DÉCIMO NOVENO DESPUÉS
DE PENTECOSTÉS. Año B. Job capítulo 1 versículo 1 y 2: 1-10. Salmo 26. Hebreos capítulo 1 versículos 1-4 y 2: 5-12.
Marcos capítulo 10 versículos 2-16.
El libro de Job inicia
dándonos pistas sobre la ubicación de estas escenas y la tradición coincide en
afirmar que se ubica al sur de Edom (Ubicada al sur de Judea y el Mar Muerto)
el capítulo 2 nos recuerda en primer lugar las plagas de Egipto con respecto a
los granos y males de la piel que son endémicos de las márgenes del rio Nilo. Job
de forma sapiente soporta y afronta la necesidad y vive con las consecuencias
de estas… Es importante tener presente que el objetivo de este relato es
exaltar la fidelidad del creyente ante las distintas circunstancias de la vida,
y la memoria de Dios, que no dejará solo al sufriente. Si bien está enfermo no
podemos esclarecer el tipo de dolencia que era común por múltiples factores, lo
que podremos asegurar es la riqueza del texto inspirado en la cotidianidad
durante la estadía en Egipto, de allí le viene
al texto su recurso literario sin que se escribiera en dicha nación.
Recordemos que también este tipo de afecciones fueron infringidas como castigo
a todo tipo de personas en los relatos de las Escrituras (para tu
profundización puedes leer las leyes y dictámenes de la pureza corporal y
descripción de las enfermedades en el libro de Levítico capítulo 13 y en
Deuteronomio capítulo 28).
La relación salvífica con
Cristo demanda del bautizado más que un estado de confort en su vida, también
supone que la enfermedad llega a su debido tiempo y que la Fe precisamente es
puesta a prueba ante tamaña dificultad.
Estamos ante una realidad que toca a todo el género humano y que nunca
podemos pensar que Dios se vale de ella para lastimar a sus hijos por adopción.
Es todo lo opuesto, es una maravillosa oportunidad para sentir el amor de Dios
y su misericordia por nosotros. Vivamos pues, en completa comunión amorosa y
estaremos preparados para afrontar la enfermedad en la medida y dimensión que
esta llegue a nuestras vidas y la vida de los que amamos.
El Salmista clama por su
inocencia y pide a Dios justicia. Este
relato convertido en oración nos recuerda a Job y las condiciones en las que
afronta su necesidad. La prueba del creyente sin duda se fortalece gracias a la
presencia amorosa de Dios que nos conoce en toda situación. Hace alusión al
templo y su liturgia, los bautizados a pesar de sus postraciones permanecen
unidos al cuerpo de Cristo que es la Iglesia y no se apartan de su liturgia. Es
pues un ejercicio amoroso de Dios con respecto a nuestra propia debilidad cambiándola
en fortaleza y alimentándola con la esperanza de su amor sin límite.
El relato de la Carta a
los Hebreos, posee una connotación bien particular y es el lenguaje que emplea
de corte filosófico en su introducción manifestando la relación divina del Hijo
con el Padre y su Igualdad esencial. Aquí el Hijo posee en premio la herencia
que Dios le ha reservado gracias a su sacrificio y pruebas… Deja en claro la
diferencia entre las Divinas Personas del Padre y el Hijo “El cual siendo
resplandor de su gloria e impronta de su sustancia” es una alusión tardía fruto
de la experiencia y reflexión de la Iglesia primitiva. En la segunda parte de
este relato (capitulo 2 versículos 5 al 12) cita el Salmo 8 que es el más
antiguo de la Salmodia. Atestigua el valor del sacrificio de Cristo en la Cruz
y como su recompensa es el mando o dominio absoluto sobre cuanto existe. No
olvidemos que los creyentes en la Iglesia primitiva están apenas en crecimiento
y para esta época (apostólica) son despreciados y considerados en último lugar
en expresiones auténticas de Fe. Es pues Cristo quien nos introduce en la
gloria eterna porque Él murió y resucitó por todos nosotros y conoce el
“camino” que es Dios mismo. La vida del bautizado es también una prueba
constante de Fe en medio de una realidad terrenal muchas veces hostil ante el
Evangelio y su novedoso proyecto de vida. Para tener presente en esta lectura
que la centralidad de la Carta a los Hebreos es el sacerdocio de Cristo.
