TERCER DOMINGO
EN CUARESMA. Éxodo capítulo 3 versículos
1-15. Salmo 63: 1-8. 1 Corintios capítulo
10 versículos 1-13. Lucas capítulo 13 versículos
1-9.
El
Texto de la “Zarza ardiendo” como fenómeno presenciado
por el propio Moisés trae a la mente escenas que sin duda alguna nos hablan de
la relación con el Dios trascendente. Conocer
el nombre de Dios es más que poder llamarlo según una determinada tradición
religiosa, su nombre, con todo lo que ello implica es apenas el inicio de una relación
espiritual llamada a trascender…El bautizado tiene hoy la certeza de amar al
Dios revelado en aquella planta, hoy tenemos la plena seguridad de que su
nombre se escribe amorosamente en cada uno de nosotros. Hoy sabemos que el mismo Dios Altísimo no reveló nombre alguno sino que
en su perfectísima trascendencia habla de sus propios atributos como si hablara
consigo mismo. Su trascendencia es tal que no conocemos sino lo que Dios
mismo quiso revelarnos. Su Esencia está
lejos de ser conocida por nosotros y es el espíritu del Texto que hemos leído atentamente.
Moisés ante la manifestación de Dios
solo puede permanecer atento y dispuesto a asumir tamaña responsabilidad.
La connotación del nombre
de Dios se siente especialmente en el proceso espiritual de definir una relación
amorosa que nos llene de familiaridad con el Dios revelado. La vida del bautizado
puede y debe ser una “Zarza ardiendo”
para el mundo que le rodea, el testimonio de vida puede mantener encendida la
llama de Dios en nuestras vidas. Hoy como hace tanto tiempo en el pasado, Dios revela no su nombre porque es el
absolutamente Trascendente y Otro, pero si su misericordia que se muestra
activa en nuestra existencia. La relación entre Dios y la humanidad está
llena de altibajos de nuestra parte y una radical fidelidad suya. Hoy
estamos siendo llamados a consumirnos de amor en Cristo y ser luz para los que
nos rodean. Hoy en el acontecer de la Iglesia esta debe “arder” con el amor de Cristo y contagiar a todos con sus llamaradas
y resplandores de testimonio y fidelidad al Evangelio.
El
Salmo 63… nos habla de
una muy particular “Sed” del creyente
por su Dios, de una relación de dimensiones espirituales que hace que nada nos
tenga conforme solo el amor de Dios en
nosotros. Un desierto espiritual puede ubicarnos en la realidad
espiritual que describe este Salmo, estamos como errantes por la vida y muchas
veces tenemos sed y no una saciada fácilmente con agua sino del alma, del espíritu,
aquí es donde Dios se manifiesta llenando esas expectativas. La oración y la meditación son sin duda elementos
que pueden darnos sosiego en los momentos en los que atravesamos por nuestros
desiertos personales. Por aquellos parajes del alma donde no hay consuelo más que
en Dios. Es pues una oportunidad de caminar de su mano sin importar el camino
sino quien nos ha tomado de la mano para no soltarnos nunca más...
El
Apóstol Pablo en su Carta a los Corintios, evoca los acontecimientos salvíficos del
pueblo de Israel y como Dios actuó en su favor. La preexistencia de Cristo se
refleja en la Historia de Salvación ofrecida por Dios a su pueblo, en el
contexto del termino pueblo invocamos la dinámica universal de la propuesta salvífica
de Dios, es decir, hoy es encarnada por
la Iglesia. Las realidades espirituales de Dios a la humanidad se muestran en
algunos tipos concretos de personas y actitudes. La figura de los patriarcas y
otros personajes relevantes de las Escrituras del (A.T) fueron figura del mismo
Señor. Es una figura de la pedagogía divina empleada por Dios para revelarse a
la humanidad. Dios guía al creyente por el camino de su existencia y le hace
proclive bajo el influjo de su Gracia para la salvación.
Ya no necesitamos figuras
para creer o entender ya que Cristo consumó toda posible revelación de Dios, la
Palabra encarnada se hizo naturaleza
humana con la finalidad de hablar con nosotros y permitirnos entenderle, se
abajó por amor a nosotros hasta emplear una serie de acciones a nuestro
alcance. Los símbolos del (A.T) fueron cambiados por esta maravillosa presencia
que inaugura los futuros tiempos escatológicos.
Solo la plenitud está en
Cristo y con Cristo trascendemos a su Reino, es pues, la consumación de toda
promesa en la Persona Adorada de Jesucristo el Hijo de Dios, todas las figuras
como la Zarza ardiendo, el paso del Mar Rojo, la Pascua judía, y otros más son
figura de la plenitud que solo podía llegar en Cristo.
El
Texto Lucano, nos
hace un llamado esencial a la penitencia, la misma que puede ser motivada en su
praxis por calamidades de la comunidad o
factores de índole estrictamente personal.
El llamado a la conversión es consecuencia
de la necesidad de la purificación tanto
mental como material. Jesús habla sobre las consecuencias del pecado y como
este priva de conciencia para reconocerle como Señor y Salvador.
El Texto que señala la “higuera estéril” nos muestra claramente el espíritu penitencial
de lo que implica toma de conciencia en la vivencia de este tiempo privilegiado
que en la liturgia eclesial llamamos “tiempo
fuerte”. Lucas nos invita a
prepararnos para dar frutos abundantes, esta preparación es básicamente vivencial y aterriza en el
diario convivir y expresar relaciones en el entorno de la comunidad donde
vivimos y hacemos nuestra historia.
Dios nos ha dado tiempo
efectivo en nuestras vidas y la finalidad no es solo gastarlo en la vida
natural, también reclama de nosotros un crecimiento constante en la vida espiritual
y en la toma de conciencia salvífica. La
connotación crítica de nuestra conciencia nos permite analizar y valorar en
justicia nuestro comportamiento.
La realidad vivida desde
la observancia de la Cuaresma es tanto espacial como temporal y los frutos de
su praxis son concretos una vez el bautizado los lleva a su vida cotidiana, no puede haber
conversión sin la claridad objetiva de la Gracia en nosotros y por nuestro medio
al entorno donde la vida se recrea. Hoy la naturaleza nos pide a gritos que la
incluyamos en nuestras motivaciones, que ayunemos y demos frutos naturales y no
artificiales como el consumo de plásticos y recipientes no biodegradables, la convivencia nos invita a ayunar de “lengua”
respetando al otro y sus circunstancias de vida.
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