SACRAMENTOS Y
RITOS SACRAMENTALES, DIALOGO SALVIFICO.
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Nuestro punto de partida.
“Bautizar
es bueno, pero mejor bautizar bajo las disposiciones de la Autoridad de la
Diocesis” esta fórmula aplica a todas las celebraciones de nuestros
distintos ministerios. Es pues, importante que el clérigo lo tenga presente y
actúe en persona de aquel que le envió pero que le sujetó a la Iglesia. |
La Escolástica resalta de
manera superlativa la necesidad de la conversión como argumento vital en la
celebración sacramental, esta postura es propia de grandes teólogos como
Buenaventura y Tomás de Aquino, también agregamos a la lista al propio Anselmo, que como ninguno de los anteriores
deja a la razón en libertad para navegar por las aguas de la reflexión e
interrogación como si fuera plausible una “teoría del conocimiento” en orden a
la Eucaristía, el Bautismo y nuestros ritos sacramentales. En nuestro contexto
litúrgico y doctrinal, los “Ritos Sacramentales” ocupan un lugar tan importante
como los mismos sacramentos y poseen una connotación tal que anima la vida del
bautizado en los distintos estadios por donde este transita. el teólogo anglicano
Erick Lionel Mascall (1905-1993) concluyó como inevitable e importantísimo la conversión
para la recepción de la Eucaristía, y con ella los demás ritos sacramentales,
que en su impronta son y serán parte de la vitalidad interior de los creyentes.
Por tal razón el “indiferentismo” puede hacer perder esta relevancia en la
praxis mistagógica de los ritos y su influencia como “Medios de Gracia”.
La vida de gracia fruto
de los medios que nosotros empleamos requieren de la necesaria madurez para
afrontar la realidad de una existencia mudable con experiencias de todo tipo,
pero con una única necesidad de construir la vida y la felicidad en términos aceptables
por todos. La madurez humana, debe pues, en sintonía, buscar hacer de la vida
una comunión de ideas, expresiones y construcciones, donde la espiritualidad es
alimentada convenientemente y los sacramentos y ritos sacramentales son un
elemento indiscutido de aportación a esa edificación.
La conversión es parte de
nuestra obra misionera y fruto vivo de nuestra propia ministerialidad, no se
trata solo de llevar bienestar sino de construir conversión con las celebraciones
de nuestros distintos ministerios. Sanar es importante para la persona y sus
afectos, pero el espíritu no puede ser descuidado bajo el sofisma del bienestar
material y como este lo proyectamos al mundo. La oración del clérigo debe ser
proporcional a los alimentos y su ingesta, poca oración y mucho confort no
genera conversión alguna. Mas que motivadores somos pastores integrales al
servicio del pueblo de Dios. La fuerza de nuestra disciplina da frutos valiosos
en la vida de la misión de la Iglesia.
Bautizar, confirmar,
ungir, son parte activa de este dialogo de salvación conferido a la Iglesia y
su institucionalidad. El clérigo debe por demás, atender las disposiciones de
la Iglesia a la hora de ministrar a sus hermanos en la fe. La noción que tenemos
de la universalidad del ministerio ordenado es proporcional a la libertad
personal pero misteriosamente no puede ser sobrepasado por esta. Los Medios de
Gracia en nuestras manos no son nuestros, la Madre de los bautizados los
depositó en nuestra ministerialidad, pero bajo su disciplina y orden y
disposiciones litúrgicas. El Sacramento y el Rito Sacramental pierde el valor
trascendente e intrínseco de ser comunión eclesial, cuando actuamos por nuestra
cuenta bajo parámetros personales y no institucionales. “Bautizar es
bueno, pero mejor bautizar bajo las disposiciones de la Autoridad de la
Diocesis” esta formula aplica a todas las celebraciones de nuestros
distintos ministerios. Es pues, importante que el clérigo lo tenga presente y
actúe en persona de aquel que le envió pero que le sujetó a la Iglesia.
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Documentos Históricos (L.O.C)
XXIII.
