XX DOMINGO DESPUÉS DE
PENTECOSTÉS. Joel capitulo 2 versiculos 23-32. Salmo 65. 2 Timoteo capitulo 4
versiculos 6-8. Lucas capítulo 18 versiculos 9-14.
PUBLICANOS O
FARISEOS… Los fariseos eran cumplidores de la ley
de Moisés, mientras que los publicanos eran conocidos como pecadores públicos,
en una sociedad ritualista sin duda alguna que los primeros tenían todo a su
favor mientras que los demás, en este caso, los publicanos eran vistos mal por
todos. La humildad no consiste en vivir seguros de nuestros pecados sino en
valorar en la justa medida todas nuestras acciones y su recompensa en orden a
la superación de las taras o pecados que pueden esclavizarnos. Una
actitud de vida que dimensione en justicia lo que en verdad somos
nos permite caminar en busca de lo que aún no somos, es decir, de la
posesión de un Reino eterno. Los discípulos actuales están encaminados a
ratificar cada día y momento su opción por el Maestro en la concreción de su
propia condición de vida. Estar de rodillas ante Dios nos permite ver con mayor
claridad nuestra condición de absoluta entrega y dependencia del Dios amoroso.
No es fácil buscar de esta manera entrar en la posesión de nuestra propia
soberanía la cual es ratificada por la Gracia.
Aquel hombre (fariseo) se
creyó el cuento de sus merecimientos personales, pero paso por alto la
necesaria comunión con los que le rodeaban y de los cuales debía tener caridad
y justicia. No siempre el ser buenos es suficiente cuando de ver al otro se
trata. No siempre el suponer que estamos en lo correcto basta para encaminar a
quienes comparten su vida a nuestro lado. La justicia del humilde brilla cuando
este actúa movido por intereses que sobre pasan la praxis de valores y medios
estrictamente humanos.
Cuando el verdadero bautizado-discípulo
vive su humildad es justo en ese momento cuando la Gracia lo transforma en
criatura nueva. El orgullo nos hace vivir solo bajo nuestros propios
estándares, tan difíciles de lograr para otros, puesto que nadie vive por otro,
y mucho menos la vida de otros. La soberbia puede hacernos pensar que el mundo
es solo como nosotros desde nuestra comodidad lo estamos observando. Aquel
publicano seguro de sus limitaciones asumió un papel donde la responsabilidad
personal se abre paso ante los devenires de la vida. Una responsabilidad que le
permitió conocer sus propias limitaciones y buscar en Dios la Gracia para
trasformar en fortaleza lo que antes por su ausencia era solo debilidad y
postración. La humildad nos permite levantar la mirada al infinito y
reconocernos libres de las presiones y estereotipos de la sociedad construida
sobre bases efímeras.
La condición del publicano que había tocado
fondo le permitió reconocer su condición y buscar en Dios el remedio saludable
a sus males y esclavitudes. Las esclavitudes que el discípulo actual puede
identificar son los valores preconizados por el mundo y su permanente
hostilidad al Evangelio de Cristo Maestro. No puede haber humildad sin
contar con una vida espiritual profunda, no es posible asumir un mandato
discipular sin antes no haber construido una relación para reconocer, tanto al
que está enviando, como a la misión misma a la que somos enviados. La
familiaridad con el Dios de la vida es indispensable para poder edificar en
Cristo un Reino o vivirlo como sus discípulos actuales. Aquí la distinción es
de tipo relacional más que cronológica.
Dar gracias por el otro
nos ubica justo a su lado y nos permite sensibilizarnos de su propia condición,
esto último, es vital para no emitir juicios sobre su naturaleza como lo hizo
aquel cumplidor de la ley Mosaica. Los discípulos en esta y en todas las épocas
deben tener delante de si la contundente respuesta del amor ante la ley y
también ante cualquier forma de compromiso. Solo el amor da valor real a
todo cuanto nosotros estamos haciendo por nosotros y por quienes están a
nuestro lado, el discipulado actual es vivo y dinámico y es también una
bella manera de trabar relaciones sanas en el mundo y su realidad. El
discipulado edifica este tipo de relaciones con una profundidad que solo puede
brotar de la oración y meditación diarias de la Palabra de Dios.
La justicia a la que
somos llamados no se viste con trajes extremadamente llamativos, sino que se
adorna de las virtudes y valores que hemos cultivada en el diario acontecer. La
justicia ante el otro debe moverlos a actuar con absoluto dominio de nuestro
ser. La soberbia es fácilmente diagnosticada particularmente cuando no
resistimos que otros sean felices o exitosos y este sentimiento mina sin que
nosotros nos demos cuenta la imagen del Dios vivo en cada uno de los
bautizados. El verdadero tributo no es la ley sino el amor que nos mueve a
cumplirla y con ello estamos asegurando la inclusión del orden social y cultural
donde vivimos. El
cristiano-episcopal, es un cumplidor amoroso de sus deberes tanto con el que
esta a su lado como del grueso del colectivo humano. Dios hace justicia
y todo lo que obra lo hace con amor y pensando en el fin último de nuestra relación
con Él. Caminamos pues entre distintas situaciones que nos confrontan, pero el
proceder en orden y coherencia es solo para quienes han vivido de cara a su
realidad espiritual. El amor de Dios es lo que en verdad nos justifica ya que
estamos impedidos por nuestra personal condición para alcanzar la eternidad. La
lucha del cristiano-episcopal es constante y la verdad de Dios facilita la consecución
de nuestro ideal haciendo justicia y viviéndola.
Hace tiempo superamos
aquel viejo y anquilosado modelo judío de la justificación, no es la Ley
Mosaica o las acciones solamente es la comunión viva y eficaz entre el
hacer, el ser y el creer, aquí el amor es la tangente que expone
y alimenta todo lo anterior. Como hijos agradecidos estamos pues
llamados a ser parte de la propuesta amorosa de Dios al mundo y un modelo de
vida para los que han de creer viendo nuestras acciones y convicciones.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario