DOMINGO XXII DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS. Año B. Libro de Job capítulo 42 versículos 1-6, 10-17. Salmo
34: 1-8 (19-22). Hebreos capítulo 7 versículos 23-28. Marcos capítulo 10
versículos 46-52.
El Libro de Job, comparte
con los bautizados su tesoro maravilloso el cual es la percepción de la
realidad de Dios en la vida del creyente. Por Fe Job cree y espera en Dios, por
Fe Job profundiza su relación al punto de hacerla manifestar su testimonio vivo
y contundente. Solo quien ama puede conocer a Dios y solo conoceremos aquello
que Dios desea revelarnos y darnos a conocer. Es insondable su misterio y su
enseñanza no se hace esperar convirtiendo nuestras vidas en un gran laboratorio
de Fe… La propuesta de Dios es siempre la misma y para conocerla debemos
literalmente doblar nuestras rodillas delante de su Majestad. Dios está atento
a nuestro proceder, pero aún más a nuestra forma de amar y vivir en vocación
salvífica nuestra Fe. La experiencia de amor ha llevado a Job por el camino de
la superación personal, dejando a un lado sus temores y miedos más profundos
simbolizados por todas las calamidades que este personaje vivió. Nada de lo
sufrido lo separó del amor de Dios, todo lo vivió con heroísmo al punto de
hacer de sus tragedias personales una autentica declaración de Fe. No interesa
que tan dura sea la prueba que el creyente experimente la Sabiduría de Dios es
insospechada y obedece a su Voluntad salvífica. Job es testigo excepcional de
esta realidad vivencial. Job conoce el amor de Dios aun en la dificultad de su
existencia.
Su círculo inmediato y
entre sus amigos y cercanos su esposa parece no comprender la obra de Dios en
Job. La misma que lo hará retornar por los caminos de la prosperidad, pero solo
una vez su amor conozca límite en la praxis terrena. Job no fue puesto a prueba
por argumentos terrenales sino por la auténtica dimensión de su amor por Dios.
Los últimos versículos de este Libro Sapiencial, nos regalan una historia
totalmente distinta al dolor y la amargura, en sus versículos vemos el sentido
perfecto de la retribución en el espíritu del (A.T) Job dio parte de sus bienes
a sus hijas lo que no era praxis en su época ya que solo podían heredar sino
tenían hermanos, pero Job vivió la justicia en todas sus expresiones como
consecuencia de su profunda Teonomia. Socialmente fue restaurado e incluido en
el medio familiar de donde salió precisamente por sus calamidades personales.
La bendición de Dios es la perfección de su estado de vida y familia.
El Salmo 34, es una bella
composición Sapiencial cuya finalidad es la instrucción de los creyentes. Dar
gracias a Dios es una de las mayores actividades de nuestra vida y del empleo
de nuestro tiempo en la oración de acción de gracias reconociendo el favor de
Dios. Es una primicia comprobada en la vida de los bautizados “Dios se deja
encontrar” por quienes le buscan con
amor y sinceridad, es también tema del (A.T) y en el presente de nuestra
espiritualidad cristiana. Dios está cerca de nuestras vidas lo que implica todo
un ejercicio de interioridad para reconocer su presencia. Los tiempos de la
historia son trazados por Dios y nuestras vidas están dibujadas precisamente en
sus tiempos. Vivamos conforme a su Palabra y lo encontraremos. Dios está con
nosotros y será siempre de esta manera.
Hebreos, como el domingo
anterior, continúa centrando su relato en el sacerdocio de Cristo el cual a
diferencia de los judíos no es perecedero sino eterno, establecido de una vez
para siempre. Cristo como Sacerdote es pleno y lo comparte en alguna proporción
con su Iglesia, es decir, que nuestro ministerio ordenado tiene sentido solo en
su ejercicio en la vida de la Iglesia. Solo Cristo posee el “Sacerdocio Pleno”
el nuestro es comunicado por su Iglesia, lo que implica que la vivencia afecta
positiva o negativamente a la Iglesia. El testimonio sacerdotal es el
testimonio del testigo de Cristo en el mundo y sus realidades percibidas desde
el ejercicio ministerial. Los tiempos
no son fáciles y el testimonio parece muchas veces diluirse en la praxis de un
ministerio inserto en el mundo que muchas veces no atestigua el triunfo de
Cristo sino el éxito personal de Obispos, Diáconos y Presbíteros. Si el
reconocimiento es exclusivamente humano entonces nuestro ministerio solo estará
arraigado en el mundo y no en el corazón de la Iglesia. Recordemos como lo hace
también el texto citado en la presente reflexión, que el sacerdocio de Cristo
es pleno y que solo su Sangre verdaderamente nos ha comprado un Reino que comúnmente
llamamos “Reino de los Cielos” Nuestra visión de la Fe debe llevarnos a vivir
de cara a esta realidad trascendente y no escudarnos tanto en el mundo como en
sus exigencias. El autor del Libro a
los Hebreos, tiene claro que solo el sacrificio de Cristo hizo posible nuestra Salvación
y que no depende de nosotros su eficacia, lo que hacemos como Iglesia es
materializar nuestra Fe común y adorarle en la liturgia y la proclamación de su
Palabra, pero los méritos son exclusivos del Hijo de Dios, Sumo y Eterno
Sacerdote. Cristo inaugura su sacerdocio siendo intercesor nuestro ante el
Padre Dios, pues de su plenitud nuestra escatología cobra su sentido y razón de
ser. Solo un sacrificio efectivo y definitivo, el de Cristo nuestro Señor y
Salvador.
El texto Marcano, nos
presenta una escena dinámica sobre la curación de un ciego en Jericó, el
dialogo con Jesús le permite a este hombre acercarse a Jesús desde su
percepción de Fe y ver con el alma lo que esperaba confirmar con sus ojos. La
ceguera limita poderosamente y hace que el invidente dependa totalmente de
otros en su vida cotidiana, pero en cuanto a la Fe no pasa de igual manera,
esta se ve así misma libre de toda atadura y el reconocer a Cristo es parte de
esa libertad. Una expresión de vida que confía plenamente en Cristo, aunque con
los ojos del cuerpo no lo perciba, pero el alma empoderada de su Fe ve por
sobre su propia limitación y privación. Aquí la ceguera tiene dos connotaciones
como hemos dicho, la física y la espiritual, cada una de ellas es difícil de superar,
pero no imposible como reto de vida y espiritualidad. El alma puede estar a
oscuras mientras el cuerpo es iluminado por el mundo y sus valores. O todo lo
opuesto, ser invidentes ante las luces y realidades del mundo material y con
los ojos del alma abiertos para ver aproximarse al Señor, tal y como aconteció
con aquella persona. No estamos ciegos, no somos ajenos al mundo y sus
realidades, estamos inmersos en el mundo, pero con los ojos puestos en el Dios
liberador.
Descubrir el amor de Dios
solo podemos equipararlo al que pudo recobrar su visión… Al que pudo ver su
propia realidad y superarla grandemente reconociendo a Dios en ella. Bien diría
el Hiponense: “Dios es lo más íntimo que hay en mí”. No se trata de una
percepción amañada del mundo y su intríngulis. No se trata de ver lo que
anhelamos sino vivir lo anhelado en su presencia. El cambio de actitud es
indispensable para dejar atrás las privaciones de la vista emocional, afectiva,
y material. Solo nuestra Fe nos libera y retira las “costras” de nuestros ojos.
El camino del creyente no es fácil pero no estamos solos, nunca lo hemos
estado. Dice el Señor ánimo, y lo repite
en su Iglesia que está allí a nuestro lado para guiarnos en el diario caminar.
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