ADVENTUS.
ESPERANZA EN LA MANIFESTACIÓN AMOROSA DE DIOS.
En
una interpretación absolutamente positiva de la historia salvífica de la
Iglesia durante los distintos tiempos fuertes de la liturgia quiere
mostrarnos como vivirlos, como si se tratara de un acontecimiento que apenas
está sucediendo. Esta primicia nos invita decididamente a contemplar el
Adviento como un auténtico llamado a involucrarnos en el nacimiento
espiritual del Salvador… cristoeseltema.blogspot.com/nota del autor. |
RESUMEN.
El tiempo litúrgico de
Adviento al ser establecido sigue coherentemente las concordancias con la
preparación para vivir los momentos definitivos en la vida y obra del Redentor.
Estamos afirmando que cada tiempo litúrgico posee su propio énfasis y motivo, y
el Adviento entra en esta consideración por la lógica misma de ser un tiempo
señalado por la liturgia y la tradición de la Iglesia (1). La Iglesia deseosa
de contribuir decididamente a la formación espiritual de sus hijos los
bautizados señala el nacimiento del Salvador, no en fecha concreta
aparentemente, sino como el movimiento de la Fe común que ratifica el
advenimiento mesiánico y todo su contenido supra-escatologico (2) en cada
tiempo vivido por la humanidad. No es propiamente los señalamientos de una
determinada acción puntual sino de la preparación inicial al nacimiento de
Jesús. Toda su simbología, sus términos y contenidos nos permiten hoy recrear
espiritualmente lo sucedido hace ya 2000 años. La dialéctica de este tiempo
litúrgico enfrenta la tesis de su existencia desmitificada cada día más, pero
de increíble necesidad en la purificación de la mente y conciencia de los
creyentes, Un acontecer sujeto a la praxis de la Fe de la Iglesia y por ende de
sus hijos los bautizados. Un tiempo sin tiempo, pero percibido bajo la
inspiración del Kairós de Dios en su Hijo, el Redentor (3). Tal comprensión del
tiempo salvífico es posible al remarcar los momentos de la Salvación. Los
signos de este tiempo fuerte en la liturgia de la Iglesia nos invitan a
redoblar nuestros esfuerzos por vivir la opción fundamental por Cristo, la
misma iniciada en el santo Bautismo, aquí la Iglesia relaciona el Adviento como
la misma preparación para nuestro nacimiento en la Fe. La tesis citada no
afirma el nacimiento en la Fe solo por el hecho de nacer en el tiempo, la Fe se
manifiesta como una Gracia de Dios en el bautizado y por ende cobija
literalmente todo su tiempo vivido y construido sobre la base o fundamento de
la Gracia manifestada en la Encarnación del Verbo de Dios. Desde nuestra óptica
de Fe podemos afirmar con absoluta seguridad que el Adviento mueve al creyente
a vivir decididamente como parte de la obra redentora anunciada antes por los
profetas y hoy afirmada por la vida ministerial de la Iglesia y la
ministerialidad de los ministros ordenados y laicales (4).
Es también una
consideración enraizada en la psique del pueblo y sus anhelos de libertad y
autonomía, la misma que habían perdido bajo la dictadura romana, el yugo
extranjero había minado la esperanza del pueblo y el judío vivía por Fe
aguardando el momento de traducir la promesa hecha a Abraham y a Moisés en un
signo vivo y concreto del Dios con nosotros Isainiano: “El Señor mismo os dará
una señal. Mirad: la virgen encinta da a luz un hijo, a quien ella pondrá el nombre
de Emanuel”. (Isaías capítulo 7 versículo 14) o el texto de Jerusalén original
“Dat Dominus Ipse vobis signum; Ecce do. Vírginis et parit filium, quem no erit
nomen eius Emmanuhel” (5) Nos indica el signo-símbolo esperado y profetizado
bajo la reconstrucción de la dignidad y libertad nacional por parte de Dios,
que toca la conciencia de cada israelita de aquella época. La espera se anima
con la esperanza de la restauración y la soberanía de Dios sobre su pueblo. El
Dios que los escogió es el mismo que les prometió y en ellos figura nuestra del
advenimiento del Mesías. La relación salvífica se manifiesta en las acciones
del pueblo que aguarda bajo el signo vivo de su conciencia la instauración de
un reinado más glorioso que su héroe nacional, me refiero al rey David. Es pues
el Mesías un Rey de naturaleza plena cuya presencia nace en el corazón del
creyente y no en la potencia de sus ejércitos.
UNA PROMESA.
“El Hijo de Dios en
persona, aquel que existe desde toda la eternidad, aquel que es invisible,
incomprensible, incorpóreo, principio de principio, luz de luz, fuente de vida
e inmortalidad, expresión del supremo arquetipo, sello inmutable, imagen
fidelísima, palabra y pensamiento del Padre, él mismo viene en ayuda de la
criatura, que es su imagen: por amor del hombre se hace hombre, por amor a mi
alma se une a un alma intelectual, para purificar a aquellos a quienes se ha
hecho semejante, asumiendo todo lo humano, excepto el pecado. Fue concebido en
el seno de la Virgen, previamente purificada en su cuerpo y en su alma por el
Espíritu (ya que convenía honrar el hecho de la generación, destacando al mismo
tiempo la preeminencia de la virginidad); y así, siendo Dios, nació con la
naturaleza humana que había asumido, y unió en su persona dos cosas entre sí
contrarias, a saber, la carne y el espíritu, de las cuales una confirió la
divinidad, otra la recibió” (6).
El período de las
promesas se extiende desde los profetas hasta Juan Bautista. El del
cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos. Fiel es Dios, que se ha
constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de nosotros; sino
por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco, incluso; por
eso, quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo así, un
documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que prometió,
viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El tiempo
profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las promesas.
Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía eterna de los
ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro,
la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a la muerte,
gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su promesa final,
a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez alcanzada, hará
que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco silencio, en qué
orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha anunciado y prometido.
Y
todo esto, de acuerdo con la historia y a la letra, se cumplió precisamente
cuando Juan Bautista predicó el advenimiento salvador de Dios en el desierto
del Jordán, donde la salvación de Dios se dejó ver. Pues Cristo y su gloria
se pusieron de manifiesto para todos cuando, una vez bautizado, se abrieron
los cielos y el Espíritu Santo descendió en forma de paloma y se posó sobre
él, mientras se oía la voz del Padre que daba testimonio de su Hijo: Éste es
mi Hijo, el amado; escuchadlo (7). Cristoeseltema.blogspot.com/ nota del
autor. |
El sentir de los Santos
PP. de la Iglesia es absolutamente claro y concordante con nuestra propia
tradición, en la vivencia de la historia eclesial reconocemos hoy que la
doctrina sobre este tiempo presente intuitivamente en los PP. de la Iglesia no
difiere en nada de la postura actual de nuestra catolicidad anglicana (8). La percepción intuitiva de los “Carolinos”
según su tiempo y durante la Reforma en la Iglesia de Inglaterra nunca se
desconectó dialécticamente de esta preparación espiritual, será radicalmente
afirmada por los PP. del Movimiento de Oxford (9) que desde la dinámica citada
anteriormente reconocen en el Adviento una restauración inteligente de las
tradiciones de contenido espiritual como es el Adviento. En el desarrollo de
una conciencia local unida a la catolicidad y por ende universalidad de su Fe.
No fue ni es un copiar ideas ajenas, el Adviento es parte de nuestro sentir
eclesial. Llega unido a la vivencia de la tradición y magisterio que descansa
sobre la sapiencia de los Santos PP. latinos y griegos. La tradición cultural
que deriva del Adviento es muy poderosa y precisamente marca los ritmos de sus
distintas vivencias siendo así como en algunos lugares es más radical su
vivencia que en otros (10). Hoy podemos afirmar sin temor a equivocarnos que se
ha perdido mucho de su contenido al relajar la praxis espiritual en la vida de
Fe de los creyentes, hablamos de una semana en la que el color cambia por
motivos de “refrigerio” ante la penitencia, pero hoy me pregunto ¿Cuál
penitencia? Si todo se ha venido relajando al punto de antropizar la praxis de
la penitencia, ayuno y oración buscando excusas de todo tipo. El relajar las
tradiciones implica negativamente caer en el relativismo e indiferentismo (11)
ante el valor supra de sus prácticas. El sensualismo y sensitiva de la realidad
desgastó hace ya mucho rato el valor del sacrificio personal y su unión con el
totalizante de Cristo en la Cruz. El sufrimiento esta mandado a recoger, pero
persisten las esclavitudes y frivolidades en un mundo comprometido con el ser
material. Tenemos una liturgia que desde la tradición de nuestra catolicidad
aboga por un retorno sistemático a los caminos de la disciplina eclesial donde
la praxis de nuestra Fe sea coherente y sin tantas excusas (12), Toda relación
personal que entablamos con quienes nos rodean implican sacrificios de algún
tipo, desde convencionalismos sociales hasta factores culturales, pero en
cuanto a la Fe se está predicando un Dios ligero, dietético al que se puede
servir sin ningún tipo de sacrificio. No se trata de grandes y agotadoras
faenas de trabajo espiritual, pero sí de la justa valoración de una relación
que nace en la realidad espiritual del bautizado. Estamos criando creyentes
frágiles apegados al confort espiritual de algunos cantos y oraciones que
despiertan su sensibilidad y nada más que eso (13).
En una interpretación
absolutamente positiva de la historia salvífica, la Iglesia durante los
distintos tiempos fuertes de la liturgia quiere mostrarnos cómo vivirlos, como
si se tratara de un acontecimiento que apenas está sucediendo. Esta primicia
nos invita decididamente a contemplar el Adviento como un auténtico llamado a
involucrarnos en el nacimiento espiritual del Salvador… (14).
EN LA HISTORIA, EL
ADVENTUS.
La esperanza como virtud
que sostiene al alma, que consuela al ser humano. Teniendo en cuenta este
sentido esperanzador del Adviento, creo que cada uno de nosotros tendría que
reflexionar sobre el tema de lo que es la esperanza en su vida (15) … Es decir,
sin la fundamentación de nuestra esperanza en Cristo es imposible suponer la
espera confiada en el Dios revelado y por ende encarnado. La historia que se confirma en Adviento es la
historia del Dios personal que llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo, el Dios
de la tradición Yavista, Elohista, Deuteronomista, Sacerdotal, es el Dios que
se revela personal e intransferible pero que con todo y lo que expresa su
naturaleza tiene espacio en su corazón para contemplar las vicisitudes de su
pueblo y responder como un Dios amoroso. Es pues, de esta forma como nuestra
historia camina sujeta de la revelación y como la revelación reclama como
escenario su vivencia trascendente. Adviento por vez primera
relaciona salvíficamente la entrada de Dios en la historia humana y no de
cualquier manera sino desde la perspectiva de nuestra especie. Es un Dios
provisto de historia y en una dinámica dialéctica que sobrepasa cualquier
concepción anterior sobre lo divino y lo humano. Es un Dios cuyo atributo
relacional lo llamamos esperanza y así mismo llega a la persona humana. El
cristiano se alegra y sufre como todos los mortales, pero mantiene siempre la
certeza de una vida que no acaba, de una felicidad que no termina, y eso le
llena de esperanza, incluso en los momentos más duros de su vida. Pues nuestra
alegría pasa por la comprensión del Dios encarnado, de la forma como es
bendecida nuestra historia común y la manera de no perder de vista que su
entrada histórica es signo vivo de nuestra salvación.