Del ministerio a la congregación. No es lícito a hombre alguno tomar
sobre sí el oficio de la predicación pública o de la administración de los
sacramentos a la congregación, sin ser antes legítimamente llamado y enviado
a ejecutarlo; y debemos considerar legalmente llamados y enviados a los que
son escogidos y llamados a esta obra por los hombres que tienen autoridad
pública, concedida en la congregación, para llamar y enviar ministros a la
viña del Señor. |
Nuestro presente posee su
propio afán y la razón es clara, una discurso supra-modernista sin raíces y
débil ante la interioridad. Un discurso que supera cualquier consideración
trascendente por ser parte de una expresión material tan fuerte que convierte
todo en “metarrelatos” superados por la realidad y su interacción con la
realidad personal, es decir, una verdad personal en medio de otras muchas
verdades. La Iglesia Anglicana en el mundo, como expresión de fe en el Único
Trascendente y Viviente, debe pues, argumentar el valor y legitimidad de sus
ritos y celebraciones culticas, evitando ser parte de un todo artificial
agotado e incapaz de dar autentica felicidad al ser humano. Aquí en cuanto a
nuestra dialéctica, no olvidar nunca que las celebraciones no pueden ser ritos
teatrales que dependan de la imaginación del celebrante sino expresión liturga
de la Iglesia y su liturgia. El amor, la salud, la paz, el bienestar en
general, si bien son universales lingüísticos significantes, no pueden ser
abordados por una teología natural que pretende hacer de la Iglesia una
depositaria automática de bienestar y confort, es pues, necesario reconocer el
intrínseco mensaje eclesial y su valor en el mundo y fortaleza, como es el anuncio
del Dios Vivo y Trascendente, nunca lejos de nosotros, pero si, por sobre
cualquier otra consideración.
El cuidado pastoral nos
debe llevar a establecer una praxis sacramental y ritual, donde la salvación
sea la razón de ser para no convertirnos en agentes antropizados de la realidad
del mundo. De una realidad que solo busca bienestar a todo nivel y poco o nada
espíritu de sacrificio y seguimiento del Maestro. (Mc 8:34) nos muestra la
dignidad de seguir a Cristo en el mundo sin ser comida de este, sin ser comensalía
de los sentidos y valores mudables. El cristianismo nos propone un Dios Vivo y
actuante, pero es también una paradoja que, en su ser absolutamente
trascendente, literalmente quepamos nosotros y toda nuestra condición mudable.
La vida sacramental es
también vista como un “ciclo vital” donde y con la gracia para madurar las
distintas opciones y etapas de la vida de los bautizados. La “mesa abierta” no
discrimina la opción de libertad de aquellos que, no obstante, optan por una
praxis abierta sin sujeción a la autoridad de la Iglesia, “cosecha donde no
siembra” (Mt 25:24). La siembra como proceso inevitable se reviste de alegría
cuando llega el tiempo de la cosecha. Es pues, una exhortación a la vitalidad
del creer y el vivir en un mismo escenario de la existencia humana.
MISTAGOGIA DE LOS
RITOS.
XXV.
De los sacramentos. Los sacramentos instituidos por Cristo no
solamente son señales o pruebas de la profesión de los cristianos, sino más
bien son testimonios ciertos y signos eficaces de la gracia y la buena
voluntad de Dios hacia nosotros, por los cuales él obra invisiblemente en
nosotros, y no sólo aviva sino también fortalece y confirma nuestra fe en él.
Dos son los sacramentos ordenados por nuestro Señor Jesucristo en el
Evangelio, a saber, el Bautismo y la Cena del Señor. Aquellos cinco,
comúnmente llamados sacramentos, es decir, la Confirmación, la Penitencia,
las Ordenes el Matrimonio y la Extrema Unción, no deben contarse como
sacramentos del Evangelio, habiendo emanado en parte de una imitación
corrompida de los apóstoles, y en parte son estados de vida permitidos en las
Escrituras, pero no tienen igual naturaleza de sacramentos como la tienen el
Bautismo y la Cena del Señor, porque carecen de algún signo visible o
ceremonia ordenada por Dios. Los sacramentos no fueron instituidos por Cristo
para ser contemplados o llevados en procesión, sino para que hagamos debido
uso de ellos; y sólo en aquéllos que los reciben dignamente producen un
efecto u operación saludable, pero los que indignamente los reciben compran
condenación para sí mismos, como dice San Pablo. |
Es de sentido común o sindéresis,
suponer con absoluta claridad y lógica, que nuestras celebraciones son
significantes, el orden del rito es el medio por el cual se exterioriza su
contenido de fe. Es la relación vital entre lo que vemos y no vemos. Este
ultimo concepto emana de la naturaleza de las celebraciones y el alcance de
nuestro estatuto creyente. La inmanencia de la gracia se expresa en términos y
modelos que conocemos en el ámbito de la Iglesia. En un contexto histórico y en
referencia a la “Reforma Continental” emprendida inicialmente por Martín Lutero
(1483-1546) no desconoce la existencia de los 7 sacramentos, pero ya en el ámbito
de la “Reforma Insular” de la Iglesia de Inglaterra es posible ver en algunos
discursos la existencia de estos mismos sacramentos, pero con la evolución de
las distintas posturas teológicas en medio de esta reforma (periodo isabelino)
acudimos al Articulo XXV de nuestros Documentos Históricos (L.O.C pág. 766) la discusión
queda zanjada en orden a la aceptación de los ritos que comúnmente definimos
como Ritos Sacramentales. El argumento que
posiciona esta afirmación lo encontramos en este artículo.
