la familia humana y muy especialmente la familia de los bautizados. María en gestación vive su personal y definitivo Adviento y lo hace con la certeza que le da su Fe de la llegada tan esperada sin que ello pueda implicar que no se enfrentara a la realidad para proteger y promover a su Hijo Nuestro Salvador. En el hogar de José y María se vive un maravilloso Adviento centrado totalmente en el Señor y sus manifestaciones contundentes. En este hogar la espera se transforma en una plena y perfecta Esperanza porque ellos son fruto de esta manifestación y el Mesías los escogió para vivir el misterio encarnado de la familia humana. María no fue simplemente un “nicho o receptáculo” para el nacimiento del Mesías, ella fue verdaderamente su Madre y como Madre la primera educadora del fruto de sus entrañas. En Dios no existe el utilitarismo sino el Amor/Compromiso como lo vivió María en su propio Adviento, que no es otra cosa que nuestro llamado a vivir por vez primera el Adviento bajo todos sus contenidos espirituales.

La Madre Iglesia como maestra de los bautizados también vive a plenitud esta manifestación de la presencia de Dios en medio de sus hijos y como Madre consagrada a los suyos (bautizados) les testimonia la veracidad de este maravilloso acontecimiento, luego deducimos, que el Adviento es una celebración plena en nuestra eclesiología.

Caminamos hacia el sol

 Esperando la verdad.

La mentira, la opresión,

Cuando vengas cesarán.

 

      /Llegará con la luz

La esperada libertad. / (Bis)

 

Construimos hoy la paz

En la lucha y el dolor,

Nuestro mundo surge ya

A la espera del Señor.

 

Te esperamos, Tú vendrás

A librarnos del temor.

La alegría, la amistad,

Son ya signos de tu amor. (21).

 

Los distintos cambios en la liturgia son signo de la adaptabilidad de los tiempos y su remarcado énfasis en la penitencia preparatoria. Hoy como hace tantos años en el tiempo y no en el pasado la Iglesia vive llena de alegría y esperanza el momento mismo de la entrada histórica del Señor en la vida de la humanidad. Será posible afirmar que los patriarcas y personajes centrales del (A.T) ¿no vivieron este maravilloso tempo espiritual llamado Adviento. ¿Que ellos añorando la “tierra prometida” no entraron en sus corazones buscando la esperanza de su vivencia? Estamos pues bien seguros del Adviento en la historia de salvación de cada uno de nosotros y también como revelación de la Trinidad Salvífica. En este acontecer salvífico es importante que los bautizados tengan presente que no se trata de un “color” o de algunas oraciones y cantos sino de la misma preparación para la vivencia del acontecimiento que toca las fibras de la esencia de la humanidad, nunca antes en la mitología clásica o en mitos distantes en el tiempo sus deidades se habían hecho uno de ellos y como ellos, sumados en especie como ellos y por ellos. Tampoco encontramos tal contenido en la tradición sionista, Israel esperaba un salvador de su orden social y cultural y no un Dios Humanado (22). El salto dialéctico de nuestro tiempo litúrgico evoca las profundidades de la Fe de la Iglesia.  Solo desde la Fe personal y eclesial los bautizados pueden entender en gran medida este tiempo litúrgico y toda su importancia.

Las expresiones de alegría y regocijo en la liturgia son propias de los estados emocionales de los bautizados, y como tal, cada uno de ellos son fruto de su preparación para algo mayor, en este caso de los tiempos litúrgicos contenidos en el año litúrgico de la Iglesia. Esperamos pues, que los colores reflejen el estado de pureza espiritual que necesitamos para vivir en la tradición eclesial este tiempo fuerte de nuestra liturgia (23).

 

RECURSOS/FUENTES/CIBERGRAFÍA Y ARTÍCULOS CITADOS.

1.      Nota del autor.

2.      Nota del autor.

3.      Nota del autor.

4.      Nota del autor.

5.      BIBLIA DE JERUSALÉN, Edición Española. Dirigida por José Ángel UBIETA, 1975.

6.      Fuente: Mershman, Francis. "Advent." The Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton Company, 1907// Enlaces preparados y seleccionados por José Gálvez Krüger.

7.      Nota del autor.

8.      Nota del autor.

9.      Nota del autor.

10.  10.  https://www.bibliacatolica.com.br › La Biblia de Jerusalén › Mateo. Confrontar.

11.  Nota del autor.

12.  Nota del autor.

13.  Nota del autor.

14.  Nota del autor.

15.  Nota del autor.

16.  Carta Pastoral, del Obispo de Córdoba, España. Demetrio Fernández, sobre Adviento.

17.  H. Bruns, Canones Apostolorem Et Conciliorum II, Berlín, 1883, paginas, 13-14.

18.  PRIMEROS CRISTIANOS, los orígenes del Adviento. www.primeroscristianos.com

19.  es.catholic.net/op/articulos/2685/cat/231/aci-prensa.html Teología y Espiritualidad del Adviento.

20.  De los Sermones de San Gregorio Nacianceno (Sermón 45,9.22.26.28, paginas 634-66.

21.  acordes.lacuerda.net › J › Juan Antonio Espinosa.

22.  Nota del autor.

23.  Nota del autor.

 

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