Estamos ante un Dios que
salva tanto la historia como sus protagonistas. Estamos ante un Dios reparador
y bondadoso cuyo proceder es siempre nuestra esperanza. De lo anterior es
posible concluir que nuestra espera como nuestra esperanza está animada, moldeada
y en vocación amorosa, siendo el amor la razón dialéctica tanto de su
revelación como de su ofrecimiento salvífico. Es pues, Adviento tanto tiempo
como estadio de madurez salvífica cuando las condiciones se dieron para la
entrada de Dios amor en nuestra historia tanto cósmica como personal, una
entrada que corresponde a la revelación de su Voluntad amorosa. Un Dios que
parte del amor por la humanidad y no de la culpa de la persona humana, un Dios
manifestado en la victoria del amor sobre el pecado y la muerte, es este
nuestro Dios y todo su poder. Es de esta forma el Adviento la figura del
mensaje del Ángel a María y la Encarnación del Verbo de Dios. Es el contenido
temático de la Historia de Salvación que reveló la inclusión Trinitaria en la
vida y quehacer del ser humano Imagen del Dios vivo y trascendente. La
esperanza es el color del Adviento. Viene Jesús a salvarnos, es el Salvador. Y
su venida nos trae alegría y paz. Con los que sufren. En Navidad, Jesús es el
centro y sin él no tendríamos Navidad (16). Más allá de una consideración
cultural hemos cifrado cronológicamente (categorías cognoscibles humanas) la
manifestación del Dios con nosotros (Isainiano) como punto de partida de la
aprehensión teológica de su revelación, lo que no implica que la clave sea la
exactitud de las fechas argumentadas. El cambio de tradición y cosmovisión
cultica es la que verdaderamente fija estas cuestiones y busca así reemplazar
una celebración del antiguo imperio romano con una significación salvífica cristiana.
El Dios con nosotros,
genera en sí y por si una categoría dialéctica nueva para su época ya que se
expone en categorías relacionales conjugables (Yo, Tú, El, Nosotros) de esta
forma queda claro que tanto lo señalado como lo informado corresponde a la
praxis cultural y al Ethos cristiano nuevo para la época. Adventus Redemptoris,
o la venida del Redentor motiva esta celebración en el ámbito de las iglesias
históricas. Dejando de lado un texto ambiguo atribuido a San Hilario de
Poitiers, la primera mención de la puesta en práctica de ese deseo la
encontramos en el canon 4 del Concilio de Zaragoza del año 380, (17) donde
señala que el deber de los bautizados es no ausentarse de la Iglesia durante
estos días y responder así a la liturgia especial. Más tarde, los concilios de
Tours (año 563) y de Macon (año 581) nos hablarán, ya concretamente, de unas
observancias existentes desde antiguo para antes de Navidad. En efecto, casi a
un siglo de distancia, San Gregorio de Tours (fallecido en el año 490) nos da
testimonio de las mismas con una simple referencia. Leemos en el canon 17 del Concilio de Tours
que los monjes deben ayunar durante el mes de diciembre, hasta Navidad, todos
los días (18). Queda claro que la Iglesia a partir del siglo IV intensifica las
prácticas preparatorias para la celebración de la Navidad y tales acciones
pastorales eran consideradas de obligatorio cumplimiento tanto para clérigos
como los laicos. Es interesante como la
evolución de la liturgia observa estas prácticas y conserva su espíritu ya que
muchos de los ritos entraron en desuso. Es pues determinante que la celebración
del Adviento pase por un periodo de oración y disposición del espíritu para
recibir sus frutos.
Colores
litúrgicos señalados por la Iglesia entre los siglos V y el presente: · Rosa. · Negro. · Azul. · Morado. · Signos visibles: · Corona de Adviento y cinco cirios,
cada uno de ellos marca el tiempo propicio de la liturgia y como este tiempo
fuerte camina en la Iglesia (1 semana morado, segunda semana morado, tercera
semana rosa y cuarta semana morado, el blanco señala la Natividad del Señor). · Se omite el Gloria. · Se conserva el Aleluya, aunque
nuestra rubricas bien pueden señalar omitirlo durante este tiempo. ·
Posee su propia Himnología que
remarca la intención de este tiempo litúrgico, Persiste la alegría y la
esperanza en el acontecimiento salvífico señalado por el Adviento. |
El tema de la espera es
vivido en la Iglesia con la misma oración que resonaba en la asamblea cristiana
primitiva: el Marana-tha (Ven Señor) o el Maran-athá (el Señor viene) de los
textos de Pablo (1 Corintios capítulo 16 versículo 22) y del Apocalipsis
(Apocalipsis capítulo 22 versículo 20), que se encuentra también en la Didachè,
y hoy en una de Todo el Adviento las aclamaciones de la oración eucarística.