Para nosotros el papel de
la Tradición es determinante para asumir que la praxis de estos ritos es de suma
importancia para la “santificación vital” de la vida y obra de los bautizados. Aquí
la “Historia de Salvación” confluye en
una analogía necesaria, por medio de la cual nuestra postura es dialécticamente
correcta a la hora de ver con claridad como el accionar litúrgico de nuestra
Iglesia contempla su confección y posterior recepción por parte de los
creyentes. La “Massa populi” se corresponde a cada incorporado a la Comunión
Anglicana, esta incorporación se adelanta por medio del Santo Bautismo, la
Confirmación y la Recepción Canónica. El dinamismo de nuestra experiencia de
Dios es clara y determinante, nosotros como ministros ordenados administramos
estos ritos, pero siempre bajo la norma de la disciplina eclesial, precisamente
para evitar el indiferentismo en la praxis litúrgica y como Medios de Gracia y
desde luego en el enclave de los Usos y Costumbres de la Iglesia. La coherencia
es articulo incontestable por el clero y sin este valor no hay confección plena
de estos ritos. Recordemos aquí cual es la intencionalidad de nuestras celebraciones
y confecciones de los ritos como tal y en cuanto tal.
·
Para tener presente en esta reflexión.
La
Iglesia Católica Romana reconoce siete sacramentos, incluyendo el Bautismo,
la Eucaristía y los otros cinco ritos sacramentales. Pedro Lombardo (c.
1095-1160) identificó estos siete ritos como sacramentos de la Iglesia. Esta
postura fue confirmada por el Concilio de Florencia (1439) y el Concilio de
Trento (1545-1563). La Iglesia Ortodoxa también acepta siete sacramentos.
Martín Lutero (1483-1546) estaba dispuesto a identificar la Reconciliación
del Penitente como un sacramento, además del Bautismo y la Eucaristía. En
1521, Enrique VIII recibió el título de "Defensor de la Fe" del
Papa León X en reconocimiento a su tratado Assertio Septem Sacramentorum
(Afirmación de los Siete Sacramentos), |
La mistagogia en expresión
de ver lo que no estamos viendo de nuestras celebraciones, debe tener en cuenta
que lo que creemos esta en la praxis sacramental y los ritos que nosotros
celebramos. No es factible establecer una doctrina o en consecuencia la
doctrina histórica contenida en los primeros concilios (teólogos Carolinos) en
esta afirmación incluimos la postura tradicional de Richard Hooker (1554-1600)
como padre de nuestra teología emanada de una consideración bien compleja de la
tradición escolástica. Las operaciones de
la gracia sin limite alguno dejan bien formulados nuestros ritos sacramentales
y acude precisamente a la estética del rito y su dignidad para no desdibujar su
importancia. Las formalidades litúrgicas no son de libre albedrio por parte del
ministro ordenado sino es una obligación conceptual y procedimental a la hora
de celebrar nuestros ritos sacros.
XX.
De la autoridad de la Iglesia. La Iglesia tiene poder para decretar
ritos o ceremonias, y autoridad en las controversias de fe. Sin embargo, no
es lícito que la Iglesia ordene cosa alguna contraria a la Palabra Divina
escrita, ni puede exponer una parte de las Escrituras de modo que contradiga
a otra. Por ello, aunque la Iglesia sea testigo y custodio de los Libros
Sagrados, así como no debe decretar nada en contra de ellos, así tampoco debe
obligar a creer cosa alguna que no se halle en ellos como requisito para la
salvación. |
Cibergrafía.
El Libro de Oración Común
The Episcopal Churchhttps://www.episcopalchurch.org
› 2019/11 › ellib...
Rvdo. Pbro. Diego
Sabogal.
Dean Catedral San Pablo.
Breves sobre ritos.
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