miércoles, 13 de febrero de 2019

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA...


SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE EPIFANÍA. Jeremías capítulo 17 versículos 5-10. Salmo 1. 1 Corintios capítulo 15 versículos 12-20. Lucas capítulo 6 versículos 17-26.



El profeta Jeremías nos presenta la posibilidad de reflexionar sobre dos caminos fundamentales en la existencia del ser humano y los cuales son fruto en gran medida de un poco o profunda experiencia de Dios. Quien escoge seguir a Cristo deberá tener muy presente que su opción es radicalmente contraria a los valores argumentados en la segunda opción de vida. Si estamos caminando en la perspectiva de nuestra Fe los valores serán  determinantes al brotar estos del Evangelio y su praxis… Por otro lado quien no sigue el camino de Dios sino del mundo y sus propios estándares de “calidad” pues tendrá una gran dificultad para ver más allá de sus propios intereses.

Es tremenda  la cita de Jeremías en lo  relacionado con una de estas dos opciones fundamentales.  Los valores del bautizado sin duda alguna aterrizan en su vida y relaciones con el entorno. Una amalgama de situaciones alimentadas por la Gracia y desde esta óptica en crecimiento definitivo. La maldición que argumenta el  profeta se puede visualizar en el exceso de confianza del ser humano en los postulados de esta realidad material y como estos cambian incluso el sentido de la vida. Estamos pues ante dos alternativas y una sola elección, seguimos a Cristo y hacemos de su Palabra alimento integral de nuestro ser social, cultural, político, económico y religioso, entre otros.
Confiar en el Señor da la posibilidad segura de caminar en la dirección correcta y cuya praxis es totalmente gratificante para el bautizado. La bendición precisamente radica en el seguimiento de Dios, no hay una sola promesa que Dios no lleve a feliz término en el bautizado y en su entorno. Nos debemos convertir en luz del mundo para quienes entran en contacto con nosotros y brindar lo que el mundo no entrega porque simplemente no lo posee, esto es, paz, amor, respeto, esperanza y todo aquello que edifica y libera, que sana y fortalece.

El Salmo 1  se encamina en la misma dirección citada por el profeta Jeremías, mostrándonos la necesidad de conducirnos bajo la guía de Dios y hacer nuestra elección según su misericordia y amor. No perdamos de vista que estamos ante parte del prólogo del Salterio y su Sentido Común es muy claro afirmar la futura presencia mesiánica en su pueblo. Para los judíos era una clara alusión al Día de Yahveh, pero en el contexto de nuestro cristianismo es una posibilidad de juicio en cualquier momento de nuestras vidas o simplemente el asumir las posibles consecuencias de nuestras acciones. La justicia de Dios es en Cristo la suma de todas sus perfecciones. Aquí el impío puede ser tanto el pagano como aquel que abandona su Fe para entregarse a prácticas de vida no tan sanas. Hablando claro el corrupto de nuestro tiempo  se puede considerar un impío.

 Pablo, en su mensaje a la iglesia de Corinto, les reafirma con total claridad que la centralidad de nuestra Fe se encuentra inserta en la certeza de la Resurrección de Cristo, de lo contrario,  no tendría ninguna razón de ser si se tratara  de un mito o la afirmación de su no resurrección. El punto focal de esta cuestión doctrinal es la certeza de la Resurrección del Señor. Sobre este postulado vital descansa toda nuestra Fe y doctrina eclesial, así es vista por Pablo estas afirmaciones que hoy citamos en la liturgia de la Palabra.

La vida nueva tiene su objeto afirmante en el triunfo de Cristo. Este triunfo se manifiesta en la totalidad de la persona humana y la creación. Pablo ve con absoluta claridad el panorama de la Fe de sus hermanos judíos pero también asume la necesidad de una Fe como expresión renovada en la Persona de Cristo. La coherencia en la forma  de vivir del bautizado debe coincidir felizmente con su profesión de Fe y la edificación de un Ethos fundamental movido en sus estructuras por la Gracia. El falso testimonio radica en el desmentir estas verdades viviendo como lo hace el resto del mundo y quien así obra está negando implícitamente la verdad universal y esencial de la Resurrección del Señor, esos que obran así están testimoniando el triunfo de la muerte y no de la vida.


La centralidad de nuestra Fe está definida precisamente por  la Resurrección de Cristo.


La propuesta Lucana de las Bienaventuranzas,  se convierten en una exigencia de vida que se afirma en Cristo y como acción amorosa tendrá su recompensa, esto último es todo un plan de vida para los creyentes y no simplemente una exposición ideal de comportamiento cristiano. Las virtudes del bautizado son indispensables para la consecución   de su ideal de vida consagrada a Dios, Lucas nos está mostrando un camino distinto al ofrecido a los judíos y a sus vecinos. Un camino ideal que tiene en Cristo a su fundamento y modelo a imitar…

Loas distintos momentos en la vida del Señor pudieron servir de inspiración para los Sinópticos y el Texto que llamamos Bienaventuranzas. Una muestra de la profundidad de las enseñanzas y vivencias de Jesús con sus discípulos. Los argumentos y castigos aquí señalados son vitales en el modelo de cristianismo que la Iglesia debe enseñar y vivir, estamos insertos en un mundo cuya realidad relacional no posee mucha noción de los valores evangélicos y el testimonio de los creyentes. Un mundo contaminado por seudo- ideales de vida y contenidos superficiales que quitan la paz a todos. Ser creyente implica escuchar y poner por obra cuánto  las Bienaventuranzas nos desean decir en el camino de nuestra existencia.  

Las maldiciones que siguen a las Bienaventuranzas son en esta perspectiva su némesis y por si solas argumentan signos contrarios al Evangelio de Cristo. Mirar bajo la “lupa” cristiana el mundo y sus relaciones es determinante para sanearlo y de paso  fertilizarlo con  la presencia de la Gracia que es el verdadero artífice de estos conceptos vitales en la vida del bautizado. Sin la Gracia de Cristo es imposible vivir esta realidad trascendente. Nuestra misión no solo está en reclutar creyentes sino en testimoniar desde nuestra realidad vivida el valor implícito de la Gracia en la afirmación de nuestra propia Fe.

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