Resuena como un Marana-tha en las diferentes modulaciones que esta oración
adquiere en las preces de la Iglesia. La palabra del Antiguo Testamento invita
a repetir en la vida la espera de los justos que aguardaban al Mesías; la
certeza de la venida de Cristo en la carne estimula a renovar la espera de la
última aparición gloriosa en la que las promesas mesiánicas tendrán total
cumplimiento ya que hasta hoy se han cumplido sólo parcialmente. El primer
prefacio de Adviento canta espléndidamente esta compleja, pero verdadera
realidad de la vida cristiana. Queda para nosotros la praxis de unas
recomendaciones que buscaron desde su mismo origen animar poderosamente la
experiencia de Fe de los bautizados y materializar desde la concepción
espiritual de la celebración de la llegada del Mesías. Nuestra vida espiritual
y física se convierte en una interminable espera que es sostenida por la Fe y
la Gracia. En el hoy de la Iglesia, Adviento es como un redescubrir la
centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Se recuerdan sus títulos
mesiánicos a través de las lecturas bíblicas y las antífonas: Mesías,
Libertador, Salvador, Esperado de las naciones, Anunciado por los profetas... En
sus títulos y funciones Cristo, revelado por el Padre, se convierte en el
personaje central, la clave del arco de una historia, de la historia de la
salvación. Es pues determinante que tengamos presente que no es solo un tiempo
litúrgico con “velitas y guirnaldas” sino de integración cultica y de
avivamiento de nuestra Fe en el Dios humanado como expresa la tradición de los
santos PP. De la Iglesia. Miremos pues nuestras vivencias y caminemos a la
presencia viva del Dios hecho niño tan frágil como cualquier niño y tan
protegido como el amor puede hacerlo.
Preparándonos a la fiesta
de Navidad, nosotros pensamos en los justos del AT que han esperado la primera
venida del Mesías. Leemos los oráculos de sus profetas, cantamos sus salmos y
recitamos sus oraciones. Pero nosotros no hacemos esto poniéndonos en su lugar
como si el Mesías no hubiese venido todavía, sino para apreciar mejor el don de
la salvación que nos ha traído. El Adviento para nosotros es un tiempo real.
Podemos recitar con toda verdad la oración de los justos del AT y esperar el
cumplimiento de las profecías porque éstas no se han realizado todavía
plenamente; se cumplirán con la segunda venida del Señor. Debemos esperar y
preparar esta última venida.
En el realismo del
Adviento podemos recoger algunas actualizaciones que ofrecen realismo a la
oración litúrgica y a la participación de la comunidad: La Iglesia ora por un
Adviento pleno y definitivo, por una venida de Cristo para todos los pueblos de
la tierra que todavía no han conocido al Mesías o no lo reconocen aún como su
único Salvador. La Iglesia recupera en el Adviento su misión de anuncio del
Mesías a todas las gentes y la conciencia de ser reserva de esperanza para toda
la humanidad, con la afirmación de que la salvación definitiva del mundo debe
venir de Cristo con su definitiva presencia escatológica (19). El vínculo
doctrinal entre los testamentos es muy poderoso y precisamente el centro del
contenido es el mismo la esperanza de la redención que obra el Mesías, el
Encarnado, el Hijo de Dios, en esta dirección encontramos los elementos
materiales y ejemplares de la revelación que como todos conocemos es solo por
Voluntad de Dios. Y la letra de este decreto salvífico está compuesta de “carne
y hueso” tal y como aconteció en el vientre de María la Virgen Madre. La
Comunión Anglicana reconoce ampliamente que María es el mayor modelo de espera
y esperanza en el Adviento. No es solo la Encarnación sino la espera la que
marcó el corazón de esta maravillosa mujer. La espiritualidad del Adviento
resulta así una espiritualidad comprometida, un esfuerzo hecho por la comunidad
para recuperar la conciencia de ser Iglesia para el mundo, reserva de esperanza
y de gozo. Más aún, de ser Iglesia para Cristo, Esposa vigilante en la oración
y exultante en la alabanza del Señor que viene. Para los santos PP. De la
Iglesia este tiempo representó la fundamental diferencia entre los que esperan
de corazón y los curiosos en la vida de la Iglesia. Entre quienes se preparan
para la llegada de su Señor y los que son arrastrados por el mundo y todo su
ruido. Bello tiempo para reconocer y
vivir la presencia del Dios amoroso anunciado por las escuelas proféticas de
Israel. El período de las promesas se extiende desde los profetas hasta Juan
Bautista. El del cumplimiento, desde éste hasta el fin de los tiempos. Fiel es