La comunión como signo de
identidad se pone de relieve en esta Carta y por ende es tomada por la Iglesia
en esa dimensión. Una realidad que pide de los bautizados conformidad con las
enseñanzas de la Iglesia en la vivencia del Bautismo y su Pacto como requisito
para participar de este orden ganado por Cristo en la Cruz. Cristo nos
santifica y nosotros una vez santificados por su Sangre Santísima estamos
libres de las ataduras del pecado y dispuestos a la trascendencia. El verbo Perfeccionar
que encontramos varias veces aquí en el relato (Biblia de Jerusalén) parece
referirse a estados diversos y evolución en la relación del creyente con Dios,
la misma que debe madurar para alcanzar el ideal de su existencia que es la
salvación. La perfección en la vida cristiana es determinada por la Gracia y
hasta donde el bautizado le permite actuar en su vida. Lo mismo acontece con
los ministerios vividos en ella.
La visión Marcana, nos
presenta una imagen bien particular del Señor amonestando sobre el matrimonio y
como relaciona tanto el derecho judío que permitía solo repudiar al hombre y no
así a la mujer, mientras que el Señor la incluye a ella en una clara muestra de
la influencia del derecho romano que lo permitía. Jesús acude a la razón del
proceder judío para “justificar” su respuesta, nos referimos a la dureza de sus
corazones y como seguían la ley articulada en función de los derechos
exclusivos del hombre restándole cualquier posibilidad de igualdad esencial a
la mujer. El libro del Génesis que es citado por el Señor claramente muestra el
valor indisoluble del amor de la pareja que cuando es auténtico y sin presiones
de ningún tipo puede edificar su hogar para toda la vida siendo esto no un
ideal sino una realidad que refleja la alianza definitiva entre Dios y la humanidad.
La familia se convierte de esta manera en el epicentro de toda vivencia de los
bautizados y en alimento de valores cristianos para la sociedad.
La unidad de la pareja es
también signo de la presencia esponsal de Cristo con su Iglesia y confirma así
que el pueblo de Dios está llamado a vivir valores con vocación de eternidad.
Lo refleja el Señor aludiendo a sus corazones y las banalidades que este puede
encerrar. No olvidemos que el matrimonio entre los judíos se desvió de su
esencia, al punto de darse todo tipo de desmanes, un hombre se podía divorciar
por tonterías como, por ejemplo, que su mujer agregaba mucha sal o poca a la comida,
o la veía al otro día y ya no quería estar con ella, eran suficientes motivos
para el divorcio. La respuesta del Señor condena estas situaciones de superficialidad,
pero no nos está hablando sobre causas más profundas ya que estas quedan a la
experiencia de la futura Iglesia que nacerá ante su partida. Cuando el amor y su
compromiso de vida aparecen en una relación estos creyentes están listos para
edificar como el hombre prudente sobre roca y no cualquiera sino sobre el
propio Cristo. El amor es indisoluble, no así los caprichos humanos. El amor
comprometido y maduro que se recrea en la permanente entrega saltará hasta la
vida eterna. La materialización de ese amor es la vida sexual de la pareja que
la Iglesia universal elevó a “castidad perfecta” teniendo presente la entrega
amorosa de la pareja y sus acciones abiertas a la vida y su conservación. Esta
Iglesia respetuosa de la persona y sus relaciones familiares invita a los
esposos a ser el uno para el otro y manifestar así que el amor de Dios se puede
vivir en una experiencia de mutua entrega, donde la pareja desde sus
diferencias naturales construye grandes igualdades gracias al amor. La familia
se constituye en la base y fundamento de la sociedad y de la Iglesia, como
quiera que para los pequeños se convertirá en la Iglesia domestica donde
aprenderán a conocer y amar a Dios por medio de las acciones y enseñanzas
amorosas de sus padres… Los esposos se constituyen en co-creadores porque
juntos y amándose siempre contribuyen con la obra creadora de Dios. “La más perfecta
comunicación del amor es la vida”.
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