Dios, que se ha constituido en deudor nuestro, no porque haya recibido nada de
nosotros; sino por lo mucho que nos ha prometido. La promesa le pareció poco,
incluso; por eso, quiso obligarse mediante escritura, haciéndonos, por decirlo
así, un documento de sus promesas para que, cuando empezara a cumplir lo que
prometió, viésemos en el escrito el orden sucesivo de su cumplimiento. El
tiempo profético era, como he dicho muchas veces, el del anuncio de las
promesas. Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada en la compañía
eterna de los ángeles, la herencia inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura
de su rostro, la casa de su santidad en los cielos y la liberación del miedo a
la muerte, gracias a la resurrección de los muertos. Esta última es como su
promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros esfuerzos y que, una vez
alcanzada, hará que no deseemos ni busquemos ya cosa alguna. Pero tampoco
silencio en qué orden va a suceder todo lo relativo al final, sino que lo ha
anunciado y prometido.
Prometió a los hombres la
divinidad, a los mortales la inmortalidad, a los pecadores la justificación, a
los miserables la glorificación. Sin embargo, hermanos, como a los hombres les
parecía increíble lo prometido por Dios, a saber, que los hombres habían de
igualarse a los ángeles de Dios, saliendo de esta mortalidad, corrupción,
bajeza, debilidad, polvo y ceniza, no sólo entregó la Escritura a los hombres
para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fidelidad. Y no a
cualquier príncipe, o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único. Por medio de
éste había de mostrarnos y ofrecernos el camino por donde nos llevaría al fin
prometido. Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del
camino. Por eso, le hizo camino, para que, bajo su guía, pudieras caminar por
él. Debía, pues, ser anunciado el unigénito Hijo de Dios en todos sus detalles:
en que había de venir a los hombres y asumir lo humano, y, por lo asumido, ser
hombre, morir y resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y
cumplir entre las gentes lo que prometió. Y, después del cumplimiento de sus
promesas, también cumpliría su anuncio de una segunda venida, para pedir
cuentas de sus dones, discernir los vasos de ira de los de misericordia, y dar
a los impíos las penas con que amenazó, y a los justos los premios que ofreció.
Todo esto debió ser profetizado, anunciado, encomiado como venidero, para que
no asustase si acontecía de repente, sino que fuera esperado porque primero fue
creído (20). Solo para nuestra reflexión cito tres comentarios de la cantidad
que están a nuestro alcance pero que son suficientes para refrendar la postura
de los santos PP. De la Iglesia que desde sus orígenes vieron en el Adviento un
tiempo de crecimiento y reflexión espiritual al servicio de la Iglesia y sus
hijos los bautizados. Es el amor quien desea ver a Dios, exclamaría el
Hiponense y es precisamente el amor quien moldea el corazón del que espera y
brota a su vez del esperado. La relación que se muestra es contundente, debemos
vivir el Adviento como parte viva y fundamental de nuestra Fe. “tiempo de
espera y preparación para la celebración de la Navidad porque es el Dios que
por amor se revela en el vientre de la Niña María”. Los PP. Latinos tenían la concepción de este
tiempo como lo que es para nosotros… es pues el momento de animar nuestra
espera con la absoluta confianza que nos entrega el Dios revelado y a su vez
encarnado por la humanidad. Ni el pecado y mucho menos la muerte podrá
separarnos del amor del Dios manifestado en aquella Niña de nombre María. Este
tiempo santo nos permite comparar las virtudes de María y Eva (sabiamente diría
Ireneo de Lyon) la primera acepta ser parte viva de la entrada de Dios en
nuestra historia y pone a disposición tanto su cuerpo como su corazón y su
alma, bien diría el Doctor de Hipona: María fue madre en su corazón y luego en
su cuerpo, mientras que Eva se puso al servicio del pecado y la decadencia de
la humanidad, dos mujeres una historia salvífica y la revelación del Hijo de
Dios. La Santa Madre Iglesia tiene sed del Dios vivo y lo busca anhelante en el
Adviento con la seguridad de su manifestación y junto al pesebre aguarda
expectante para Adorar a su Señor, no era solo la Madre del Niño Dios y su
familia, era también la Iglesia que en figura de estos mortales aguarda ver a
su Salvador. Adviento se convierte en actitud de vida y reclama de cada uno de
nosotros la conciencia necesaria para vivir y expresar estos argumentos de
nuestra Fe en el Dios Humanado.
La Iglesia tiene como
misión el anuncio de la realidad salvífica de la Palabra Inspirada y Adviento
posee su génesis en las Escrituras de tal forma que la revelación se alimenta
concretamente de cuanto es bueno y santo esperar, es decir, de nuestro Señor el
Dios Encarnado. Oración, penitencia, meditación, son algunos de los recursos
espirituales que la Iglesia empleó para educar a los bautizados sobre este
tiempo litúrgico. Estamos afirmando la importancia de la formación en la vida y
los ámbitos socio-culturales de los bautizados. Estos contenidos presentes en
la tradición de la Iglesia son determinantes para el crecimiento de la Fe y la
Esperanza y las mismas virtudes teologales contenidas y explicitadas por el
Amor y la Caridad. Nosotros los bautizados estamos llamados afanosamente a vivir
el menaje de liberación e integralidad de nuestra Fe cristiana a la luz de las enseñanzas
de nuestra tradición. La espera se convierte en esperanza cuando conjugamos
nuestra Fe con los dones intrínsecos de la revelación y la certeza que anuncia
la llegada del Mesías. La percepción en Occidente es distinta frente a la actitud
de oriente que refleja una celebración menos fraterna, pero sin duda de una
reflexión aún más profunda. Las prácticas culturales están desplazando
paulatinamente la celebración tanto de Adviento como de la misma Navidad. La
inserción de nuevos contenidos culturales que para la definición nuestra
podríamos llamarlo simplemente la inculturación de nuevas formas de celebración
de la sociedad hace casi imposible la vivencia de un advenimiento mesiánico
para dar paso a un medio de expresión tanto instintivo como materialista, los
centros comerciales no pueden marcar la pauta de estas celebraciones, son la
familia y la Iglesia quienes orientan y centran su celebración. La condición
del misterio sobrevive y solo desde la contemplación cercena de estos
acontecimientos cobra real importancia tanto la Encarnación como el nacimiento
del Señor. La familia de Nazaret debe ser encarnada por la familia humana y muy
especialmente la familia de los bautizados. María en gestación vive su personal
y definitivo Adviento y lo hace con la certeza que le da su Fe de la llegada
tan esperada sin que ello pueda implicar que no se enfrentara a la realidad
para proteger y promover a su Hijo Nuestro Salvador. En el hogar de José y
María se vive un maravilloso Adviento centrado totalmente en el Señor y sus
manifestaciones contundentes. En este hogar la espera se transforma en una
plena y perfecta Esperanza porque ellos son fruto de esta manifestación y el
Mesías los escogió para vivir el misterio encarnado de la familia humana. María
no fue simplemente un “nicho o receptáculo” para el nacimiento del Mesías, ella
fue verdaderamente su Madre y como Madre la primera educadora del fruto de sus
entrañas. En Dios no existe el utilitarismo sino el Amor/Compromiso como lo
vivió María en su propio Adviento, que no es otra cosa que nuestro llamado a vivir
por vez primera el Adviento bajo todos sus contenidos espirituales.
La Madre Iglesia como
maestra de los bautizados también vive a plenitud esta manifestación de la
presencia de Dios en medio de sus hijos y como Madre consagrada a los suyos
(bautizados) les testimonia la veracidad de este maravilloso acontecimiento,
luego deducimos, que el Adviento es una celebración plena en nuestra
eclesiología.
Caminamos hacia el sol
Esperando la verdad.
La mentira, la opresión,
Cuando vengas cesarán.
/Llegará con la luz
La esperada libertad. / (Bis)
Construimos hoy la paz
En la lucha y el dolor,
Nuestro mundo surge ya
A la espera del Señor.
Te esperamos, Tú vendrás
A librarnos del temor.
La alegría, la amistad,
Son ya signos de tu amor. (21).
Los distintos cambios en
la liturgia son signo de la adaptabilidad de los tiempos y su remarcado énfasis
en la penitencia preparatoria. Hoy como hace tantos años en el tiempo y no en
el pasado la Iglesia vive llena de alegría y esperanza el momento mismo de la
entrada histórica del Señor en la vida de la humanidad. Será posible afirmar
que los patriarcas y personajes centrales del (A.T) ¿no vivieron este
maravilloso tempo espiritual llamado Adviento. ¿Que ellos añorando la “tierra
prometida” no entraron en sus corazones buscando la esperanza de su vivencia?
Estamos pues bien seguros del Adviento en la historia de salvación de cada uno
de nosotros y también como revelación de la Trinidad Salvífica. En este
acontecer salvífico es importante que los bautizados tengan presente que no se
trata de un “color” o de algunas oraciones y cantos sino de la misma
preparación para la vivencia del acontecimiento que toca las fibras de la
esencia de la humanidad, nunca antes en la mitología clásica o en mitos
distantes en el tiempo sus deidades se habían hecho uno de ellos y como ellos,
sumados en especie como ellos y por ellos. Tampoco encontramos tal contenido en
la tradición sionista, Israel esperaba un salvador de su orden social y
cultural y no un Dios Humanado (22). El salto dialéctico de nuestro tiempo
litúrgico evoca las profundidades de la Fe de la Iglesia. Solo desde la Fe personal y eclesial los
bautizados pueden entender en gran medida este tiempo litúrgico y toda su
importancia.
Las expresiones de
alegría y regocijo en la liturgia son propias de los estados emocionales de los
bautizados, y como tal, cada uno de ellos son fruto de su preparación para algo
mayor, en este caso de los tiempos litúrgicos contenidos en el año litúrgico de
la Iglesia. Esperamos pues, que los colores reflejen el estado de pureza
espiritual que necesitamos para vivir en la tradición eclesial este tiempo
fuerte de nuestra liturgia (23).
RECURSOS/FUENTES/CIBERGRAFÍA
Y ARTÍCULOS CITADOS.
1. Nota
del autor.
2. Nota
del autor.
3. Nota
del autor.
4. Nota
del autor.
5. BIBLIA
DE JERUSALÉN, Edición Española. Dirigida por José Ángel UBIETA, 1975.
6. Fuente: Mershman, Francis. "Advent." The
Catholic Encyclopedia. Vol. 1. New York: Robert Appleton
Company, 1907// Enlaces preparados y seleccionados por José Gálvez Krüger.
7. Nota
del autor.
8. Nota
del autor.
9. Nota
del autor.
10. 10. https://www.bibliacatolica.com.br › La Biblia
de Jerusalén › Mateo. Confrontar.
11. Nota
del autor.
12. Nota
del autor.
13. Nota
del autor.
14. Nota
del autor.
15. Nota
del autor.
16. Carta
Pastoral, del Obispo de Córdoba, España. Demetrio Fernández, sobre Adviento.
17. H.
Bruns, Canones Apostolorem Et Conciliorum II, Berlín, 1883, paginas, 13-14.
18. PRIMEROS
CRISTIANOS, los orígenes del Adviento. www.primeroscristianos.com
19. es.catholic.net/op/articulos/2685/cat/231/aci-prensa.html
Teología y Espiritualidad del Adviento.
20. De
los Sermones de San Gregorio Nacianceno (Sermón 45,9.22.26.28, paginas 634-66.
21. acordes.lacuerda.net
› J › Juan Antonio Espinosa.
22. Nota
del autor.
23. Nota
del autor.
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